El XVII Congreso debe ser el punto de partida de la reconstrucción y el relanzamiento del PCE a fin de conseguir un partido fuerte, activo y cohesionado. Un partido que, en el mismo sentido, sea un factor básico en la recomposición de IU como movimiento político y social.

La reconstrucción del partido es un problema, en lo esencial, de capacidad política y organizativa. En los momentos actuales existe una reducción seria de la estructura (el PCE tiene en torno a 27.000 militantes; el censo andaluz supone el 42’7% del total) y, a la vez, se han roto los cauces de participación entre la base y la dirección; lo mismo que se han roto los criterios estables de cohesión y organicidad de los dirigentes.

Al mismo tiempo es preciso clarificar de nuevo la relación del PCE con IU. Es preciso entender que se trata de dos soberanías no contradictorias; la soberanía de un partido junto a la soberanía de una organización plural que sintetiza las distintas aportaciones y logra la integración final a través del método participativo y el programa común. En gran parte esta relación dialéctica está en cuestión y, sin lugar a dudas, ha aparecido una dinámica de confrontación que ha empezado a distanciar al PCE de IU, fundamentalmente en el nivel de las direcciones federales, aunque empieza a extenderse a todos los niveles. Efectivamente, IU se parece demasiado a un partido y el PCE lleva tiempo funcionando como una corriente.

Ha llegado el momento de invertir, y dar por jubilada aquella teoría de que el PCE no debiera funcionar como un partido sino como una corriente en el interior de IU. El XIII Congreso del PCE no tiene ya sentido. De hecho se corrigió en los aspectos esenciales en el XV y, sobre todo, en el XVI Congreso. El problema es que no se han aplicado los acuerdos y, en parte, la inercia anterior ha seguido palpitando a través de una cierta ausencia de política organizativa que le daba carta de naturaleza a lo que en un momento determinado empezó a conocerse como partido “liviano”.

En Andalucía, sobre la base de una relación equilibrada con IU, que es nuestro proyecto programático y de alianzas, no un competidor, hemos mantenido la tesis de la necesidad de un PCA fuerte para una IU fuerte y plural. El proyecto de IU no puede desarrollarse sobre la debilitación de sus componentes. IU no es un partido político con corrientes; IU es otra cosa, como ya tuvimos ocasión de argumentar a lo largo del debate con la denominada “Nueva Izquierda, cuyos componentes nunca aceptaron la tesis del movimiento político y social, ya que buscaban un formato donde no cupieran los partidos y especialmente el PCE.

En este orden de cosas, es preciso cambiar la forma de funcionar de los órganos federales, superándose así la autocrítica muy severa que contiene la resolución final de la última Conferencia de Organización. Efectivamente, en el último período se ha tolerado que el PCE funcione como un partido de corrientes. En principio porque su máxima dirección se configuró con dirigentes organizados en corrientes, que defendían posiciones diferentes tanto en IU como en el partido, con ejemplos extremos que demuestran la pérdida total de cohesión y organicidad: la petición de voto en las elecciones vascas a candidaturas contrarias a EB-IU.

Como resultado de todo esto, una de las dinámicas más preocupantes, que funciona al margen de los acuerdos orgánicos, consiste en crear una sospecha, un recelo permanente no ya con respecto a ciertos problemas de IU, sino contra IU en general, como si fuese algo perjudicial para el PCE. Se opta no por influir, no por rectificar los problemas detectados en IU, sino por instalarse en la dialéctica gobierno-oposición o por el abandono de los órganos y responsabilidades. Con lo cual, se quiera o no, se está cultivando una actitud que desemboca en la idea de que la afiliación al partido no obliga a la pertenencia a IU. Si a esto se le suma que es posible comprobar que se puede pertenecer a la dirección del PCE y pedir el voto a una fuerza competidora con IU sin que se tomen medidas, la conclusión lógica es que se están amparando dinámicas de ruptura sin que el tema comporte un debate abierto y democrático. Y lo más grave que puede suceder es que se lleve al partido a un proceso de ruptura por la vía de los hechos, sin que nadie pueda establecer democráticamente y a tiempo sus posiciones.

¿Qué hacer en esta situación tan difícil? ¿Cómo enfocar la salida de esta crisis profunda?.

Se trata en principio, desde un diagnóstico honesto y objetivo, de organizar un congreso de reconstrucción, recuperando las señas de identidad democráticas de nuestro proyecto. Por tanto, junto a una política organizativa muy activa, el método participativo y la recuperación de la organicidad se constituyen en uno de los motores del relanzamiento perseguido.

El PCE debe centrar una parte de su esfuerzo en dinamizar la construcción de un programa participativo que sirva para recuperar, por su método y por los contenidos aprobados, la identidad real de IU, su posición diferente (no somos una distancia regulable con respecto al PSOE) y antagónica frente a una realidad social y política fuertemente influida por el neoliberalismo.

Nuestro camino, por tanto, no es el “modelo a la griega” (IU por un lado y el PCE por otro, como fuerzas competidoras). Nuestro camino, elegido soberanamente, y así debe reiterarlo el XVII Congreso superando la dinámica actual, es el de la acumulación de fuerzas, el de la alianza programática amplia, el de la democracia participativa como seña innegociable de identidad. Lo que quiere decir, a mi juicio, que IU no es un proyecto agotado, sino que, en cuanto movimiento político y social rojo, verde y violeta, sigue siendo el proyecto del PCE.

Pero nada de esto tendría sentido si no se le dedicara una atención especial al PCE y a su propia existencia. La reconstrucción y reforzamiento del PCE pasan, en gran parte, por la reconstrucción de sus organizaciones de base. De una parte, la necesidad de regularizar su funcionamiento y de que se doten de comités estables; de otra parte, es preciso crecer, afiliar, dar ese salto cualitativo que tiene su base imprescindible en el avance cuantitativo. Y la situación, sin exagerar, es de emergencia.

El PCE, sin duda alguna debe ser un partido sin corrientes. Es absolutamente imprescindible recuperar la coherencia, la organicidad y los métodos democráticos.

El PCE debe aspirar a ser el partido de la clase obrera, las fuerzas de la cultura y los sectores alternativos impulsando un movimiento sindical crítico e involucrándose, desde su propia personalidad, en el movimiento de la alter-globalización. El PCE, a tal efecto, debe dotarse en el próximo período de un manifiesto-programa actualizado.

El PCE debe concebir el NO a la Constitución Europea como la línea divisoria que define nuestra respuesta a la agresión del neoliberalismo en contra del modelo social y la estructura democrática.

El PCE tiene que constituirse en fuente diaria de impulso republicano, comprometiéndose a fondo en la recuperación de la memoria histórica, frente a las tesis de una falsa reconciliación que parten de la base de que nuestra democracia es otorgada y, por tanto, tiene su plenitud hipotecada en gran medida.

El PCE, desde un feminismo reivindicativo, debe luchar contra las nuevas formas de patriarcado y de explotación y marginación de la mujer.

El PCE debe apostar por la Unión de Juventudes Comunistas, en cuanto organización independiente que comparte la línea estratégica del partido.

En definitiva, es necesario construir una nueva etapa de relanzamiento y seguridad democrática a partir del XVII Congreso. Tras el debate es preciso proceder a una fase de integración amplia; ahora bien, por razones de lógica política no debieran protagonizar la solución quienes han protagonizado el problema y lo han agudizado a lo largo de los últimos años hasta el nivel de la confrontación autodestructiva. Hay que elevar a síntesis escrita el debate, pero, sobre todo, es preciso cumplir, ejecutar lo que se aprueba, invirtiendo la dinámica actual, que hace imposible la aplicación de los acuerdos. Estamos en un momento clave para crear las condiciones de llegar a acuerdos y poder aplicarlos. En caso contrario, sólo habría solución en los papeles y no en la política real, diaria, que se convertiría en el caldo de cultivo de una confrontación permanente, con una salida muy difícil para la propia pervivencia del partido. Así, pues, el debate es nuestro gran reto hasta finales de junio; y es preciso debatir de forma intensa y sincera, hasta el final, sin llegar a falsos consensos o a repartos que anulen el cruce necesario de argumentos.

Ahora bien, se trata en todo caso, de luchar por un Congreso de entendimiento, y para ello la propuesta de un candidato de consenso debe quedar abierta hasta el final; Frutos y yo debemos estar dispuestos en todo momento a nuevas alternativas que amplíen el consenso.

Después del debate, como corresponde, la unidad y el trabajo de cara a la reconstrucción y el relanzamiento del PCE.

Felipe Alcaraz
Mayo 2005