M.O.: ¿Qué criterios utilizaste para la selección de los textos?
B.R.:
En primer lugar, elegí los poetas que más me motivan y me gustan. Y en segundo lugar, dar coherencia a la estructura del espectáculo. Los poemas de amor hablan de añoranza, pérdida y júbilo… Toda esta temática tenía que estar al servicio de la unidad escénica con un hilo muy sutil que produjese en el espectador emociones provocadas por el lenguaje poético. Como tú bien dices, más que un collage es un diálogo entre voces con el trasfondo de la sentimentalidad.

M.O.: Cuando contemplaba “La palabra de Eros,” me acordé de los versos de Octavio Paz: “Amar es combatir, si dos se besan // el mundo cambia, encarnan los deseos, el pensamiento encarna, brotan alas // en las espaldas del esclavo, el mundo // es real y tangible, el vino es vino”. ¿Pretendes con tu espectáculo ofrecernos esta visión del amor?
B.R:
Sí. Como decía Buñuel, el amor es el sentimiento más revolucionario del mundo. Por esto, todo poder quiere destruir el sentimiento amoroso. Es el universal de los sentimientos. Es la base común de la comunicación entre los seres humanos. Esto justifica el texto de Wilhen Reich que se cita en el espectáculo.

M.O.: Has mencionado a Luis Buñuel. ¿Qué recuerdas de él?
B.R.:
Para mí fue como un abuelo. Era una presencia que siempre estaba flotando en el ambiente. Mi padre me decía que las dos personas que más habían influido en su vida fueron su padre y Luis Buñuel.

M.O.: Volviendo al principio. ¿Qué has pretendido con esta propuesta erótica?
B.R.:
Cuando me llamaron para que montara el espectáculo, me pidieron un recital de poesía erótica que me creó un problema: dilucidar el papel de fumar estético, no moral, que separa pornografía y erotismo. Entonces el productor atendió mi propuesta. Elegí poemas eróticos de autores variados. Entre ellos a Juan de la Cruz, Rafael Alberti, Ángel González, poetas cubanos, como Pablo Armando Fernández, un romance popular…. De ahí viene que titulara el espectáculo “La palabra de Eros”, que tiene mayor alcance que la palabra erotismo, con el fin de alcanzar más el poder liberador del amor.

M.O.: “Los dos se desnudaron y se amaron por defender nuestra porción eterna // nuestra ración de tiempo y paraíso… Esta acción se desarrolla cuando las tropas fascistas bombardean Madrid. ¿Salva el amor estas situaciones dramáticas?
B.R.:
Siempre. Mi tío me contó, que en tiempos de la guerra in-civil, iba en un tren por la noche que empezó a ser bombardeado. En un vagón sin luz iban hombres y mujeres. El tren se paró. Entonces, mientras oían el estruendo de las bombas, una mujer le empezó a acariciar e hicieron el amor. Aquella noche, me decía que había sido la mejor de toda su vida. Al amanecer, quiso identificarla entre todas las mujeres que habían estado junto a él. Y no pudo. Sin embargo, en medio del espanto, para él, fue el momento más liberador de toda su vida. Ahora, todavía, la represión del reconocimiento del cuerpo sigue presente en la educación. Mi hija, al llegar del colegio, no se molesta si me ve desnudo, sólo a veces, con una sonrisa copia el comportamiento de sus compañeros, ya que ella no tiene educación religiosa. Ahí está el poder ideológico de la Iglesia que no contribuye con el miedo a crear personas libres. Este poder también, desgraciadamente, ha sido asimilado por parte de la izquierda que sigue respetando el sentimiento religioso. Aceptar esto significa admitir que hay un ser superior y seres inferiores. ¿Por qué? Creo que por el miedo a la Naturaleza. Es el mismo temor histórico de siempre: dejar al margen cuestiones tan importantes como, por ejemplo, la liberación de la mujer, problema que se ha planteado desde el punto de vista histórico recientemente. Y hoy día se está más por la ecojardinería que por la defensa de la Naturaleza. Ésta debe ser radicalmente anticapitalista

M.O.: Existe en “La palabra de Eros” una ausencia de lo que se denomina amor romántico. ¿Por qué?
B.R.:
Buena pregunta. Y la verdad es que no lo sé. Uno de los cuadros que no me gustan del espectáculo es un romance anónimo del siglo XVI. El romanticismo, creo, es un tema ya muy tratado. Por ejemplo, no incluí a Luis Cernuda porque no me encajaba en la propuesta general. También me ocurrió lo mismo con Pablo Neruda, el poeta del amor por excelencia. Si lo incorporé, fue por sugerencia de mi madre.

M.O.: Existe, desde mi punto de vista, un homenaje implícito a Cuba.
B.R.:
A Cuba hay que defenderla. Yo soy, como consta en mi ficha policial, comunista libertario. Pero me irrita que alguien que sólo haya estado allí quince días, tenga la osadía de emitir juicios negativos. Claro que faltan cosas, pero también aquí.

M.O.: Dime tres razones para los osados, progresistas y anticomunistas que atacan a Cuba
B.R.:
No existen niños que se mueran de hambre, se envían médicos y maestros a países necesitados y hay una gran libertad en el país. Y esto lo sé porque he vivido allí tres años como cubano, pero sobre todo, porque creen en el ser humano y en la dignidad. Me molesta mucho que se hable de castrismo. No existe el castrismo, existe la Revolución. ¿Podía ser mejor? Claro, pero es una isla física e ideológica en medio del mundo capitalista. El problema no está en Cuba, está en el resto del mundo que no hemos hecho la revolución y que seguirá viva cuando desaparezca Fidel Castro. Existe una solidaridad tan grande entre los cubanos que “el hombre nuevo”, del que habla el Che, creo que existe.

M.O.: También hemos hablado de Wilhelm Reich. ¿Está convencido de que la represión sexual es la base de cualquier tipo de autoritarismo político?
B.R.:
Sí. Pero también, ahora, la tendencia consumista de la sociedad actual aísla al ser humano. Los niños se crían sin la presencia de los padres que trabajan todo el día y no siempre por necesidad. Estos críos, cuando sean mayores, tendrán carencias de amor que sustituirán por una voluntad de poder. Querrán someter, comprar el amor o usurpar el de otros. En Iraq trabajé en una película con elefantes. Vi que eran animales inofensivos, tan inofensivos que en una escena tenían que pasar por encima de un muñeco y se negaban porque creían que era un ser humano a pesar del hostigamiento a que eran sometidos. Años más tarde, vi en un parque de Kenia a elefantes asesinos. No tenían la referencia de sus padres porque lo normal es que mueran si se quedan huérfanos. Los elefantes del parque habían crecido sin cariño. Es lo mismo que dice W. Reich pero, en este caso, en el mundo animal.

M.O.: Erich Fromm, autor que se cita en el programa de mano de tu espectáculo afirma que sólo el amor es lo que hace al hombre creer en la realidad del mundo objetivo exterior. ¿En qué medida crees que en la época tan utilitarista en que vivimos esta afirmación es más un deseo que una realidad?
B.R.:
Sí. Pero no porque sea más deseo hay que callársela. Todo lo contrario: hay que difundirla cada día más. En Cuba, por ejemplo, no comprenden por qué alguien realiza un trabajo por dinero: No entienden el dicho anarquista de suicidarse día a día. Para ellos, repito, lo importante es obtener dignidad y amor.

M.O.: Es imposible, en una conversación contigo no hablar de tus padres. ¿Qué herencia te dejó Francisco Rabal y qué te aporta hoy Asunción Balaguer?
B.R.:
Teníamos una relación de compañeros. Cuando pienso en él, pienso más en este tipo de relación que como padre. No es que abandonara su función de padre, pero es que hemos trabajado y nos hemos divertido muchas veces juntos. Vimos muchas veces el amanecer después de noches faranduleras, pero lo más importante que me dejó fue el amor a la libertad, la creencia y la esperanza en un mundo distinto con una impronta de honestidad y humildad. A veces le gastábamos bromas, como decirle que tenía que repetir el trabajo, un plano, rodado el día anterior. Nunca estuvo por encima del bien ni del mal y lo aceptaba con gran humildad. Era un hombre muy bondadoso que jamás perdió sus raíces. Mi madre, un ser excepcional. Supo adaptarse por amor, viniendo de otro estatus social, la burguesía catalana, al mundo del teatro y del cine.

M.O.: También sería un error no comentar su trabajo y la significación de la película de Mario Camus “Los santos inocentes.”
B.R.:
“Los santos inocentes” fue un “milagro.” Cuando yo trabajaba con Mario, quería dirigir una película. Un día, viajando por Castilla y León me recomendó la novela de Miguel Delibes para que después de leída se la comentase. También me dijo que tenía que debutar con la historia que cuenta el autor vallisoletano. Después que la leí, tenía conciencia de que carecía de madurez porque corría el peligro de hacer una película de buenos y malos. Años más tarde, Julián Mateos le propuso hacer una película y eligió la obra de Delibes. Era una novela en que hasta los nombres de los personaje son simbólicos, con un argumento que había que trastocar y en una época en que colisionaba la conciencia de los trabajadores con la sumisión de Paco el Bajo. Además con presupuesto exiguo. Todos estábamos convencidos de la calidad de la película, pero nos sorprendió su enorme éxito.. Nos llevamos una gran sorpresa el día del estreno. Los contornos maniqueos habían desaparecido: Paco el Bajo era tan culpable como el señorito Iván. Uno porque se deja someter y el otro porque explota. Y la liberación está en Quirce – el olmo – que siempre estará ahí, que niega el mundo de sus padres.

M.O.: Pero tampoco debemos olvidar el trabajo de tu padre.
B.R.:
Todos nos decían que estábamos locos. Nos preguntaban que cómo Francisco Rabal iba a interpretar el papel de tonto con aquella mirada que tenía y Juan Diego de señorito, un comunista por excelencia. Pero todos intuíamos que estábamos haciendo algo serio. Mi padre se preparó el personaje concienzudamente. Viajó a Extremadura y allí conoció no sólo el paisaje sino que también vivió con varios discapacitados, el Barrunta y Paco el Vinagre, de los que aprendió sus movimientos, su lenguaje, su forma de vestir. Terminaron siendo amigos. La película cobró viva propia.

M.O.: En tu película “El hermano bastardo de Dios,” hay una escena que nos dejó impresionado a un amigo y a mí. Me la ha pedido que te la refiriera. Es el momento en el que el personaje, interpretado por María Luisa Ponte, en un plano fijo, lee una carta que recibe del frente en la que se le comunica la muerte de su hijo. Más allá de su dramatismo, creemos que contiene homenaje y documento histórico.
B.R.:
También a mí me parece la mejor escena. Solamente rodé ese plano que se solicité hacerlo al jefe de producción. Cuando la estaba rodando veía a ella, a mi madre, su vecina, y a los niños. Todos lloraban, hasta el cámara y yo. Cuando terminó el rodaje, me fui hacia ellas llorando, y cuál sería mi sorpresa que cuando les pido perdón por haberlas hecho sufrir tanto, María Luisa Ponte me dice: “¡Qué va, si nos lo estábamos pasando muy bien!” La película es un alegato contra la inutilidad de todas las guerras ejemplificada en una mujer analfabeta que al principio está orgullosa de que su hijo se enfrente a la muerte. Pero cuando se lo matan, se arrepiente y toma conciencia de que el que quiera guerras que las haga con sus hijos.

Nuestra conversación termina comentando cómo falta en el sistema educativo el estudio de la imagen que el capitalismo utiliza como instrumento publicitario. Hay que enseñar en la escuela a decodificar las imágenes, como el lenguaje escrito, para saber ver una película, una serie de televisión o un telediario, porque detrás de la imagen está la realidad. La aparente neutralidad de la televisión anula la emoción. Es decir, el amor. He aquí la clave de “La palabra de Eros.”