A veces la reedición de un libro supone el acertado rescate del olvido y la reivindicación de su autor más allá de oportunismos oficiales y comerciales que nadan tienen que ver en sí mismo con el hecho cultural. Por ejemplo, La muerte en Madrid de Raúl González Tuñón es todo un acontecimiento editorial por su alcance literario e histórico. También porque de los anaqueles del tiempo ha sido recuperado por un grupo de entusiastas de la poesía y de la vida.
Raúl González Tuñón es un poeta poco conocido en estos lares por una política editorial sólo atenta a objetivos económicos y estéticos interesados. Cuando hace más de veinte años, propusimos al director de una colección de autores hispánicos presentar y editar una antología de su obra poética, se nos comunicó que el consejo lector, «los esteticistas,» desestimaba tal propuesta. Desconocemos los argumentos de esta negativa, pero no hay que ser sabios para intuirlos. ¿Cómo iban a aprobar una obra, que posiblemente ni conocían, apoyándose sólo en etiquetas y prejuicios prefabricados? Sí, fue en la época de «la movida» en la que todo, como casi siempre, lo que tuviese una vinculación con la llamada «poesía social» y la poesía comprometida es y era puesto en cuarentena o condenado al más ominoso de los silencios.
El autor de La calle del agujero en la media es un poeta épico, pero también lírico.
Posiblemente no perdonan que en su biografía cuente que fue militante del PC argentino. Se equivocaron porque Raúl González Tuñón desde sus inicios en la Argentina de los años veinte, tuvo siempre presente en su quehacer poético las palabras de Palmiro Togliatti: «…Aunque se pretenda no pueden producirse genios por encargo, por decreto; la tarea específica es estimular la producción artística y literaria tratando de transformar y llegando a transformar con su compleja acción económica, política e ideal, la realidad de la vida social, y por consiguiente la existencia y la conciencia de los hombres. Pero en este caso hay otro motivo que aconseja no poner freno a la indagación y a la creación.»
Si leemos cualquiera de sus libros, la búsqueda de un estilo para cada momento es un imperativo de su conciencia poética. En su obra se dan cita las formas tradicionales junto al verso libre y el versículo, y a una sintaxis en la que la metáfora descriptiva es sustituida por la imagen de honda significación. No hay tregua para buscar el lenguaje apropiado en cada tema y en cada situación. No hay más que leer sus primeros libros, El violín del diablo, Miércoles de ceniza y La calle del agujero en la media, en los que se aprecia la hondura poética y la búsqueda de una voz personal que quiere superar las influencias de los poetas franceses de finales del siglo XIX y las pautas estéticas modernistas. Esta búsqueda se inicia no sólo en la lectura sino en la realidad. Cuando viaja a Francia y España en los años treinta, se encontrará con la agitación política y cultural republicana y surrealista y respectivamente. Es una época en la que los escritores comienzan a tomar conciencia del peligro que supone el fascismo y el nazismo, aunque en el caso de Raúl González Tuñón, su experiencia como corresponsal del diario bonaerense Crítica – había narrado para sus lectores la huelga obrera de la Patagonia (1921) y, años más tarde, la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia – le abriría otros caminos en su oficio de poeta. Pero su militancia poética se configurará con plenitud en La rosa blindada, un poemario que nace de los trágicos acontecimientos de la Revolución de Asturias, y en el que fija una nueva poética: «HABLEMOS de un hecho favorable al proceso de la perfección. // La poesía, ese equilibrio entre el recuerdo y la predicación, // entre la realidad y la fábula, // debe fijar los hechos favorables. // Hablemos de un hecho histórico favorable, feliz, a pesar del fracaso y de la muerte.» Y desde este momento, su poesía se establece entre la tensión lírica y el documento. Además, los acontecimientos históricos exigen otra sintaxis en la que se asienta la precisión del canto, la elegía y la denuncia. Después, la Guerra civil. Y como Pablo Neruda – España en el corazón – Cesar Vallejo – España, aparta de mí este caliz- y Nicolás Guillén – España: poema en cuatro angustias y una esperanza, Raúl González Tuñón escribe La muerte en Madrid, un documento, una crónica y una evocación del asedio de una ciudad que resiste a la muerte y a sus heraldos.
Con rigor poético, este poemario articulado en cuatro partes – La muerte en Madrid, Historia de la sangre, La Libertad y un homenaje, Muerte de Antonio Machado -, nos va mostrando una realidad donde se encuentran para luchar contra la muerte los amantes de la vida: «De todas partes hacia ti venimos // con fusiles o versos a tus muros. // Flamante capital de todas partes, // ¡novia del mundo!»
La muerte en Madrid supera los límites de los márgenes de la poesía militante para erigirse como poesía histórica porque en ella se dan cita la ejemplaridad de un pueblo que lucha contra su invasor. Y en este relato, cuajado del olor del espanto, surge la rebelión: «cada día desde entonces, // el toro de la muerte de Madrid, // solo, Terrible Toro enamorado, // resopla, se incorpora, salta, pañuelos, trenes, torres, // aeroplanos, tanques, navajas y azucenas…,» y sus héroes con nombres y sin nombres – no es casual que los poemas de la segunda parte estén epigrafíados por variaciones de la canción popular de la resistencia republicana – como «Puente de los Franceses» («Puente de los Franceses, // nadie te pasa, // porque los milicianos // ¡qué bien te guardan!» Qué bien te guardan, sí, // que bien te guardan, // cubierta de ceniza // la madrugada.) En esta conjunción de retórica popular y culta late una poesía que evita la estrofa tradicional proclive al recitado y a la declamación fácil. No es este el objetivo de su autor porque en su versolibrismo cercano a la prosa imprime el documento estremecido de la solidaridad concreta, el homenaje innumerable, el alegato contra el crimen del poeta, la reciedumbre de la resistencia popular y, por último, el canto a la libertad en medio de la destrucción. Y un sueño y un deseo: » Subiré al cielo, // le pondré gatillo a la luna // y desde arriba fusilaré al mundo, // suavemente, // para que esto cambie de una vez.»
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