La renovación del circo introduciendo elementos dramatúrgicos y teatrales tiene una larga trayectoria. Después de la crisis que atenazó a este arte hasta hace unos años, ahora resurge y se renueva. El Circo del sol bebe de esa renovación, pero sustituyendo el ingenio por los medios materiales, la cercanía entrañable del circo tradicional por el marketing.
Lo primero, constatar que la calidad estrictamente técnica de los números está a buena altura, ni más ni menos, de muchos otros circos no tan conocidos, publicitados y caros. Sin embargo, los trapecistas y acróbatas del Circo del sol parecen provenir más del mundo de la gimnasia y el atletismo que del espectáculo. Sus cuerpos son los que nos muestra continuamente la televisión como ideales: delgados y musculosos, uniformes. Sus rostros, fríos, sus muecas ausentes y sus ademanes buscando continuamente el aplauso del público con poses cercanas a las del ballet. Ni rastro de la simpatía que debe irradiar cualquier número de un espectáculo circense. Ello se sustituye por la continua música, ejecutada en directo, pero amplificada de tal manera que se pierde el encanto. Ni rastro de los sonidos de admiración característicos ante una doble vuelta. Alegría es un espectáculo concebido para la contemplación pasiva y el aplauso gratuito.
El «Circo del sol» es una multinacional del espectáculo, con varios circos estables y otros de gira por todo el mundo. Cuando permanecen unas semanas en la misma ciudad, exigen que los medios recojan la noticia de que sus funciones han registrado un «lleno total». Para tal fin, algunas instituciones públicas y los patrocinadores compran un buen número de entradas que luego regalan. Es de sospechar que los estúpidos aplausos con que arrancan todas las funciones de este circo están «comprados». El propio espectáculo comienza poniendo en boca de un niño un «especial agradecimiento» a los patrocinadores: Audi y Vodafone.
Es de destacar que aunque el precio de las entradas suele oscilar -dependiendo de la ciudad en que el Circo del sol se asiente- entre los 30 y los 100 euros, al espectador no se le proporciona un programa de mano del espectáculo: lo tiene que comprar al precio de cinco euros. Todo un ejemplo del carácter de ave de rapiña de esta multinacional, que además no duda en cobrar 50 céntimos como «gasto de gestión» a quien compra una entrada en la puerta misma del circo, gasto que va a las arcas de otra empresa «subcontratada». Capitalismo salvaje aplicado al espectáculo circense. Este carácter depredador a nivel organizativo tenía que tener su espejo en el plano artístico: los números son asépticos, los artistas-gimnastas fríos y, por supuesto, en ningún momento hay contenido, sólo trajes de diseño, luces y música.
Ni siquiera los números de los payasos aportan nada nuevo: realizan gags de sobra conocidos por los aficionados al circo, con un contenido simbólico que en el mejor de los casos resulta levemente melodramático. Si ustedes quieren ver cultura burguesa en esencia, escapismo y desprecio por el espectador, acudan al Circo del sol. Eso sí, con la cartera llena de billetes. Pero sepan que no es el mejor circo del mundo.