Al parecer, la insaciabilidad para la obtención de beneficios especulativos por parte del capital financiero mundial se encuentra, una vez más, en el origen de la crisis que esta actualmente sacudiendo todos los mercados financieros de este mundo globalizado.

No se han olvidado todavía los efectos negativos originados por el pinchazo de la burbuja especulativa que en torno a las empresas «.com» sacudió a las distintas bolsas mundiales en 2001 – y con ello el ahorro de una gran cantidad de ciudadanos y empresas atraídos por la golosina del «dinero fácil» del capitalismo popular-, cuando nos encontramos con otra provocada esta vez por el estallido de la burbuja inmobiliaria-hipotecaria en los USA que ha derivado en una crisis financiera global.

Esta crisis, cuyos posibles efectos «a priori» son difíciles de cuantificar tanto en términos temporales -duración de ésta-, como en términos macroeconómicos -incidencia en el crecimiento, empleo,…..- en todo caso, y dada la incertidumbre generada en el sistema financiero, no augura un futuro muy positivo para el desarrollo, el bienestar económico y el empleo de los distintos países.

Y ello es así, porque, aunque el foco de la crisis este muy definido -encontrándose esta en un primer nivel en el crecimiento del impago de las hipotecas conocidas como «subprime» o de alto riesgo-, su propagación y el enorme efecto multiplicador que sobre la pérdida de liquidez en el sistema financiero mundial ha producido, ha sacudido ferozmente los cimientos de uno de los «tótem» del capitalismo mundial, el sistema financiero. Así vienen a mostrarlo, las masivas intervenciones en apoyo del sistema y de los propios bancos comerciales que han realizado en las últimas semanas distintos bancos centrales, especialmente la Reserva Federal americana y el Banco Central Europeo, inyectando cientos de miles de millones de dólares y de euros en el sistema y disminuyendo o no variando, en su caso, los tipos de interés.

Intervenciones cuyos efectos, además, no parece que hayan servido para calmar las turbulencias de las Bolsas -cuya tendencia sigue siendo incierta tras la sustanciosa corrección de sus índices-, por más que los distintos gobiernos y medios de comunicación traten con sus mensajes de convencer al ciudadano de «a pie» de que no pasa nada, que es una crisis pasajera, otra más.

Pero la realidad es que se está utilizando el dinero de todos los ciudadanos para apoyar a los propios causantes de la crisis, los especuladores, y no al ciudadano común que puede ver como se esfuma de un plumazo las ilusiones por las que ha trabajo a lo largo de toda la vida.

La venta de paquetes inversores compuestos por productos heterogéneos -con la titulización de las hipotecas de alto riesgo junto a otros títulos de menor riesgo y asegurada rentabilidad-, a distintos inversores internacionales y bancos de todo el mundo ha generado una situación de incertidumbre en que nadie conoce la cuantía exacta de su cartera de valores, ya que muchos de sus activos están respaldados por activos financieros de dudoso cobro, es decir, por las hipotecas que han resultado impagadas.

Paquetes que en muchos casos han sido adquiridos con excesivo endeudamiento por parte de bancos, y entidades hipotecarias de todo el mundo. En otras palabras, la masiva innovación producida en estos últimos años en los mercados financieros ha llevado a la aparición de una gran cantidad de productos cuyas características y funcionamiento están al alcance de muy pocos y sus consecuencias, en condiciones adversas, han afectado a un gran número de inversores a nivel internacional generando al tiempo una pérdida de confianza en los mercados financieros.

A toda esta situación ha ayudado el que no exista una determinada regulación para una gran parte de los mercados financieros mundiales, con lo que se genera una falta grave de información sensible y nula transparencia. En concreto nos referimos a los fondos de alto riesgo (hedge funds). Fondos que han acumulado gran parte de los activos de dudoso cobro y que operan de forma mayoritaria a través de distintos paraísos fiscales y que sin duda han sido coautores de una gran parte de esta crisis, al no encontrarse sujetos al mismo grado de transparencia que otros actores del mercado financiero.

Esta pérdida de confianza y la incertidumbre se ha traducido en una reducción del crédito existente -por ello las intervenciones de los bancos centrales- encareciéndose y reduciéndose los préstamos que se realizan los bancos entre si y por supuesto haciendo más caro y complicado el acceso a un crédito, tanto a las empresas como a los consumidores, lo que afectará antes o después a la capacidad de inversión y consumo y con ello del crecimiento económico y el empleo.

Es más, podríamos aventurar que ciertos síntomas previos a la crisis ya empezaron a mostrarse concretamente en las economías europeas y americana, dada la revisión a la baja del crecimiento económico que tanto desde distintos organismos internacionales como desde los propios gobiernos se han realizado en las últimas semanas.

Por último y para el caso particular de nuestro país, además, se debería poner especial atención a los posibles efectos adicionales que se pudieran derivar de esta restricción del crédito, dado que nuestro crecimiento económico y la creación de empleo, han pivotado fundamentalmente, a lo largo de los últimos años, en la evolución del consumo privado y del sector de la construcción, que han llevado a una situación de sobreendeudamiento de las economías domésticas, muchas de las cuáles dependen de empleos precarios y con bajos salarios. En suma, o se cambia el peso que el sector de la construcción tiene en nuestro país o puede suceder que los efectos de un pinchazo de nuestra propia «burbuja» inmobiliaria produzcan unas consecuencias mucho más negativas en el crecimiento y el empleo de nuestro país, de los que se podrían derivar de la crisis financiera internacional actual.

De lo anteriormente expuesto cabría, por tanto, deducir que cada vez es más urgente y necesario el que los mercados financieros tengan una mayor regulación y transparencia, así como que se ponga cota al funcionamiento opaco de determinados productos y actores que conforma una parte creciente del sistema financiero mundial, se frene el libre movimiento de los capitales especulativos, quizás a través de un impuesto como el conocido por «Tasa Tobin» y se adopten medidas para que desaparezcan los paraísos fiscales. Obviamente para adoptar todas estas disposiciones hace falta el imprescindible apoyo político y aquí cabría hacerse la pregunta de «quién pone el cascabel al gato».