El modelo económico y político de la Unión Europea (UE) y de la zona Euro adoptado tras los Tratados de Maastricht (1992) y Lisboa (2007) está basado en la desigualdad de las economías nacionales, concurriendo entre sí, y en el método de toma de decisiones intergubernamental orillando la soberanía popular europea. Cuando llega la crisis global en 2007 muestra este modelo su inherente contradicción y la respuesta dada por la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) en lugar de rectificar ahonda en el error de origen sumiendo uno tras otro a los países afectados (Grecia, Portugal, España, Italia, Irlanda, Chipre,…) en una recesión sin fin. Esta Troika diseña estrategias e instrumentos que convierten la zona Euro en un lecho de Procusto, con sus Memoranda, Rescates, Planes de Austeridad, Tratado Fiscal de 2011, etc., obligando a la supervisión de la Comisión por encima de los Parlamentos.

La cuestión radica en saber si hay alternativa a esa deriva fundamentalista neoliberal. Habría dos posibilidades: a) la salida del Euro recuperando la peseta y así poder llevar a cabo devaluaciones como se ha hecho en el pasado en situaciones similares, y b) la modificación de la conducta y el modelo europeo (su estrategia y toma de decisiones) para imponer otro modelo alternativo centrado no en los recortes sino en la creación de empleo y en la reactivación económica europea a partir de la inversión pública a largo plazo, todo bajo supervisión democrática.

Hay que reconocer que Argentina, por ejemplo, pudo salir de la crisis en 2001 gracias a que, entre otras cosas, se desprendió de la dolarización del peso y así puso en marcha medidas de devaluación interna. Sin embargo la salida de España del Euro, aparte de las dificultades institucionales, tiene la desventaja de que configura una Europa de enfrentamientos entre las economías nacionales (entre las masas salariales de sus trabajadores) además de producir encarecimiento interno y nos aleja de una solución común, paneuropea. Una especie de “sálvese quien pueda”. Salir del Euro supone además, para la izquierda radical, renunciar a hacer política europea y asumir la vía nacional como la única por ahora esperando que pase el chaparrón. Otra pega más es que a pesar de estar fuera del Euro se seguirían sufriendo las consecuencias del modelo global que se extiende no sólo por la zona Euro sino por toda la UE y su área de influencia, más amplia.

Por el contrario si denunciamos una causa común nos permite exigir una respuesta política de ámbito europeo, no meramente nacional. Con ello centramos la energía en la posibilidad de sumar esfuerzos, políticos, sindicales y sociales, a escala europea. Hay que señalar que la existencia de un Parlamento Europeo como órgano de decisión que representa la soberanía popular europea permite acabar con el mecanismo intergubernamental actual, tan poco democrático. De esta forma sí se puede modificar la toma de decisiones y conseguir que esté a favor de políticas europeas totalmente diferentes, sociales, de pleno empleo, respetuosas con la naturaleza. Intentar refundar la UE implica hacer política con mayúsculas y situar la lucha de clases en su sitio: frente a la organización y primacía del capital europeo y sus aliados desarrollada desde 1957 (Tratado de Roma), oponer las fuerzas y proyectos de los trabajadores europeos para evitar una guerra de todos contra todos. Hacer realidad un sueño de los revolucionarios europeos tras la Segunda Guerra Mundial, una Europa de la solidaridad europea forjada en la lucha contra el nazismo y el fascismo.

Hay dos hechos alentadores en medio de este panorama, la respuesta del pueblo griego dando un apoyo importante a Syriza, una formación semejante a Izquierda Unida que apuesta por esta segunda vía señalada y las movilizaciones impulsadas por la Confederación Europea de Sindicatos (CES) que, tras hacer autocrítica por su “Sí crítico” a Maastricht apuesta ahora por otra dinámica europea de creación de empleo, instrumentos económicos europeos (fiscales, salariales, financieros) con una inversión del 2% del PIB comunitario, y servicios públicos europeos.

Se trata de una empresa de grandes dimensiones que exige a la izquierda crear un modelo alternativo en ausencia de referentes concretos a los que poder recurrir. Puede dar vértigo construir una propuesta que contenga dimensiones de, a) estructura democrática europea plenamente participativa opuesta a la actual y dando protagonismo a los pueblos europeos y a su conjunto, b) contenidos económicos que vayan más allá de la búsqueda inmediata de beneficios para situar el centro en la satisfacción de necesidades de la población, la creación de empleo y el respeto a la naturaleza, y c) valores sociales, ciudadanos y éticos alternativos, que contribuyan a su vez a un orden mundial igualmente alternativo entre las hegemonías agresivas imperantes. Puede dar vértigo pero vale la pena el intento.