Las llamadas concertinas, alambres con cuchillas que se están instalando en las vallas de Ceuta y Melilla, se han convertido en un cruel ejemplo de hasta qué extremo puede llevar la concepción de una Europa fortaleza, insensible al sufrimiento humano en aras del control de la inmigración.
En una reciente entrevista, el ministro del Interior del Gobierno del PP, Jorge Fernández Díaz, ha recordado que el PSOE ya instaló las llamadas concertinas y que no hay un método más eficaz para hacer frente al problema de las oleadas de inmigración ilegal.
En efecto, estas cuchillas ya fueron instaladas en 2007 por elMinisterio del Interior, bajo el mandato de José Luís Rodriguez Zapatero. Ya sabemos que el bipartidismo ha compartido en gran medida el diseño del modelo migratorio en nuestro país. Aunque en 2007 acabaron de ser retiradas debido a las terribles consecuencias de su uso, pues se constató la gravedad de las lesiones que producían a las personas que intentaban saltar la valla. En su momento fueron condenadas por el Defensor del Pueblo, organizaciones de derechos humanos españolas y organismos internacionales.
Ante el revuelo provocado en estas semanas, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, encargó un informe para valorar desde un punto de vista legal el impacto de esta medida, aunque el resultado de la investigación estaba cantado de antemano; de hecho, como lo demostraron varios medios de comunicación, las obras de instalación no cesaron en ningún momento. Según recoge ufano el diario La Razón, según juristas “expertos” en la materia, las cuchillas en las vallas se consideran un mecanismo legítimo de defensa; el argumento es ridículo y, al mismo tiempo, una clara muestra de una forma de abordar los desplazamientos de población como si se tratara de escenarios bélicos y el objetivo fuera frenar el avance de un ejército enemigo.
Aunque aún más ridículas si cabe son las declaraciones del portavoz de la empresa fabricante de las concertinas, European Security Fencing (ESF), que ha insistido en que el objetivo de este tipo de cuchillas «no es cortar», ya que sólo tendrían un “efecto psicológico y visual de que hay unos filamentos que si accedes te puedes hacer daño».
El ministro del PP ha utilizado también como argumento que se ha incrementado la presión sobre Ceuta y, sobre todo, sobre Melilla en los últimos meses. Según Fernández Díaz, la cooperación europea ha ayudado a cerrar la vía marítima, pero “cuando se les cierra una puerta, las mafias que trafican con estas personas buscan otra”. Otra vez el manido recurso a las mafias; aunque este argumento del ministro del Interior refleja también el fracaso de las políticas de control de fronteras de la UE.
La estrategia represiva con los muros, la conversión en gendarmes de los países de tránsito, FRONTEX, la externalización de fronteras y ahora EUROSUR (nuevo sistema europeo de vigilancia de fronteras, presentado estos días), no ha hecho más que desplazar los puntos de llegada, diversificar las vías de acceso, aumentar el riesgo en la personas que emigran y poner en cuestión la universalidad de los derechos humanos, principio inspirador del UE según sus documentos fundacionales.
Lampedusa, hipocresía y maldad
Los recientes dramas reiterados en Lampedusa han demostrado que las medidas de control de fronteras, en vez de hacer desaparecer este drama lo han aumentado. Son millares los inmigrantes que pierden la vida en la frontera sur de la UE cada año, como la pierden en todos los puntos calientes de la emigración en el planeta, ya sea en los desiertos entre México y Estados Unidos, las costas de Australia en el océano Índico o las fronteras de Sudáfrica.
Ante estos hechos, rasgarse las vestiduras como lo hacen los altos funcionarios de la UE ante tragedias como las vividas en Lampedusa no es más que un ejercicio de hipocresía; pero, como ha expresado una declaración del Área de Migraciones de Izquierda Unida, permitir la instalación en las vallas de Ceuta y Melilla de “instrumentos de destrucción masiva” destinados a los cuerpos de la personas emigrantes, va más allá, es un acto de maldad incalificable, una crueldad que define una comunidad, un Gobierno y una sociedad que lo permite.
La instalación de estos objetos cortantes, que digan lo que digan pueden generar lesiones graves e incluso la muerte, y para eso se instalan, está dirigido a quienes huyen de los conflictos armados, buscan protección frente a persecuciones de todo tipo o, simplemente, aspiran a una vida mejor que a la que les condena el capitalismo globalizado de nuestras días. En el capitalismo real las personas también votan con los pies y está es la respuesta de las falsas democracias liberales.
En el control de las fronteras no vale todo. Y no cabe “obediencia debida” ante medidas que atentan contra la dignidad y la integridad física de las personas de una forma tan brutal y cruel. La rebelión democrática tiene una nueva razón de peso.
Abogado y miembro del Comité Federal del PCE