Una de las cuestiones más inéditas del momento histórico que nos está tocando vivir es la alta cualificación técnica de unos jóvenes que, a pesar de ello, no tienen lugar en el mercado laboral o lo encuentran muy por debajo de su cualificación. Además parece que se resignen mucho más que los trabajadores y proletarios de otras épocas, que tengan menos conciencia de clase incluso. Como señala Juan Carlos Monedero en ese manual que titula Curso urgente de política para gente decente (Seix Barral), se trata de “una generación de jóvenes que han tenido acceso a estudios y que, estando mejor preparados que sus gobernantes, han decidido alejarse de todo lo que huela a Estado o gestión política. Su ingenio se consume en inventar astutos comentarios en Internet o en consumir con mirada aguda inteligentes series de televisión y también programas basura en los que leen lo que les conviene. El grueso de los gobernantes, enfrente, con malas notas en los estudios, nula producción científica en ningún campo del saber, torpeza verbal, falta de ingenio y dificultades -e incluso incapacidad- para sostener un discurso sin leerlo”.

De ahí que descubramos en los Presupuestos Generales del Estado para 2013 que 68 asesores del Presidente del Ejecutivo, Mariano Rajoy, no poseen graduado escolar. El Gobierno confirmó que, efectivamente, para el nombramiento de este tipo de personal «no se exige el requisito de estar en posesión de titulación alguna» (El Huffington Post, 27-1-2013). Y es evidente que esos no graduados no lo son por proceder de familias humildes y no haber tenido oportunidad de estudios.

Históricamente el dominio de los gobernantes sobre los pueblos estaba basado en la mayor formación del opresor y su privilegiado acceso a la información. Es verdad que en torno al déspota gobernante había toda una pléyade de mediocres y serviles, pero en el vértice del poder se encontraban Rasputines y Maquiavelos, siempre tan perversos como brillantes. En cambio, el vulgo se mantenía iletrado y analfabeto como la mejor manera de lograr su sumisión al poder político, religioso y militar. Hoy, en cambio, el gobernante es mediocre y lerdo mientras que el dominado es un joven capacitado y altamente formado, que mira con desprecio y arrogancia al político, pero que soporta -altivo, eso sí- el atropello. Por su parte, el gobernante acepta con humildad el desprecio de la joven generación, pero no le preocupa porque sabe que no maquinan su derrocamiento, a lo más utilizarle como objeto de chiste y sorna.

En España es normal encontrar a un repartidor de pizza o un mensajero licenciado superior con un brillante discurso crítico contra el gobierno, en twitter descubrimos brillantes y cultos comentarios de jóvenes que viven prácticamente en la indigencia. En los medios alternativos aparecen artículos acertadamente razonados e hilvanados elaborados por personas que no encuentran en nuestro mercado laboral una forma de subsistencia. En el otro lado, lo que vemos son Carromeros, Fabras, Berslusconis, Bush… Todos ellos objeto de burla, pero bien remunerados y con poder de decisión (o al menos cumpliendo las decisiones que otros les encargan). Parece como si se hubiese cumplido la predicción de la comedia cinematográfica Idiocracia, donde retrasados mentales, actores porno y mentes infantiloides acaban gobernando el mundo.

Es evidente que no existe la fascinación y el temor que históricamente infundía el poderoso y provocaba la sumisión. Pero no basta con tenerlo por imbécil y mediocre, hay que convencerse de que la subversión es necesaria, que el miedo al tirano no puede ser sustituido por el miedo a perder lo poco que tenemos y que el talento de nada sirve si no se pone al servicio de cambiar el mundo.