Hoy, 31 de enero de 2014, ha muerto en Madrid el filósofo Carlos París. Con la premura de las nuevas tecnologías de la comunicación que tanto estudió, nos ha llegado a Gijón la triste noticia. Tenía 88 años. Para nosotros, su muerte va dejando constancia de la herencia de una generación de hombres y mujeres que fraguaron la España moderna con su trabajo y esfuerzo. Nacida toda ella en el seno de la Edad de Plata (ese período maravilloso, sorprendente, poco estudiado y menos conocido que se cerró en falso en pleno proceso de transformación con el advenimiento de la Guerra Civil), su generación padeció la guerra y le tocó, después, reconstruir España sobre las ruinas de la historia.

Carlos París contribuyó a esta labor con su trabajo de catedrático de Filosofía en las universidades de Santiago de Compostela, Valencia y en la Universidad Autónoma de Madrid, y es una figura esencial para la historia de la institucionalización de la filosofía académica en la España moderna, como fundador del Departamento de filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid, como Decano de la Facultad de Filosofía, así como por su faceta de Presidente de la Sociedad Española de Filosofía, o de Director del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma, en donde surgió también un grupo de investigadores inquietos “por la renovación de nuestros sistemas educativos”. Es especialmente importante, en este sentido, su libro La Universidad española actual: Posibilidades y frustraciones, en donde pretende contribuir al “empeño de una Universidad libre, abierta a todas las fuerzas creadoras de España, digna de nuestro pueblo. En la segura esperanza de su realización”.

Su obra sólida y extensa, construida desde la atención más precisa y actualizada a los problemas de la ontología moderna derivados de las nuevas teorías de la física, se dirigió hacia la Filosofía de la ciencia, y de la técnica, a la Antropología filosófica e, irremediablemente, a la Filosofía política y a la Ética, sin olvidar el tema de España, tan cuidadosamente estudiado en su trabajo sobre Unamuno y particularmente en su interesantísimo libro Fantasía y razón moderna, Don Quijote, Odiseo y Fausto, sobre todo en lo que se refiere a su lúcido y sorprendente análisis de El Quijote. Cultivó la filosofía con devoción y respeto, sin demasiadas pretensiones de sistema o de escuela, sino guiada por una seria preocupación política constante, su compromiso con la causa de una España que nunca acaba de imponerse definitivamente, de la España del carbón y del acero, del trabajo y de la idea, y utilizando claramente, y con mucho sentido común, el materialismo histórico como metodología y herramienta de construcción para sus análisis filosóficos más diversos, en el contexto de la lucha política y de su compromiso con el Partido Comunista de España.

Sin duda, además de la lectura –conmovedora, clara, sincera- de sus Memorias de medio siglo (una primera parte que temo no se habrá completado), su último libro, Ética radical (2012), adquiere el aspecto de un cierre biográfico a una obra robusta y generosa, estrechamente ligada a los problemas del presente, cercana a la política y al compromiso. Merece ser este libro –que ya va por la cuarta edición- una guía para la acción política de las fuerzas que pretenden la construcción de una nueva España “digna de nuestro pueblo”. Y merece serlo porque es una obra filosófica que invita a la acción política y que define el camino de lo posible con claridad. Desde su filosofía crítica de la técnica constata el abismo entre la utopía tecnológica ya realizada y la atávica política actual, y establece los principios materialistas que dan sentido a la lucha política en el presente histórico, canalizándola hacia el horizonte de la socialización de los medios de producción y de comunicación, frente a la fantasía del liberalismo democrático capitalista que ya no engaña a nadie y que queda totalmente desmontada a lo largo de toda la obra.

En maestros como Carlos París reside la memoria de una España que aspira a salir de una vez de esta camisa de fuerza que nos imponen sistemáticamente el fanatismo atávico de los nacionalismos oligárquicos y oligofrénicos, y el afán de lucro de los arribistas que han medrado a la sombra de la raída democracia actual y que conforman los partidos políticos hegemónicos, y la casta aristocrática que los algodona. La memoria de su trabajo filosófico, sus enseñanzas, sus análisis, sus ideas, los secretos -deliciosos- que quedan guardados en sus obras deben ser estudiados por los españoles del futuro, para que integren su existencia en el contexto de la historia política española, para que comprendan mejor su lugar en el mundo y su función política como personas.