Entre unas cosas y otras y, fundamentalmente porque a quienes nos gobiernan no les conviene espolear debates mayores, se nos quería colar de tapadillo un asunto que se quiere tenga más vida entre lobbys y tecnócratas de cancillería que en ágoras públicas donde se debatan abiertamente los asuntos del común. No obstante, la materia en cuestión ha sido llevada al Congreso por el portavoz de La Izquierda Plural, José Luis Centella, y así hemos podido tener conocimiento de la existencia de un avanzado proyecto de tratado transatlántico de comercio o tratado de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea, el TTIP -las siglas en inglés para el nombre técnico del Acuerdo Trasatlántico de Comercio e Inversión- que, de aprobarse con su actual redacción “va a otorgar un poder de influencia sin precedentes para las grandes corporaciones”, ya que establece un mecanismo de solución de conflictos basado en una suerte de tribunales especiales sin territorio fijo que llegarían a plantear un choque frontal con la soberanía de los países.
Durante su intervención el propio Centella se encargó de recordar alguno de los precedentes del tratado de libre comercio entre EE.UU y la UE, como el ALCA o Área de Libre Comercio de las Américas que era la expansión del TLCAN o Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Estados Unidos, México y Canadá) al resto de los Estados del continente americano excluyendo a Cuba. El ALCA era el proyecto de Estados Unidos con el que pretendía eliminar las tarifas aduaneras, llevar la privatización a todos los sectores productivos y de servicios, controlar los recursos naturales y hasta los mercados de esos países a favor de sus poderosas compañías transnacionales.
La acción que marcó el viraje en la zona fue el fracaso que sufrió Estados Unidos en la IV Cumbre de las Américas efectuada en noviembre de 2005 en la ciudad de Mar de Plata, Argentina. Para entonces ya habían llegado al poder algunos gobiernos progresistas. “Estoy un poco sorprendido, pasó algo que no tenía previsto”, le dijo George W. Bush a Néstor Kirchner, en ese momento presidente de Argentina y de la Cumbre, a manera de despedida. La correlación de fuerzas había cambiado y con la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), integrada por 33 naciones, entre ellas Venezuela y Cuba, y sin la participación de Estados Unidos y Canadá, apareció un verdadero mecanismo para la integración de América Latina y el Caribe.
Más atrás en el tiempo y en los acontecimientos, a principios de los años noventa -con Bill Clinton en la Casa Blanca-, ya denunció el Foro de Sao Paulo en su cuarta reunión celebrada en La Habana: “La ausencia de democracia económica y social (…), constituyen las más graves amenazas a la construcción de la democracia política en América Latina”, todo ello fue resumido desde la izquierda mejicana como “la modernización bárbara”. Asimismo, quien fuera candidato presidencial de la izquierda en El Salvador, Rubén Zamora, explicaba a Mundo Obrero a finales de 1993 –en una entrevista de Martín Medem- que a Estados Unidos tras la desaparición de la Unión Soviética ya no le preocupaban los conflictos ideológicos sino la nueva rapiña del “libre comercio”. ¿El contexto?, la inclusión de México en el TLCAN.
Y es que con el Tratado de Libre Comercio culminaba la política económica iniciada por las dictaduras militares en América Latina que tenía su continuación en “las nuevas democracias” a través de la desnacionalización y la dependencia. Una supuesta estabilidad con cimientos de dinamita porque provocaba la miseria de las dos terceras partes de la población y desacreditaba a los gobiernos que eran incapaces de resolver los problemas fundamentales de la mayoría de los latinoamericanos: la alimentación, el trabajo, la vivienda, la sanidad y la educación… Ahora, la historia se repite en la vieja Europa.
Resumiendo, algunos aspectos de la operación en marcha que no conviene olvidar son: el ya apuntado sobre su condición de tratado “prácticamente clandestino”, incluso en plena campaña de las elecciones europeas… Siguiendo este hilo conductor deviene la propuesta acerca de que el debate sobre el tratado emerja a la luz, que se explique y que, finamente, los ciudadanos de los Estados miembros de la Unión Europea puedan votar en referéndum y decidir sobre su futuro… En consecuencia, cuando el ponente alude al hecho innegable de que América Latina empezó a salir de la crisis “cuando acabó con el ALCA”, lo que nace de esa evidencia es un enfoque que recuerda a la ‘variante ucraniana’ –en una lectura muy personal-, puesto que el debate se da –o mejor, no se da- en un escenario lastrado por la acción de una UE supeditada a los intereses norteamericanos.
Ya lo advirtió en su día el cubano José Martí, que “tendría que declararse por segunda vez la independencia de la América Latina, esta vez para salvarla de los Estados Unidos”.