En este mes de octubre hace dos años que participé en un debate organizado por la fundación Canal, de Madrid. Uno de los asistentes fue Percival Manglano (PP) quien días antes había dejado de ser Consejero de Economía y Hacienda de la Comunidad de Madrid. En el transcurso del acto me dijo con tono solemne Desengáñese usted Sr. Anguita, la Democracia llevada hasta sus últimas consecuencias conduce al populismo y a la demagogia y por ello debe ser convenientemente encauzada. Le pregunté entonces que cuáles eran a su juicio los mecanismos políticos, institucionales o ciudadanos que debieran realizar tan extraña e insólita tarea: la respuesta fue contundente: el mercado.

Hace cuarenta años nadie, aunque lo pensara, se hubiese atrevido a formular tal ataque a la esencia misma de la Democracia. Pero ahora, en pleno apogeo del discurso neoliberal, tales afirmaciones son moneda corriente ante el asentimiento generalizado de partidos políticos, sindicatos e intelectuales orgánicos del capital. Las excepciones de las fuerzas y colectivos antisistema (entre los que nos incluimos) se vuelcan con indudable esfuerzo, valor y sacrificio en la lucha contra las medidas que el Gobierno aplica pero no terminan de esbozar con audacia un código de valores, comportamientos y actitudes que negando la ideología neoliberal, vaya conduciendo a invertir el proceso de hegemonía ideológica y de lenguaje del capitalismo.

Desde hace cuarenta años declaraciones, documentos, discursos y textos con gran aparato divulgativo tanto de la derecha oficial como de las izquierdas oficiales han ido cimentando y modelando el hábitat mental de la mayoría ciudadana. Que los gobiernos de Reagan y Thatcher estuvieran en la raíz de las políticas reaccionarias no era suficiente si no se conseguía, además, el consenso del ciudadano medio en torno a valores, visiones y prioridades.

Ya en el Chile post Pinochet y recogido por el Círculo de Empresarios de Madrid se afirmó que La globalización plantea la existencia de fuerzas que nadie ya puede controlar y que están transformando el sistema mundial. Nótese el componente irracional que introduce la afirmación al remarcar lo irremediable del proceso globalizador. En la misma línea que la famosa TINA ( there is not alternative, no hay alternativa) de Thatcher. Abandonad toda esperanza.

Tietmeyer, Presidente del Bundesbank en 1994: Los políticos deben aprender a obedecer las decisiones de los mercados.

Alain Minc, asesor ideológico de Sarkozy : El capitalismo representa el estado natural de las cosas, la democracia no.

Jean Arthuis, Senador y asesor del Primer Ministro francés Balladur sobre el mercado único: Se trata de fabricar allí donde es menos caro y vender donde existe poder de compra. Hoy existe un divorcio entre el interés de las empresas y el de la Nación.

Fernando Faria de Oliveira, Ministro de Comercio de Portugal en 1990: El Estado del Bienestar es incompatible con el mercado.

Antonio Argandoña, economista en 1996: La Carta Social Europea tendría un impacto muy negativo sobre la competitividad, el crecimiento y el empleo.

José María Cuevas, Presidente de la CEOE en abril de 1997: La reforma (del mercado laboral) debe suponer que las Magistraturas no intervengan en decisiones estrictamente empresariales. No se puede decir de manera más brutal la supresión del Derecho Tuitivo.

Gerhard Schröeder, Canciller socialdemócrata de Alemania entre 1998 y 2005: La moneda única traerá más paro.

Rodrigo Rato, Vicepresidente del Gobierno y Ministro de Economía entre 1996 y 2004: Se impone una reforma del mercado laboral y una privatización de los servicios públicos.

Luis Ángel Rojo, Gobernador del Banco de España entre 1992 y 2000: Es necesaria una política que se fundamente en la moderación salarial.

Gregorio Peces Barba del PSOE, Presidente del Congreso de los Diputados entre 1982 y 1986 refiriéndose al artículo 35 de la Constitución que plantea el Derecho al Trabajo: Debemos desembarazarnos de una promesa incumplida (la del citado artículo 35) y de imposible cumplimiento, de una servidumbre, justificada en el pasado pero que hoy puede ser una gigantesca hipocresía.

Estas pequeñas muestras de lo que pensaban, y piensan, quienes han gobernado, gobiernan y pretenden seguir gobernando nos plantean una interrogante: ¿Quiénes, salvo una minoría, no se percataron de lo que se estaba cociendo? ¿Quiénes, salvo esa minoría, obviaron el análisis, el estudio, la reflexión y en el caso de la sedicente izquierda el respeto a su base social?

Entonces, como ahora, una troupe de políticos gregarios del escaño, la prebenda y la funesta manía de no leer ni pensar, satisfacían su conciencia usando como coartada dos vocablos totalmente prostituidos por los tahúres del poder: la Modernidad y la Eficacia. Ya vemos adonde ha conducido eso. Creo que debemos afrontar la tarea del desmontaje de una ideología fraudulenta y que se escuda en la pseudociencia. Esa es la tarea primordial de hoy; desalojar con rigor, paciencia, lucha social y método esa quincalla que adormece y mina los pilares del pensamiento liberador. Empecemos recuperando el lenguaje.