En 1910, durante el Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, Clara Zetkin (1857-1933), dirigente del Partido Socialdemócrata alemán SPD, propuso que se estableciera el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, en homenaje a las obreras que llevaron adelante las primeras acciones organizadas en el sector textil contra la explotación de la que eran objeto. En este sentido hubo varios referentes; en marzo de 1857 las mujeres trabajadoras del sector textil –mayoritariamente femenino- se manifestaban en New York en contra de las jornadas agotadoras de más de doce horas al día y por la igualdad salarial respecto a los hombres, siendo fuertemente reprimidas por la policía. También en la misma ciudad en marzo de 1909 habían organizado importantes huelgas y manifestaciones. En 1911 murieron calcinadas 146 trabajadoras de la fábrica textil Triangle Shirtwaist en un incendio que puso de manifiesto las condiciones infrahumanas en que estas mujeres jóvenes, la mayor parte inmigrantes, tenían que trabajar.

Recordemos que Clara Zetkin se dedicó a la organización de las mujeres trabajadoras y fundó en 1891 el periódico Die Gleichheit (La Igualdad), que se transformó en uno de los medios de expresión más importante de las mujeres socialistas de su época. Reivindicó el derecho al voto para las mujeres así como la igualdad en cuanto a derechos civiles, políticos, económicos, laborales y sociales. Además, se opuso a la dirección de su partido cuando éste se alineó con la burguesía nacional alemana votando a favor de los créditos de guerra en la 1ª Guerra Mundial.

A lo largo del siglo XX las mujeres se incorporaron al mercado laboral, al trabajo remunerado, lo cual supuso un paso adelante que facilitaría su autonomía en muchos aspectos. Sin embargo, esto no se dio en condiciones de igualdad por lo que las mujeres siguieron siendo mano de obra barata y su salario un complemento intermitente a los ingresos de los hombres. Las organizaciones sindicales se mostraron muy reacias a otorgarle peso a la reivindicación feminista de ‘a igual trabajo, igual salario’, lo cual tuvo bastante que ver con el hecho de que muchas mujeres trabajadoras no se sintieran identificadas con los sindicatos y buscasen crear sus propias organizaciones de mujeres. Pensamos que el movimiento obrero se habría fortalecido si hubiese aceptado defender las demandas de las trabajadoras con el mismo empeño que defendían las de los varones. Tampoco se produjo el necesario reparto de las tareas no remuneradas en el espacio doméstico: cuidado de hijos e hijas, familiares, enfermos etc. Como muy bien desarrolló la teórica rusa Alexandra Kollontai a principios del siglo XX, la ‘mujer nueva’ esperaba un ‘hombre nuevo’ con el que compartir con ‘camaradería’ trabajo y vida.

En cualquier lugar del mundo las mujeres han trabajado y trabajan mucho y en condiciones duras, en tareas poco ‘delicadas’, cobran poco, no poseen las tierras que trabajan, se enfrentan a la ‘doble jornada’ y siempre creen que deberían hacer más.

Pero no fue hasta los años sesenta y setenta del siglo XX que muchas mujeres fuimos conscientes de que no solo estábamos oprimidas por el sistema capitalista sino también por el patriarcado, que como muy bien señaló Kate Millet, es el sistema de dominación más universal y longevo que existe. Se ha dado en todo tipo de sociedades aunque sí es cierto que ha resultado muy funcional al sistema económico imperante, sobre todo ahora en su fase neoliberal.

Las luchas de las mujeres por la igualdad y por ser reconocidas y visibilizadas como sujetos en todos los sentidos no se han recogido con veracidad en los textos históricos que conocemos hasta nuestros días. En todo caso aparecen algunas referencias y una visión distorsionada de esas luchas. Esto es el resultado de siglos de androcentrismo que se refleja tanto en un libro de filosofía como en las novelas o películas más triviales que van conformando el modo en que la sociedad percibe qué son y qué han hecho las mujeres a lo largo de la historia. Solo se visualiza un sujeto histórico masculino. Sin embargo, en las últimas décadas contamos con cada vez más trabajos con perspectiva feminista que sí reconocen y reconstruyen toda la ‘épica’ de las mujeres transformando la historia. Es fundamental, ahora que conmemoramos el 8 de Marzo, en estos años de graves retrocesos para nuestros derechos, no olvidar que formamos parte de un hilo violeta que desde hace siglos constituye nuestra genealogía de lucha por la igualdad. Seguimos reivindicando, como lo hicieron las compañeras de antaño, la igualdad salarial, el derecho a estar representadas donde se toman las decisiones, a no ser una mercancía y a una igual libertad para decidir sobre cualquier aspecto de nuestras vidas.