La música popular del mundo occidental europeo y norteamericano que emanó tras la segunda guerra mundial ha alumbrado siempre ejemplos de sencillez y pulcritud interpretativa junto a muestras de grandiosidad en los arreglos. Ambos lados son válidos y cada cual escoge lo que más le gusta. Como eso no ha cambiado, el día a día se empeña en demostrar que se pueden hacer grandes canciones con los mínimos ropajes. Intérpretes que desde el lado folk, pop, soul y rock se acompañan de una guitarra o un piano, más quizá una casi imperceptible presencia de una sección rítmica o de cuerda, para desde la sobriedad dejar fluir unas composiciones que apelan a los sentimientos, que son al fin y a la postre la esencia de la mayoría de la música.
Tres vocalistas y compositores, como claros exponentes de esta línea musical, atraen mi atención por razones varias. Dos británicos, Adele y Sam Smith. Uno estadounidense, Dylan LeBlanc. Unos de indudable repercusión mundial; el tercero dentro de un círculo más reducido. Empiezo con Sam Smith. Tanto en su forma de cantar como en su puesta en escena es la quietud, el recogimiento, el minimalismo estético del pop inglés sustentado en el modo de expresión de un soul muy tamizado. A los ingleses hay que reconocerles lo bien que saben sacar partido a estilos puramente negros de la música norteamericana y luego vendérselo con una marca propia. Sam Smith puede parecer soso, aburrido, ñoño. A mí, sin embargo, me reafirma en el convencimiento de que se puede salir adelante en un arte muy dado a la exageración defendiendo los recovecos de la intimidad.
El mayor exponente hoy en día de esta línea es sin duda Adele. Tres discos en el mercado y es un fenómeno mundial. Se le podría denominar como el ‘fenómeno Adele’. Se han hecho bien las cosas con ella. Ha esperado cuatro años para publicar su tercer álbum, todos nombrados con su edad. No han jugado a artificios raros con sus nuevas canciones. Lo que funciona, mejor dejarlo estar. Canciones melódicas con letras muy sencillas. Es una fórmula de garantía de la música británica desde tiempos remotos. Es la música pop, es decir, ‘popular’, entendida como el intérprete dando vida a historias que llaman a los sentimientos más cercanos con el protagonismo de la voz y el realce de un instrumento; en este caso, el piano. Adele no araña cuando canta, ni siquiera cuando entra en terrenos escabrosos de la relaciones humanas y su voz se torna un tanto felina. No, para eso ya hay otras cantantes. Ella domina el registro melódico y en eso pocas la superan.
Y el tercero que traigo este mes. Un cantautor atípico estadounidense llamado Dylan LeBlanc con su reciente trabajo, ‘Cautionary Tale’. Como los anteriores, está entre los 25 y 30 años. Este músico de Louisiana retuerce sus canciones para desgarrar tejidos a través de la vía folk. El lector podría reconocer un cierto aire al Nirvana acústico y tendría razón porque la instrumentación es muy similar y por momentos la voz pasa del exquisito tono narrativo a un insinuante acento áspero. Instrumentos de cuerda que se agradecen (violín, viola) y de viento (trombón y trompeta) al clásico cuarteto de guitarra, bajo, teclado y batería. Muy mimados los coros, como hace Sam Smith -pero éste desde el lado soul y gospel-.
Dylan LeBlanc es la apuesta de este mes, sobre todo porque goza de una plataforma publicitaria muy pequeña respecto a los otros dos, Adele y Sam Smith. Pero para los tres, mis respetos.