Existe una muy extendida confusión con la palabra productor. Según definición de la RAE, productor -en su acepción 3- es la “persona que con responsabilidad financiera y comercial organiza la realización de una obra cinematográfica, discográfica, televisiva, etc. y aporta el capital necesario”. Puede que sí se ajuste para el cine o la tele, pero no en la música. La grabación de un disco la sufraga -o así ha sido hasta la aparición del crowdfunding- una discográfica. Paga las horas de estudio, a los ingenieros de sonido, a los músicos, a los diseñadores de la carpeta y a una persona cuya función es la de ‘dirigir’ la obra, es decir, es el director de la grabación. Ésa sería realmente una buena definición y no la de productor. Una misión equiparable al realizador de televisión o al director de cine.
De todos es conocido los dimes y diretes de las películas. Que sí tal o cual actor o actriz se lo ponía muy difícil al director o que las exigencias de éste cabreaban sobremanera a los actores. En la música, las entrevistas con los artistas tienen su gracia. Cuando responden a preguntas a los pocos días de haber lanzado un nuevo disco, las respuestas sobre el ‘productor’ suelen ser del tipo: ‘Ha sido genial, supo captar desde el principio el sonido que buscábamos con nuestras canciones’. Luego, pasado un tiempo y coincidiendo con un nuevo trabajo, te topas con respuestas así: ‘Sí, esta vez sí hemos conseguido el sonido que queríamos’, lo que implica que lo anteriormente declarado no era del todo cierto.
En un estudio de grabación se pasan muchas horas. Además, se trabaja contrarreloj, porque unos buenos estudios cuestan bastante dinero y el contador de pago arranca desde que se abre la puerta y se empiezan a conectar los primeros cables. De ahí que sea esencial el entendimiento entre los músicos y el ‘productor’ o ‘director de la grabación’. Antes hay que haber hablado mucho, buscado referencias, anotado ideas de unos y de otros, haber hecho pruebas. A tal punto, que cuando entras en el estudio sea para grabar y corregir matices.
Keith Richards, guitarrista y compositor de Rolling Stones, ha publicado hace escasos días su tercer álbum en solitario, ‘Crosseyed Heart’. Él y Jagger son el alma de la banda de rock más longeva de la historia. Sin embargo, en una entrevista reciente decía muchas cosas sensatas e interesantes. Entre ellas, ésta: “Siempre pienso que quizá esta cosa (la suerte) tiene todo que ver (con el éxito de un grupo). ¿Te encuentras a la gente adecuada para tocar? Esa es la esencia de una banda y tú puedes tener un millón de virtuosidad ahí fuera, pero a menos que ellos puedan trabajar juntos y sumar sus energías…, esa es diferente. Para mí es un milagro; tuve suerte de conocer a Charlie Watts (batería) y a Mick Jagger. Con ese tipo de material no te vas a equivocar”.
The Beatles encontraron a George Martin. Esa fue su gran suerte. Apodado el Quinto Beatle, murió en los primeros días de abril a la edad de 90 años. Es el ejemplo perfecto de un ‘director de grabación’ modélico. Un hombre culto, pianista de formación clásica, esmerada educación, perfectos modales. La persona necesaria para apaciguar la explosión de egos entre John Lennon y Paul McCartney. El receptor de la catarata de ideas que fluían por las mentes prodigiosas de esos dos enormes músicos más el otro grande que fue George Harrison. Su papel de ‘hombre tranquilo’ y sabio concretaba las ideas más desorbitadas en preciosos arreglos. Porque él era arreglista, compositor, director de orquesta, ingeniero de sonido. Él era todo eso de lo que los cuatro fabulosos de Liverpool carecían. Un hombre al que The Beatles le deben mucho de su éxito. Tipos así merecen un punto y aparte.