Un viejo debate: la publicidad se sirve de la música o la música se apoya en la publicidad. Un dilema al que he dado más de una vuelta desde hace ya varios años. La primera postura arguye que los anuncios en medios audiovisuales utilizan canciones con fines espurios al servicio de las ventas del producto sin importarles un carajo la pieza escogida, salvo en la cuestión de que debe ser lo suficientemente pegadiza como para enganchar al público con la primera escucha o visualización.

La segunda defiende el hecho de que los anuncios de televisión y radio con una canción conocida o no tan popular como fondo sonoro son un magnífico soporte promocional. Y dan prueba de ello con algunos temas semidesconocidos de grupos de escaso eco y que gracias a que una de sus canciones fue seleccionada para una promo de un coche o cualquier otro utensilio conocieron el estrellato. Incluso van más allá. Grupos consagrados que han caído ya en el olvido ven reverdecer sus laureles gracias a la recuperación de parte de su legado dentro del mundo de las ventas.

El cenit de la simbiosis entre publicidad y música fue el lanzamiento a finales del siglo pasado de un disco recopilatorio con los temas que se habían hecho muy conocidos gracias a prestar su melodía y ritmo a un producto. El disco tuvo una acogida tibia. Pero esta práctica sigue vigente. Voy a poner algunos ejemplos.

El tema de Queen, “We will rock you”, se convierte en “Supermillonario” para la venta de no recuerdo qué lotería. La última campaña de El Corte Inglés cabalga sobre una de las canciones de amor más bonitas jamás escrita y cantada, cual es “Your song” de Elton John. Una de las obras míticas del rey del funk, James Brown, impulsa las bondades de una cafetera aprovechándose de un ritmo irresistible. De igual manera, un tema de amor doloroso a la italiana de Sandro Giacobbe acompaña las excelencias de una cuenta bancaria. Y en el colmo de los colmos, el candidato republicano Donald Trump se presentó a uno de sus mítines con el tema “Revolution” de The Beatles.

Claro que la música popular no está reñida con la publicidad. Todo lo contrario. Sin embargo, hay límites que no deberían traspasarse so pena de causar perversiones. En nada tenía que ver la letra de “Your song” con la voz en off del locutor ni el mensaje de James Brown cuando cantaba “I feel good” con las prestaciones sin igual de una cafetera último modelo. Distinto es cuando las estructuras musicales de la música pop han inspirado a los compositores de música para anuncios. Uno de los más famosos es ese de las muñecas de Famosa o cuando se espera con deleite la música y la coreografía de Freixenet. Es lo que se llama ‘jingles’, o sea, piezas musicales con o sin letras escritas exclusivamente para un anuncio y que en algunos casos eran obras maestras.

Gracias a esos anuncios, algunos músicos se han ganado la vida. Pero lo otro no es de recibo: ahora cojo esta canción y porque me gusta su melodía la escojo -previa solicitud de permiso y el pago correspondiente a quien posee los derechos de autor- para vender mi nueva lavadora, por ejemplo. Hay una cosa que se llama ética y cuya distorsión causa un gran daño tanto a quienes nos gusta la música como a quienes tienen talento para componer música para publicidad.