Quien lea este artículo seguramente comparta con las autoras la misma sensación de hastío y de cansancio ante unas nuevas elecciones. Parece como si quisieran enterrar las ansias de cambio de buena parte de la clase trabajadora de este país debajo de campañas electorales y debates vacuos. Desde luego, Rajoy afronta las terceras elecciones como una carrera de resistencia en que confía en el aguante de los votantes más conservadores. Lo mismo deben pensar destacados dirigentes socialistas, que antes de afrontar el reto de articular un gobierno alternativo al de las derechas, prefieren una nueva cita con las urnas soñando con que ésta pueda reforzar el bipartidismo.
En los últimos años pareciese como si viviésemos en una campaña electoral permanente. No sólo por la concentración de convocatorias electorales, sino por los continuos cambios en el ritmo de la política. En un año hemos vivido unas elecciones municipales y autonómicas históricas, que supusieron un cambio de escenario como no se producía desde las elecciones de 1979. También dos comicios generales casi consecutivos, en que se transformaba el sistema de partidos inaugurado en 1982. Prácticamente llevamos dos años seguidos en campaña electoral.
Sin embargo, somos conscientes de que los trabajadores y las trabajadoras no nos podemos permitir otro gobierno de la derecha. La oligarquía española, jaleada o impulsada por las instituciones europeas, preparan otro nuevo ajuste a nuestros derechos y a nuestros salarios. En las urnas y en la calle, tenemos que hacerles frente si no queremos perder otros veinte años en calidad de vida. El ciclo político no se ha cerrado, y la crisis de gobernabilidad y de régimen, y el empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría que ha significado, sigue adelante.
Ante la nueva etapa, haya elecciones o no, conviene analizar la campaña de las elecciones del 26 de junio. En Mundo Obrero ya hemos compartido los primeros análisis de los resultados electorales, y seguiremos haciéndolo pues las tendencias sociales de fondo que reflejan los resultados son de una gran trascendencia. Respecto a la campaña, es también necesaria su evaluación, que ha formado parte de importantes debates en los últimos meses.
No hay duda de que la campaña electoral del 26J ha estado fuera de lo común. Desde 1986, y en algunos territorios incluso antes, los y las comunistas nos hemos presentado en diversas coaliciones. Forma parte de nuestra mejor tradición política la búsqueda de la máxima unidad frente a los partidos de la oligarquía. Pero nunca habíamos afrontado unas elecciones en una coalición tan amplia, por su tamaño y por la variedad de discursos y tradiciones que componía (en este sentido quizás sólo fuese comparable con las elecciones de 1986).
Ha sido una campaña en que los grandes medios de comunicación y la derecha (valga la redundancia), nos han colocado en el centro de sus ataques. El discurso del miedo, los insultos y las amenazas veladas o abiertas, han estado en el orden del día. Aunque el anticomunismo es uno de los elementos estructurales del pensamiento dominante, hacía tiempo que no se hacía tan explícito durante una campaña electoral. El discurso anticomunista surgió en el mismo momento en que se producía el acuerdo electoral entre IU y Podemos; y no decayó hasta la misma noche electoral.
La campaña del miedo contó con el acompañamiento del PSOE y de C’s, lo que sitúo al PP en una situación harto ventajosa. La campaña discurría como un tres contra uno, en que pareciese que Unidos Podemos hubiese gobernando el país. El PP apenas tuvo que dar cuentas del drama social que han provocado sus políticas económicas. El PSOE y C’s, al sumarse a la campaña del miedo, prepararon el camino al PP para su recuperación electoral. Al final, esta estrategia jugó también en su contra.
Pero sobre todo es importante que afrontemos los errores y las limitaciones de nuestra propia campaña. En el diseño de la campaña, desde IU quisimos que esta fuese de desborde, una campaña popular. Veíamos como imprescindible una campaña que estimulase la unidad popular más allá de lo electoral. Era imprescindible en términos estratégicos y electorales. Tomamos como modelo las campañas de Ahora Madrid, Barcelona en Común y las Mareas, en que la gente hizo suya la campaña. Incluso queríamos ir más allá, aprovechando las elecciones para impulsar espacios de unidad que promovieran la movilización social pasadas las elecciones. Obviamente estos objetivos no fueron cumplidos, pero serán claves en los próximos meses, haya o no haya elecciones. Tal como hemos debatido y aprobado en la XI Asamblea de IU, sólo desde la movilización y la unidad podremos enfrentar la contrarrevolución conservadora que estamos viviendo en nuestro país.
Otro de los objetivos de la campaña era conseguir movilizar toda nuestra capacidad militante de cara a la campaña. Más allá de las convocatorias electorales, nuestro objetivo siempre ha sido situar al militante en el centro de la comunicación política. Para eso un reto que siempre nos proponemos es hacer una campaña en fases, que movilice, de adentro afuera, a la militancia, a los y las simpatizantes y a activistas cercanos. Pero en estas elecciones este objetivo era aún más necesario que nunca. Tras las elecciones del 20-D nos encontrábamos desmovilizadas y abatidas después de un resultado decepcionante e injusto (si podemos utilizar este adjetivo para valorar un resultado electoral); y también cansadas de convocatorias electorales. Desde enero nuestra principal preocupación fue recuperar el nervio militante, con debate y reelaboración de la estrategia. Obviamente el objetivo no se cumplió completamente: el cansancio pasó factura a todas las formaciones. Pero podemos afirmar con total seguridad que la militancia de IU, y especialmente la comunista, fue (proporcionalmente a su tamaño) la más activa con diferencia en la segunda campaña electoral.
Entre los errores, seguramente el principal error fue la falta de valentía. Quizás sea un poco duro decirlo así. También pecamos en muchos momentos de incoherencia, por el ruido que producían discursos contradictorios. Pero creemos que el mayor déficit fue no hacer una campaña más a la ofensiva, que ahondase en propuestas y relatos alternativos de la realidad: una campaña épica, de ruptura, que colocase en el centro del discurso un nuevo proyecto de país como la mejor alternativa política para los trabajadores y las trabajadoras golpeados por la crisis.
Estos errores, que asumimos, sumados a los ataques directos que hemos recibido como coalición a lo largo de toda la campaña, nos permiten señalar varios aprendizajes. El primero de ellos es que cualquier alternativa real al régimen será atacada con toda la artillería propia de aquellos que solo luchan por mantener sus privilegios. La segunda, que para que seamos capaces de generar movilización electoral es imprescindible generar movilización social y ciudadana que acompañe el proceso. La tercera, que cualquier campaña electoral debe ser afrontada en el sentido más político, rompiendo los marcos propios de la campaña, con valentía, y asumiendo que nuestra alternativa solo puede construirse desde la ruptura democrática y el nuevo proyecto de país.
Responsable de análisis electoral de IU