Estamos de enhorabuena!- dijo Abderrahim mientras sacaba la comida del tuperware que le había preparado su mujer por la noche. Estaban en el descanso del mediodía y a esa hora a Abderrahim le gustaba leer el periódico del día anterior que recogía del bar de la esquina de su casa.

-¿Y eso por qué Moja?- le interpeló Friday, su compañero de trabajo nigeriano – ¿Es que has recogido más lechugas que de costumbre? ¿Es que te van a pagar más de los cuatro euros por caja? – había un cierto tono de ironía en sus palabras. Pero Friday era así. Le gustaba sacar punta de todo. A veces incluso protestaba de más.

-¡Ni que en tu país se ganara más dinero!-, le decían sus compañeros españoles.

A Abderrahim todo el mundo le llamaba Moja, por Mohamed. No le gustaba, él tenía su propio nombre, pero lo prefería a José o Manolo, como le llamaban cuando estuvo trabajando en la frutería. Tampoco Friday se llamaba así, sino Chinué. Lo de Friday le vino cuando se bautizó. Creyó conveniente hacerlo antes de emprender el viaje hasta España. Siendo católico, la poderosa Madre Iglesia le protegería y ayudaría. Changó y los Babalaos tenían poco que hacer más allá del Océano. Como era día viernes, el cura le gastó la broma de ponerle el mismo nombre que el amigo de Robinson Crusoe. De todas maneras pocos le llamaban así. Con decirle Moreno les bastaba.

Abderrahim llevaba tiempo en el país. Atrás habían quedado los años de soledad e inquietud. Tenía papeles, una familia, buenos vecinos. Incluso su hija estudiaba en el instituto. Si no fuera porque su mujer se empeñaba en mantener las costumbres del Islam, en nada se diferenciaría de un español. Como cualquier español, se alegró al leer la noticia que ya no podrían cortar la luz a las familias con pocos recursos. La suya era una de éstas desde que acabó el trabajo en la construcción. Así su hija dejará de tener que estudiar en la calle, a la luz de una farola para no gastar y disimulando ante sus amigas para no hacer el ridículo.

-¡Bien! – exclamó antes de contarle la buena nueva a su amigo –

Se nota que el país vuelve a ir bien, que empieza a crecer.

-¿Qué país? – le dijo Friday mientras bebía un trago de agua.

-Este… Este es ahora mi país – contestó Abderrahim anticipándose a la discusión que se avecinaba. Friday nunca estaba conforme con nada.

-Este no es tu país… Y donde has nacido, tampoco. Los pobres no tenemos país, sólo nuestras manos. Los países son para los ricos… Por eso hemos tenido que dejar nuestra tierra. Por eso tenemos que pagar la luz, el sol, el agua, un techo que nos abrigue… Si fuera nuestro, todo eso nos pertenecería… Lo demás, son tonterías…

Abderrahim se enfrascó de nuevo en el periódico. Friday estaba muy solo. No había podido traer a su familia como él. Por eso nunca estaba conforme con nada. Al pasar de página, se topó con la noticia. El nuevo presidente de Estados Unidos prohibía la entrada de emigrantes musulmanes e iba a construir un muro en la frontera con México. El presidente de España, indignado, le había dicho que no tenía que haber muros ni fronteras. No, mejor aún, que no creía ni en muros ni en fronteras.

Pensó en contárselo a Friday. Si eso era así, podría traer a su familia. Pensó en contárselo pero no lo hizo. En el cuerpo de su amigo todavía eran visibles las cicatrices de los cortes que le dejaron las concertinas cuando saltó la valla de Ceuta. A lo mejor Friday tenía razón. A lo mejor todo era una sarta de mentiras para que se quedara conforme, para que no protestara.

-¡Vamos, arriba! ¿Qué os pensáis que aquí nos regalan el dinero? – la voz del capataz le despertó de sus pensamientos.

-¿Y cuándo nos van a pagar? Nos deben ya dos meses – El propio Abderrahim se sorprendió de sus palabras. No era normal en él llamar la atención. Debían ser las ideas de Friday que se metían en su cabeza.

-¿Y de que os quejáis?… ¡Con la de españoles que hay sin trabajo! – le espetó uno de sus compañeros mientras cogía el rollo de plástico con el que envolver las lechugas.