No es casualidad que el llamamiento a celebrar el Primero de Mayo como día internacional de lucha de los trabajadores fuera iniciativa, en 1889, de la recién constituida Segunda Internacional. No en vano, fueron los años finales del siglo XIX y principios del XX los que vieron nacer movimientos obreros de masas, que alentaron la lucha no sólo por mejoras salariales o de condiciones de trabajo, sino también por el reconocimiento de los derechos políticos y sociales de los trabajadores. “¡Iguales, no más deberes sin derechos!”, clamaba la letra de La Internacional escrita unos años antes.

Tampoco resulta casual que la celebración invocara, en sus orígenes, a los “mártires de Chicago”, sobre todo los cinco ejecutados tras una farsa de proceso judicial, en medio la lucha por la jornada de 8 horas de los sindicalistas norteamericanos en 1886. Aunque no escasean las masacres de trabajadores en casi ningún país, las violencias patronales y de las autoridades contra los obreros organizados forman en Estados Unidos una larguísima retahíla de episodios frecuentemente ignorados.

El Primero de Mayo se concebía como una jornada internacional de solidaridad obrera, pero apelaba a los trabajadores en su país concreto, como creadores de la riqueza social y en su condición de ciudadanos. Reivindicaba la jornada de ocho horas, pero pretendía ser a la vez una demostración de fuerza, elemento de la identidad colectiva de un “cuarto estado” que despertaba y se organizaba para mejorar su situación y, a la vez, preparar las condiciones que permitieran “cambiar el mundo de base”. Desde muy pronto, estas celebraciones se expandieron por todos los países, con expresiones diferentes según permitían las condiciones (huelgas, mítines, fiestas de confraternización). Con sus banderas ondeando, sus himnos, sus estandartes o sus pañuelos rojos anudados al cuello, se insertaron profundamente en las tradiciones de los trabajadores, formando parte de las imprescindibles exhibiciones, periódicas y ritualizadas, de la conciencia y el orgullo de clase.

Las clases dominantes y los Estados utilizaron contra la celebración su violencia represiva y, cuando no era posible o útil, mecanismos de integración y neutralización. Hitler transformó el Primero de Mayo en un controlado Día Nacional del Trabajo. Franco prefirió el 18 de Julio para su Fiesta de Exaltación del Trabajo, aunque luego se plegó también a la maniobra del Vaticano “santificando” el 1º de Mayo con la advocación de San José Artesano. El dictador español agregó el folklore de las “demostraciones sindicales”, en las que sonrientes trabajadores encuadrados por las estructuras del régimen agradecían los “favores recibidos”. Las otras organizaciones obreras (las auténticas) lo celebraban cada vez más con “saltos” u otras formas de protesta, siempre arrostrando la represión. No estaban los tiempos para alegrías, incluso aquel Primero de Mayo de 1977 en el que los principales grupos obreros de oposición (incluidas las Comisiones Obreras) soportaron un año más las cargas, golpes y detenciones aplicadas por los sedicentes “democratizadores” del régimen desde dentro.

Conmemorar desde entonces el Primero de Mayo se convirtió en una manifestación más de la conquista de las libertades. Pero ya entonces comenzaba a pesar sobre la celebración, al menos en los países capitalistas avanzados, la pérdida de impulso del viejo movimiento obrero. Desde entonces, el retroceso de la cultura obrera y la identidad de clase han erosionado el impacto y la emotividad del Primero de Mayo, pero no han rebajado un ápice de su necesidad. Pese al empuje positivo de otros colectivos sociales, el papel del movimiento obrero sigue siendo esencial, porque responde a la contradicción central del capitalismo, esa que no es capaz de “integrar” el sistema, que puede disfrazarse de muchas maneras, pero nunca vestirse de rojo. Como en el caso del escorpión de la fábula, va en su naturaleza.

La crisis económica actual ha sido una nueva oportunidad perdida para poner en jaque al sistema político del 78 y conseguir avances sociales en nuestro país. Tal vez una de las razones radique en el discreto papel asumido por el movimiento obrero. Este Primero de Mayo debería ser el principio de un nuevo ciclo de movilizaciones que ya se anuncia, y en las que la clase obrera tiene que ocupar el puesto que le corresponde, si queremos cambiar las cosas en beneficio de la mayoría.

Historiador