Creo que la realidad no existe, que solo existe el lenguaje, dijo un día Foucault, y desarrolló desde el neokantismo toda una teoría de cómo se crea el mundo desde la interioridad generativa.
Creo que la realidad no existe, que solo existe la imagen; que solo existen los telediarios de máxima audiencia, irrefutables a la hora de crear la realidad. Nos dicen ahora los posmodernos.
La lucha de clases existe, y la vamos ganando nosotros, los del partido de los ricos; dicen los millonarios norteamericanos.
Y así van las cosas. Tanto parecen habernos adelantado en la lucha, que ahora se dedican no a combatirnos en el terreno del lenguaje o de la imagen, sino a intervenir directamente estos instrumentos, a prohibirlos, a acotar los derechos y libertades de expresión y comunicación. No les basta siquiera con el control de los medios o con la censura económica y la dictadura del canon o norma comercial. Este es precisamente el paso que han dado, o que están dando, a la hora de preservar las actuales relaciones de producción, basadas en nómadas y precarios, como polo dominado de la lucha de clases. Este es el paso, digo: crearnos a todos/as un inconsciente, no ya de miedo en la acepción clásica que conocemos, y que termina en la cárcel o en la ruina, sino un inconsciente precario y nómada, esto es, convertirnos en extranjeros en nuestra propia tierra; es más; en nuestro propio barrio, en nuestro propio bloque, en nuestra propia meseta de las escaleras.
Mi vecino cree que soy un rebelde, da igual con causa o sin ella, y que, por tanto, estoy enamorado de la violencia. ¿Y qué es violencia? ¿Y tú me lo preguntas? Violencia eres tú. Simplemente esa mirada con una leve pincelada de sangre es la mirada del odio y de la violencia, viene a decirme. Todo es ya odio y violencia: espacio, tiempo, carne y obra. Con lo cual resulta, tras los últimos autos judiciales, que ni siquiera los del sistema van a necesitar cárceles, dadas las características de la nueva lobotomía social.
Manifestantes, piqueteros, luchadores contra los desahucios, desobedientes civiles… Son no ya en potencia sino en acto presente unos rebeldes. Y hasta la palabra, rebeldía, de tan hondas connotaciones poéticas y revolucionarias, ha sufrido, ante nuestra impotencia, un proceso imparable de envilecimiento.
Sucede que me canso de ser hombre. Desde el exilio y la clandestinidad os escribo. Precario y nómada. Aislado por las miradas prejuiciosas de la gente de bien de mi barrio. Quizás repitiéndome aquello que dijo Brecht: Terrible es la tentación de ser buenos. Pero al mismo tiempo enamorado de la estatua del ángel caído (nunca totalmente caído).
La realidad existe a pesar de todo, por encima del lenguaje y la imagen, y está ahí, y ahora que celebramos el aniversario de Marx, sabemos que es una realidad histórica, y que supone una lucha incansable, a pesar de los disfraces, entre explotados y explotadores. Y también sabemos que, dadas las circunstancias, es preciso atreverse a dejar de ser respetables.