A Paco Fernández Buey, in memoriam
El pensamiento de Carlos Marx reflejado en el conjunto de su obra debe ser leído desde el propio contexto en el que se produjo. La dimensión y trascendencia de su obra cobra sentido en su intencionalidad política de elaborar un aparato teórico, anclado en la realidad, instrumental para la emancipación humana. De forma simple, dada la naturaleza de un texto como éste, podemos afirmar que Marx crea una serie de categorías, que podríamos denominar metodológicas, que le permitieran analizar la realidad del tiempo en el que él vivió con el fin de transformarla. Deducimos, pues, que el pensamiento marxiano no debe reducirse a un simple método, aunque algo de esto tenga, sino que se desarrolla en estrecha relación con el análisis empírico del funcionamiento social del mundo en el que habitó. Entender cómo funciona el mundo para cambiarlo. Aborda su trabajo intelectual como una tarea eminentemente política, pero en todo momento es consciente de sus propias limitaciones vitales. A pesar de la clara vocación totalizadora de una obra de la envergadura de la que él construyó a la largo de su vida nunca pretendió que ésta alcanzara el estatus de obra perfecta, cerrada en sí misma y acabada. Sin entrar en la, para muchos dudosa, diferenciación entre el Marx joven y el Marx maduro, es evidente que su pensamiento evoluciona en la medida en que se enriquece en el debate con otros compañeros y con las aportaciones que le ofrece el propio análisis social que realiza. El gran valor de su obra es precisamente, al menos en mi opinión, su valor instrumental. Esto hace que aún hoy podamos pensar desde Marx. Y podemos hacerlo sobre cuestiones que él abordó en profundidad, pero también sobre otras que simplemente esbozó e incluso, como en la cuestión de la opresión de las mujeres, sobre las que no trabajó específicamente. La hipertrofia de determinadas categorías marxianas y el insuficiente desarrollo de otras no es atribuible a Marx en muchos casos, sino a pensadores posteriores que, con mayor o menor fidelidad a su obra, pensaron desde ella. Esta afirmación entronca con lo expresado por Iris Young, cuando afirma que el pensamiento marxista dedicó una ingente producción al desarrollo de la categoría clase social y muy poca a la de división del trabajo, ambas presentes en su libro La ideología alemana.
La obra de Marx forma parte de una genealogía del pensamiento al servicio de la emancipación y la dignidad humana. Es en este marco, en la propia consideración de la humanidad doliente, de la que forman parte las mujeres, desde el que se deben abordar las diversas contradicciones y opresiones, entre las que destaca la que afecta a las mujeres. Pero esta contradicción se fundamenta en la construcción de una otredad deshumanizadora. La reflexión que Paco Fernández Buey realizó sobre la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Fray Bartolomé de las Casas ilumina esta línea de pensamiento en los albores de la modernidad.
El proceso de un pensar feminista desde la obra de Marx pasa por la restitución completa de la «condición humana» de las mujeres. Pero esta condición humana no es, ni puede ser, desde una concepción marxiana, la de un sujeto privilegiado. No se trata de coger una vez más el atajo simplista, tan querido históricamente por los partidos que se denominaban marxistas, de identificar en exclusiva el proyecto de emancipación humana en su conjunto con los objetivos del movimiento obrero. Se trata de comprender una vez más, como intentó hacer Carlos Marx, cómo funciona el mundo. Cómo actúan en lo concreto las distintas opresiones y exclusiones. Cómo la variable de género opera en combinación con la de clase, con la de etnia… pero también con los límites sostenibles para la propia vida sobre el planeta.
Siguiendo a Young, pero no solo a ella, en su crítica a Heidi Hartmann, la incorporación de categorías nuevas para ayudar al desvelamiento de estas opresiones no contempladas por Marx en el conjunto de su obra no se puede hacer contra su propio pensamiento. La innegable utilidad de la categoría patriarcado no puede formularse en términos idealistas y ahistóricos que desvirtuarían los análisis sobre nuestra realidad concreta, llamémoslo o no formación social, para no meternos en polémicas que muchas veces producen un cierto regusto más a debates escolásticos que al verdadero afán, genuinamente político, de orientarnos en la acción para la transformación social.
Pero, a pesar de lo dicho, tampoco pretendemos ignorar que la opresión específica que sufren las mujeres ha sido abordada en el pensamiento tradicionalmente marxista, de forma específica, de manera más o menos desarrollada y más o menos profunda, e incluso afortunada, en variadas ocasiones. Desde Bebel hasta Fraser, desde Zeltkin hasta Davis, pasando por Kollontai, por muchas mujeres del PCI… en un espectro amplio, aunque evidentemente reducido en comparación con el conjunto de la tradición marxista.
Tal como plantea Nancy Fraser, un proyecto emancipador y de transformación social que se piense desde Marx debe incorporar a la lucha de las mujeres por el reconocimiento de la redistribución. La restitución de la «humanidad plena» del otro, construido desde un nosotros excluyente que planteaba Fray Bartolomé de las Casas, pasa, en el pensamiento de Marx, por el cambio de las condiciones materiales que hacen posible no solo el sostenimiento de un funcionamiento insoportablemente injusto del mundo para la mayoría, sino su propia justificación incluso para las propias mayorías sociales, en este caso las mujeres. Y porque, como Angela Davis descubrió en carne propia, no todo el pensamiento feminista forma parte de la antes denominada genealogía emancipadora en sentido pleno, si no aborda el conjunto de las opresiones que provocan que la gran mayoría de las mujeres del planeta sean parte de los pobres del mundo, de la todavía hoy, y no metafóricamente, famélica legión.