Ya lo hemos comentado en alguna ocasión, Madrid, en su papel de capital del reino de España, es el nodo central de comunicaciones de muchas cosas. Y en cosas de corrupción, como sucede con el AVE, todas las conexiones acaban pasando por Madrid.
La sede reformada con dinero negro -paradigma de la podredumbre del Partido Popular- está ubicada precisamente en la madrileña calle Génova como rebuscada metáfora, guiño del destino, o evocación directa a los Genovese, una de las familias mafiosas más importantes de la historia del crimen organizado reciente. Coincidencia que el ingenio popular (del pueblo llano que no de los populares del PP) no ha dejado pasar como ilustrativo apodo.
Recordemos que el Partido Popular llegó al gobierno de la Comunidad de Madrid en el año 1995 con Alberto Ruiz Gallardón, y tras dos mayorías absolutas, en 2003 estuvo a punto de perder el gobierno, cosa que finalmente no llegó a pasar a consecuencia del sonado Tamayazo. No creo que sea necesario recordarlo, pero por si alguien ha olvidado lo sucedido lo refrescamos… fue la no presencia de los diputados socialistas Tamayo y Sáez, lo que impidió la elección primero de la Presidencia de la Cámara para los socialistas (nombrando, por cierto, los populares aquel día a Concepción Dancausa, actual Delegada del Gobierno en Madrid e hija de uno de los fundadores de la Asociación Francisco Franco, a veces este detalle pasa demasiado desapercibido) y después, tras el escándalo y los tránsfugas, fue igualmente imposible formar gobierno y nombrar como presidente a Rafael Simancas. Lo siguiente: repetición de elecciones y aterrizaje de Esperanza Aguirre como presidenta.
Poco se habló de todo aquel asunto; investigación que se cerró muy rápido tras la repetición de elecciones, mucha opacidad, y un olvido sospechosamente fácil incluso por parte de los principales perjudicados, los socialistas. Hace unos cinco años Infolibre publicó un muy interesante artículo sobre los corruptores y la trama que había detrás, pero pasó de puntillas y sin ninguna consecuencia. Y así, la entrada triunfal que hizo hace quince años Esperanza Aguirre en la presidencia de la Asamblea de Madrid, rodeada de un escándalo de corrupción era la perfecta promesa de lo que vendría después.
En este mes de mayo de 2018 (hay que ser muy prudentes con esto porque se queda obsoleto con excesiva rapidez) el primer presidente popular de la Comunidad, Alberto Ruiz Gallardón ha caído imputado (declarará a primeros de junio ante el juez) por el caso Lezo, concretamente por las irregularidades y el sobreprecio (prevaricación y malversación) pagado en la compra de una sociedad colombiana con el Canal de Isabel II, recordemos empresa pública que gestiona más de 1000 millones de euros de presupuesto anual. Para la investigación, solo tuvieron que seguir el hilo del sucesor de su sucesora, Ignacio González, mano derecha y sucesor, como decíamos, en la presidencia de Esperanza Aguirre, también imputado en Lezo, también por la compra con el mismo mecanismo corrupto de sociedades en Latinoamérica. Fue imputado antes por el caso ático por cohecho y blanqueo de capitales, y posteriormente por Lezo acusado de organización criminal, prevaricación, malversación, cohecho, blanqueo, fraude y falsificación documental. También imputado por la operación Púnica, salió de la cárcel el pasado mes de noviembre, y ahí está de momento. Esperanza Aguirre, aunque no investigada formalmente aún, lo está siendo de forma “oficiosa” en dos piezas del caso Lezo y el caso Púnica. Y por último ¿qué decir de Cristina Cifuentes? la gran esperanza blanca del Partido Popular de Madrid e incluso más allá, quien había vendido su imagen a todos como la de la gran regeneradora, obligada a dimitir tras el escándalo del máster y la publicación del vídeo en el que aparece retenida en un supermercado por el robo de dos cremas faciales. Lo tenemos tan reciente y ha sido tan televisado y contado al minuto que no hace falta decir mucho más.
Y ¿quién es ahora el nuevo presidente de la Comunidad de Madrid? Pues ni más ni menos que la persona que sustituyó a Ignacio González como secretario general del Partido Popular de Madrid en 2016 (cargo en el que González había sucedido a Francisco Granados en 2011, mal augurio sin duda) y hasta su dimisión, número dos de Cristina Cifuentes tanto en la dirección regional del partido como en el gobierno de la Asamblea. Ángel Garrido es también y sobre todo ese hombre paternalista, irrespetuoso y de rancia derecha que trató de humillar a la portavoz que llevó el peso en la Asamblea de la última moción de censura contra el gobierno de Cristina Cifuentes. Dijo en aquella ocasión –que tuve el disgusto de presenciar en directo- que el debate sería “su puesta de largo” siendo “un evento muy especial en sociedad donde la protagonista luce su primer vestido de etiqueta, que significa la entrada en sociedad y la consagración como señorita con todos los requisitos que ello impone”. Sí, eso y otras lindezas peores las soltó hace tan solo un año el actual presidente de la Comunidad de Madrid, demostrando el peor clasismo, machismo y en todo caso un deplorable sentido del humor.
Además de lo anterior también fue uno de los negociadores del acuerdo de investidura con Ciudadanos. Ciudadanos, la muleta del Partido Popular, con el poco reseñable Ignacio Aguado al frente, que probablemente no llegue a ser el candidato por arte de paracaidista o fichaje con más carisma que el suyo. El partido que espera recoger y capitalizar hasta la última astilla del naufragio y la descomposición de los populares. Con unas propuestas políticas y económicas todavía más lesivas para la clase trabajadora si cabe que los primeros, confían en que su nacionalismo patrio y su falta de antecedentes penales sean suficientes para que nadie se fije en lo demás.
Está por ver si apelando a algo más que el ondear de banderas y las frases que podría haber pronunciado con las mismas comas y puntos algún otro de Rivera, es posible conseguir que esta vez en Madrid, de verdad no pasen.