Para morir iguales
Rafael ReigTusquets

EL MONO AZUL: “Para morir iguales” comienza en un orfanato mientras Franco se aproxima a su final biológico, y allí los chavales internos encuentran una forma de libertad en el hecho de que ni las monjas ni nadie les pregunte qué querían ser de mayores.
RAFAEL REIG:
Porque eran carne de cañón, eso suponía una forma de libertad, aunque áspera y difícil. Nadie espera nada de ti. Decía Neruda que el verdadero amor tira la puerta abajo y se hace sitio, porque si tú estás esperando a alguien y ya le has hecho un sitio, a nadie le gusta ocuparlo, el amor tira la puerta abajo y entra con los codos, y se hace sitio. Tenían esa libertad de que nadie esperaba nada de ellos.

E.M.A.: Te ha salido una novela dickensiana.
R.R.:
Comenzó con aliento dickensiano, sí, pero terminó con halitosis malasañera.

E.M.A.: Tú dices y señalas que la infancia y la muerte nos igualan porque siempre terminan alcanzándonos, ¿por qué y de qué manera miras a la infancia?
R.R.:
Basta un análisis médico donde salga la palabra maligno para que cualquiera piense en su vida, en que no es la vida que quería llevar, que te digas a ti mismo soy un impostor, tenía que haberme dedicado más a mis hijos, tenía que haber querido más a mi mujer… Todos sabemos en el fondo que nuestra vida es falsa, que estamos siendo impostores y que no estamos haciendo lo que de verdad queríamos hacer. Tenemos idealizada la infancia porque pensamos que allí la vida pasaba de verdad, en contraste con lo enajenada o alienada que es nuestra vida adulta, por eso todos nos sentimos un poco impostores, todos tenemos miedo a que nos descubran cualquier día, que se descubra que no somos lo que decimos que somos.

E.M.A.: La infancia es la única vida real que conocemos, se dice en algún momento de la novela.
R.R.:
Porque en la vida que nos han impuesto no hay relaciones reales, las relaciones reales solamente son las relaciones de igualdad, la sociedad nos impone unas relaciones de poder que intoxican todos los ámbitos, no solo el laboral sino también la intimidad. Tenemos muy pocas experiencias de una relación entre iguales y de eso es de lo que, en realidad, tenemos nostalgia. Una relación en la que no haya que dominar o ser dominado, en eso consiste la ironía del título de la novela, no se trata de “para morir iguales” sino de “para vivir iguales”, una nostalgia que va más allá de la infancia y que llega hasta la nostalgia de relaciones que no estén mediatizadas por todo este universo de las relaciones de producción, en el que todos tenemos y vamos a un lugar.

E.M.A.: Lo que deseamos y lo que nos asusta también forma parte de la vida real. ¿Qué lugar ocupan en el capitalismo?
R.R.:
Como marxista lacaniano pienso que el deseo no se satisface, solo se sustituye por otro deseo, y al final de esa cadena, decía Lacan, de metonimias, sustituyes un deseo por otro y por otro porque nunca estás satisfecho. En la sociedad capitalista, donde el consumismo nos lleva a desear una cosa tras otra, en realidad lo que estamos es sustituyendo al único deseo, que es el deseo de muerte, un deseo real que nos ocultamos, y lo que se teme, es la verdad. Lo que da miedo es uno mismo, yo creo que a nadie le dan miedo los monstruos debajo de la cama, pero si sueñas que estás hablando con tu madre y al volverse es una especie de bruja, eso te hace despertarte con sudores helados. El único miedo que tenemos es a nosotros mismos.

E.M.A.: ¿Por qué vivimos estás vidas tan falsas?
R.R.:
Porque no tenemos más remedio, ya nos gustaría poder vivir otra vida, pero eso, por suerte, no pasa por la acción individual. Uno no puede cambiar el mundo cambiándose uno mismo, eso tenemos que hacerlo entre todos, por eso estamos aquí.

E.M.A.: ¿El capitalismo se aprovecha de eso?
R.R.:
El capitalismo es eso. Lo que hay debajo de la cama y lo que hay detrás del armario, eso es el capitalismo. Uno tiene una edad en la que se da cuenta de que somos peores de lo que podríamos ser, por el tipo de relaciones reales que tenemos entre nosotros y por las relaciones materiales, por las relaciones de producción, vaya, puesto que estamos hablando para Mundo Obrero podemos utilizar un lenguaje más elaborado, ¿no?

E.M.A.: Pero el deseo es también un producto social.
R.R.:
Creo que hay que alejarse un poco más. ¿Quién es el que desea? ¿Quiénes somos nosotros? Ahí está el problema del yo, la lucha contra el capitalismo es la lucha contra el egoísmo y el yoismo, nosotros no somos nada sin el tejido de relaciones que tenemos con los demás, si no fuera por los demás no seríamos nada, absolutamente nada. Uno de los personajes de la novela se da cuenta de que a él no le gustan las tetas grandes, sino las narices grandes, y le da vergüenza porque piensa que eso no es aceptable en sociedad y aprende a callarse sus deseos personales. Muchos deseos permanecen muy ocultos para nosotros mismos, claro que tenemos deseos, pero están falsificados. No creo que nadie realmente pueda desear que gane el Madrid o el Atleti, pero sin embargo hay gente que parece que da la vida por eso. A mí de la política me interesa la crítica social, claro, pero tanto o más me interesan los efectos que la política provoca en la vida de cada uno, el por qué tenemos que vivir así, deseando cosas que en realidad están ocupando el lugar de nuestros deseos reales.

E.M.A.: ¿Crece el yoismo en la política, en la literatura?
R.R.:
A la semana de publicar la novela, salió un especial en Bobelia (sic), el suplemento de El País, que decía “La novela, o es autoficción o no es nada”. Pensé, vaya hombre, y yo escribiendo sobre unos huerfanitos, cuando podría escribir sobre mí, me quedé muy disgustado. Luego hablé con una hermana mía, le comenté lo que Babelia decía, que mi novela no valía porque no es autoficción. ¿Qué es la autoficción?, me preguntó. Escribir sobre uno mismo, le dije y ella remató: ¿pero tú has hecho otra cosa en tu vida? La autoficción es un poco torpe, voy a escribir sobre mi propia vida, pero además tiene que ser verdad. Machado escribió: se miente más de la cuenta/ por falta de fantasía:/ también la verdad se inventa. La verdad es una construcción que hay que inventar y a veces es más verdadero lo que uno pueda contar. La autoficción no es más que una exaltación del yo y de la verdad como garantía, es un tipo de narrativa escrita para escritores y críticos, yo mismo he escrito mucho para escritores, y estaba cansado de hacerlo.

E.M.A.: ¿Crees, por tanto, que la imaginación puede jugar un papel político?
R.R.:
Absolutamente. Yo soy comunista, también, porque tengo imaginación, para ser comunista hace falta mucha imaginación, imaginar un mundo entre iguales, justo, etc. Milito en un partido en el que tiene que haber gente con una capacidad de fabulación increíble, eso es lo que realmente mueve las cosas, por delante una obra de la esperanza y la imaginación, porque si no, ¿de qué? Me interesa muy poco la verdad, me interesa más qué es lo que queremos hacer, el para qué y el cómo.

E.M.A.: No sé si te da la impresión de que antes había más interés por la creación literaria en la política, interés incluso por lo que la ficción literaria te pudiera dar como herramienta para transformar la realidad.
R.R.:
Se ha perdido mucho y no podíamos esperar otra cosa, los comunistas estamos demonizados, la idea de que uno puede ser creativo y a la vez comunista, con disciplina de partido, con sus consignas, choca con el “sentido común”. Sin embargo, creo que la única forma de ser libre de verdad es organizarse. La lucha por la razón es colectiva. Uno sentado en su casa como Descartes, queriendo llegar a los primeros principios, solo, con un paquete de tabaco y un whisky, me parece contraria a mi experiencia de la vida. La verdad se conquista poco a poco y no en soledad, sino organizadamente y dentro de un partido que represente la esperanza, donde más libertad y más independencia tiene alguien creativo es en un partido que esté a favor de la creatividad, de la imaginación y no hay nadie más imaginativo que Marx, no hay nadie más imaginativo que Lenin, no hay nadie con más capacidad de invención de nuevas posibilidades y de ensanchar el horizonte que nuestros maestros. Nosotros queremos transformar la realidad, difícilmente se puede ser más imaginativo, nos llaman cuadriculados, pero todo lo contrario, alguien que sueña con transformar la realidad y la vida de todos está en el lado de los visionarios. Desde luego no me he encontrado nunca con la menor traba ni con la menor incomprensión entre los comunistas, cosa que sí me he encontrado entre la supuesta izquierda socialdemócrata.

E.M.A.: La imaginación que facilita o alimenta la audacia.
R.R.:
Claro porque, además, la imaginación no puede estar en el vacío, no puede ser un eje que vaya girando sin engranarse con la realidad, hay que tener imaginación para lo real, que es un esfuerzo de imaginación mucho mayor que el de imaginarse un reino mágico, la imaginación para lo real es lo que nos ayuda a poder vivir mejor, no yo, no se trata de autoayuda, se trata de liberarnos todos y juntos hacer una vida más real para todos. Parece ser que a la vida real solo tienes acceso a partir de cierto nivel de renta, el resto se tiene que conformar con los resultados del fútbol. Los demás pueden leer a Virgilio, los pobres no. Prueba a darle a leer a Dickens, a Tolstoi, a Galdós, a una persona instruida que no los haya leído antes, no he visto más felicidad nunca, eso es lo que hace que me pregunte por qué no cambiamos el mundo, por qué no le puede pasar eso a cualquier persona.

E.M.A.: ¿Y es posible alimentar la imaginación para cambiar el mundo?
R.R.:
En un pueblo de siete mil habitantes como Cercedilla nos juntamos veinte personas a leer los Episodios Nacionales por orden, vamos por la segunda serie. Eso es marciano, a esa gente le hablas de Fernando VII y allí todo el mundo opina, y le cuentas de Florentino y preguntan que ese quién es. Es decir, que es posible generar espacios para enfocar la realidad de otro modo. En esos momentos soy feliz, en esas tertulias participa gente normal, trabajadora, obrera, los nuestros.

E.M.A.: Y cuando escribes, ¿lo haces para ti o escribes pensando en quien te va leer?
R.R.:
Yo escribo pensando en que me van a leer. Decía Gabriel Ferrater que escribir para nadie es como tirarse a una piscina sin agua, hay que pensar en el lector. A esa gente que escribe para sí le preguntaría que entonces para qué publica, pues no publiques, ya has escrito, pues hala, encuadérnalo bonito y lo dejas en el cuarto de baño. Claro que hay una intención. Para mí escribir es la forma más refinada, efectiva y sutil que conozco de pensar, y para pensar necesitas a otro, necesitas a alguien que te lleve la contraria. Escribir es una forma de buscar a otro, estás dirigiéndote a otro y discutiendo contigo mismo. Yo no escribo para decir nada, yo no quiero expresarme, yo escribo para saber lo que quería decir. Cuando he terminado de escribir digo, ah, ahora sé lo que estaba pensando. Cuando quiero pensar en algo seriamente, escribo, también cuando han pasado cosas graves o dramáticas, cojo un cuaderno, me siento y escribo, entonces ya me hago una idea de lo que ha pasado, y es que yo no creo mucho en mí mismo, esa es la única ventaja que tengo, creer en uno mismo es un error garrafal.

E.M.A.: Pero luego está el mercado, y para que un creador sobreviva debe pasar por el aro del mercado.
R.R.:
¿Pero ese creador qué pensaba en una sociedad como esta, que iba a vivir de su creación? Si es pintor, por ejemplo, tendría que hacer cuadros que le gusten a los bancos, que son los grandes compradores de cuadros. Yo he tomado la precaución de vivir de otra cosa. Si eres un creador y esperas vivir de tu creación en el capitalismo, es que valoras muy poco tu creación. Si tu creación es algo que se puede pagar y se puede comprar en el capitalismo, será que no supone ninguna amenaza. Borges, que si no era colaboracionista con la dictadura argentina, poco le faltaba, tiene una anécdota en la que sus alumnos le informan de que van a ir a la huelga para denunciar las desapariciones de Videla. Decía Borges que eso no tenía que ver con sus clases, a lo que los alumnos le advirtieron que cortarían la luz. “He tomado la precaución de ser ciego”, les respondió. Pues yo he tomado la precaución de ser pobre, y muy a gusto. No entiendo que haya que reirle tanto las gracias a los creadores. ¿Tú qué esperas, que te paguen?, pues haz lo que te piden, venga, a ganar el Cervantes, el Nacional de Poesía, gana lo que quieras, pero ya sabes lo que tienes que escribir. ¿Quieres escribir otra cosa?, pues toma precauciones, sé ciego, sé pobre. A veces, en vez de preguntarse qué hace la sociedad por los autores convendría preguntarse qué hacen los autores por la sociedad.

E.M.A.: Estás atacando la división entre creativos y el resto del mundo que el posmodernismo hipster tanto alimenta.
R.R.:
Construir otra sociedad pasa por generar un sistema de valores y de vida que permita que la gente pueda crear, sí, pero también pasa por cambiar el mandarinato y por cambiar la división del trabajo. ¿Por qué una persona tiene que ser un creador y otra tiene que ser fontanero? Toda la explotación nace de la división del trabajo, ¿tú quieres crear? muy bien, pues trabajas en una fontanería y luego por las tardes escribes y ya está. Eso de que vamos a reconocer a los creadores al final acaba mal. Porque los mismos derechos tienen los torpes, los feos, los tontos y los que escriben poemas malos. Yo creo en la igualdad, no creo en la excelencia, ese virus que el capitalismo ha inoculado en nuestra humanidad. Y aún así, aunque haya igualdad de oportunidades, otra falacia, yo no creo en el mérito, ¿tu hijo es un necio y se merece vivir en una chabola y tu hijo que es un cerebro y se merece tener otra piscina? Esa no es la sociedad en la que yo quiero vivir.