Con la irrupción de ese partido que me niego a nombrar, todo el mundo se rasga las vestiduras. Nos miramos unos a otros con el rostro estupefacto, como niño al que se le ha colado el balón al otro lado de la valla. Nos preguntamos, ¿cómo ha podido pasar?
Sin embargo, decir, como repiten los medios de domesticación de masas, que España ha sido el último país de Europa en sumarse al carro de los nuevos partidos de ultraderecha, no es sino abundar en la perversión de nuestra reciente historia. Alianza Popular y su posterior versión, cambiando Alianza por Partido, ya era ultraderecha. ¿Acaso no recordamos que su presidente y fundador firmó penas de muerte, torturas, encarcelamientos y asesinatos, lo mismo que varios de sus dirigentes? ¿Y U.C.D.? Eso sin mencionar a Falange Española o Acción Nacional.
Que el Fascismo siempre ha estado presente es incuestionable. Es la cara dura del Capital, su brazo armado. Pero el desconcierto que causa esta nueva vuelta a la vida, es porque no es sólo en nuestra piel de toro, sino en lugares donde su existencia parecía impensable. Como si no hubiésemos aprendido nada de la crueldad que nos brindó, se extiende, como siempre, abundando en el miedo, amparándose precisamente en lo que siempre ha combatido, en la libertad.
Tiene un rostro nuevo. A pesar de ello, el fenómeno se sigue analizando bajo parámetros del pasado, rebatiendo su legalidad con imágenes de un pasado que a gran parte de la población le suena a eso, a pasado. Ahí está el peligro, porque si ha vuelto a florecer, no nos equivoquemos, es porque hemos bajado la guardia. Podemos buscar razones que las encontraremos, pero si hay un culpable de su reaparición habrá que buscarlo en nuestra mala praxis, no para darnos golpes de pecho, sino para encontrar los caminos que acaben de una vez por todas con éste.
Al fascismo se le ataca con verdades como puños, no con chistes ni menosprecios. Hay que dejar de lado la vergüenza de decir que tenemos razón, porque la razón está del lado de quien piensa que nadie tiene que pasar hambre para que otro se enriquezca. Para empezar, mejor dejemos de llamarlo ultraderecha y démosle su verdadero nombre. No hay neonazis, sino nazis; no hay ultraderechistas, sino fascistas.
Llevamos demasiado tiempo perdidos en luchas que más pertenecen a la burguesía que a la legión de oprimidos que somos. Demasiado tiempo utilizando términos que ya no se corresponden con la realidad. Demasiado permitiendo que se manipule la historia, sin exigir acciones contra quienes lo hacen, y hablo de medios de comunicación o iglesias varias. Hemos dejado de lado, en fin, la Cultura por centrarnos en conseguir las migajas del bienestar.
Pero sobre todo, no hemos aprendido de nuestro enemigo. Ellos lanzan un solo mensaje y eso cala en la población. Mientras, nosotros fragmentamos el nuestro como si fueran ofertas de supermercado. Ecologismo, lucha obrera, feminismo… Todo es una misma y única lucha. Y es contra el capitalismo.