Alto y erguido, a José Ramón Fernández todo el mundo le conocía como “El Gallego Fernández”. Conjugaba su porte militar con la cercanía personal, al mismo tiempo sensible, chistoso, humano, riguroso y muy serio en el trabajo. Hijo de emigrantes asturianos, nunca perdió ni el acento ni el interés por su España.
Fue un caso especial en la Revolución, ya que Fernández no se enroló en la guerrilla, sino que procedía del ejercito Batistiano y había pasado por la escuela de oficiales Fort Sill (Oklahoma, EE.UU.), acercándose al Movimiento 26 de Julio en las cárceles de la dictadura donde se encontraba cumpliendo condena por su participación en 1956 en la conspiración de oficiales contra Batista, conocida como la de los “puros”, que trató de derrocar la dictadura y devolver a Cuba a la senda constitucional.
Fernández pasó en la cárcel los años de lucha guerrillera, incorporándose a las Fuerzas Armadas Revolucionarias tras su liberación por petición personal de Fidel, que le encargó la dirección de una Escuela Militar y donde llegó a alcanzar el grado de General de División.
Su actividad en el seno de la Revolución ha sido diversa, pero su actuación más señalada fue su papel en la crucial batalla de Playa Girón, frente a los mercenarios que a las ordenes de la CIA y el Departamento de Estado de los EE.UU. trataron de invadir Cuba. El Gallego Fernández, que ostentaba el grado de Capitán, se encontraba de Director de una Escuela de Milicias con cuyos alumnos se dirigió al frente y a las ordenes directas de Fidel, con quien traza conjuntamente la estrategia que derrota a los invasores en menos de tres días, una victoria que abrió el camino a la proclamación del carácter socialista de la Revolución.
Este “bautismo de fuego”, nos contó en alguna ocasión, tuvo un significado especial para él, porque siempre se había sentido en deuda con quienes habían luchado en la Sierra contra la dictadura, mientras él estaba “tranquilamente” en prisión.
Tras aquella demostración de capacidad estratégica en combate, se incorporó a la dirección de las FAR, donde desarrolló todo tipo de tareas hasta alcanzar el puesto de Viceministro de Raúl Castro. En 1970 abandona el ámbito militar para dedicarse al Ministerio de Educación como vice-ministro y desde 1972 hasta 1978 como ministro, pasando ese año a ocupar la vicepresidencia del Consejo de Ministros hasta 2012, cargos que simultáneo con la dirección del Comité Olímpico de Cuba desde 1997 hasta 2018, demostrando que los éxitos deportivos del país se deben a la idea del deporte como herramienta de desarrollo humano.
Fundador del Partido Comunista de Cuba, donde participó en su Comité Central, y miembro de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en 2001 fue proclamado “Héroe de la República de Cuba” en reconocimiento a su tarea en defensa de la Revolución, con una idea fija y clara a lo largo de toda su trayectoria: no hay revolución sin dirección política y no hay dirección política sin ideología.
En todo momento compaginó sus actividades en el gobierno cubano con sus relaciones con España, alcanzando un nivel de conocimiento difícil de superar, de tal manera que cuando conversábamos sobre la realidad española siempre tenía la impresión de que era él quien me informaba a mi.
Fernández mantuvo relaciones con personas del más amplio y diverso espectro, social, cultural y político, de manera que su conocimiento de nuestra realidad no le venía solo de su lectura de la prensa española (cada mañana tenía en su mesa el más amplio dossier de noticias periodísticas de nuestra tierra), sino, sobre todo, por un contacto personal y directo con todo tipo de personas a las que recibía en su despacho de La Habana o llamaba por teléfono de forma continua para intercambiar información y opiniones.
Mi último contacto personal con El Gallego Fernández fue el 1 de mayo de 2015. Coincidimos en la tribuna de la Plaza de la Revolución recibiendo un tremendo aguacero que Fernández resistió con su referido porte militar, rechazando amablemente resguardarse bajo el paraguas que un asistente le quería sostener. El Gallego me habló de la necesidad de unidad de la izquierda española, remarcando que el PCE aportara la base ideológica a esta unidad.
La última vez que lo vi fue a través de la televisión. Pasaba una tarde fría y triste en un hotel de Bruselas, tras una reunión preparatoria del Foro de Bilbao, un tanto deprimido y desanimado -estado al que ayuda el carácter de la capital comunitaria- repasando los problemas internos que forman la mayor parte de nuestro día a día, cuando en Cubavisión apareció un acto del Ministerio de Educación que presidía El Gallego Fernández. Su intervención, llena de ímpetu, alegría y firmeza en la defensa de los valores revolucionarios me hizo pensar, que por encima de nuestras miserias, que nos hacen perder el sentido de nuestra lucha, tiene que sobreponerse la importancia que tiene dedicar energías a la defensa del ideal más grande que ha conocido la historia de la humanidad, el de la defensa de la justicia, la igualdad y el derecho de los pueblos a ser dueños de su futuro, sentir esa claridad y energía en una persona de 95 años, con esa trayectoria a sus espaldas, me obligó a mejorar el ánimo y afrontar con otra energía lo que no son más que pequeñeces. A la mañana siguiente le trasladé mi agradecimiento por esa enseñanza de firmeza revolucionaria que no se aprende en los manuales.
Hoy, cuando vivimos su desaparición física, quiero rendir reconocimiento en las palabras que le dedicó el Presidente Miguel Díaz-Canel trasladando las condolencias a Asela de los Santos Tamayo, que pierde a su amor, para el General de Ejercito, Raúl Castro, que pierde un amigo, para Cuba que pierde a un Héroe y un educador ejemplar, añadiendo de mi propia cosecha las condolencias para el pueblo español que pierde a un “paisano” y para el PCE porque perdemos a uno de los nuestros.
Ex Secretario General del PCE