Todas las sociedades humanas han estado y están condicionadas por la necesidad de intercambio cíclico de materia con la naturaleza, mediante el trabajo humano, a partir de la cual poder obtener la energía y componentes necesarios para vivir. La interacción entre el ser humano y su medioambiente es un hecho material validado a lo largo de la historia natural de la especie humana. No obstante, las formas de organización social son cambiantes a lo largo del tiempo y espacio geográfico. El modo de producción capitalista tiene una especificidad histórica, con problemas sociales y ecológicos que le son propios, que vienen acumulándose desde hace varios siglos.
La sociedad humana se enfrenta hoy a una urgente crisis social-ecológica de carácter sistémico global radicada en el capitalismo. El hambre, la violencia de género y la desigualdad amenazan la vida de miles de millones de personas. Mientras que existen alimentos suficientes para alimentar 10.000 millones de personas (cifra superior a los 7.700 millones actuales), el hambre y la pobreza se explican por la desigual distribución de la riqueza (las 8 familias más ricas del mundo tienen tanta riqueza como la mitad más pobre de la población del planeta), la fluctuación de los precios en los mercados internacionales de alimentos, el uso irracional de los biocombustibles y la dificultad de acceso a la tierra por parte de los pequeños campesinos. Las mujeres, la mitad de la población mundial, se enfrentan a la amenaza criminal de la violencia patriarcal que se encuentra extendida por todo el planeta.
Todos estos graves problemas no afectan sólo, ni mucho menos, a los llamados países periféricos: en el corazón del imperialismo estadounidense decenas de millones de personas carecen de acceso garantizado a la atención médica y a la cobertura social en los EEUU, plutocracia donde existe un racismo muy ligado al desarrollo del capitalismo que amenaza diariamente la vida de millones de personas afroamericanas.
Por si no tuviéramos bastante con estos enormes problemas, simultáneamente nos encontramos con el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, los crecientes niveles de erosión, la acidificación de los océanos y el incremento del nivel del mar, sobreexplotación de los caladeros pesqueros, el descenso de nivel de ozono estratosférico, la alteración de los ciclos del nitrógeno y fósforo, el uso irracional del agua dulce, la carga atmosférica de aerosoles, y la contaminación química a través de los nuevos materiales sintéticos y plásticos.
Estos problemas medioambientales por supuesto tienen efectos negativos directos sobre la vida de millones de personas. Los geólogos han acuñado el término Antropoceno para designar esta época, una en la que la sociedad humana se ha convertido en una fuerza de transformación ecológica a escala planetaria de la Tierra.
Una vez identificados los acuciantes problemas sociales y ecológicos de nuestro tiempo, no obstante, estos no se producen de manera aislada ni accidental. Frente a quienes argumentan, obviando la cuestión central de la desigualdad y el poder, que los problemas ambientales se deben exclusivamente al tamaño de la población mundial, debemos recordarles la importancia central que adquiere el conflicto de clase como parte integral del capitalismo, lucha de clases que impregna tanto los problemas sociales como ecológicos.
Conflicto de clase
Así, el 10% más rico del planeta utiliza aproximadamente el 50% de los recursos disponibles de la Tierra siendo responsable de una proporción similar de la polución global emitida a la Biosfera (fuente Oxfam). La huella ecológica de una persona perteneciente a la clase del 10% más rico es ¡175 veces! mayor que aquella de una persona perteneciente a la clase del 10% más pobre (Oxfam). Con ello, aun concediendo validez al argumento lógico de que para un mismo nivel de renta y tecnología una mayor población supone un mayor impacto agregado sobre el medioambiente; si bien estos factores se interrelacionan y retroalimentan dinámicamente entre sí. El argumento del papel exclusivo de la población se cae por su propio peso.
Hablar exclusivamente en términos de vidas humanas sin revelar el carácter desigual de las mismas bajo el régimen del capitalismo es profundamente deshumanizante. No es casual que, este tipo de argumentación malthusiana, suele tener sus peores efectos sobre poblaciones explotadas y pobres. Puestos a preguntarnos, ¿no será quién sobra, quién ha causado el problema, es ese 10% más rico y un modo de producción capitalista que explotando a la clase trabajadora mundial acapara, controla y degrada los recursos naturales del planeta?
Resulta además muy significativo que la enorme parte de las emisiones contaminantes históricas se hayan producido en países industrializados capitalistas-imperialistas (actualmente representados en la OCDE), y que éstos todavía produzcan buena parte de las emisiones contaminantes actuales. Mientras, los países con mayores tasas de natalidad, presentan un menor nivel de renta per cápita y un menor nivel agregado total de emisiones de efecto invernadero. Las poblaciones del llamado Tercer Mundo son mínimamente responsables, desde un punto de vista tanto histórico como actual, de la crisis ecológica global y sufren las mayores tasas de explotación y opresión por parte del sistema capitalista-imperialista global.
El modo de producción capitalista esencialmente se basa en el intercambio generalizado de mercancías entre agentes económicos privados bajo el sistema de propiedad privada, establecido a partir de la expropiación de los productores respecto de los medios de producción. El modo de producción capitalista, se orienta intrínsecamente hacia el valor de cambio, la competición por la ganancia privada, la cual se genera mediante la explotación y extracción de plusvalor de la clase trabajadora. Estamos ante un modo de producción orientado hacia la acumulación de capital y la expansión económica acaparada por una élite minoritaria, la clase capitalista frente a la mayoritaria clase trabajadora.
Capitalismo devorador
En consecuencia, el capitalismo se caracteriza por un horizonte cortoplacista (que dificulta notablemente su planificación a medio-largo plazo), marcado por la intensificación de la lucha de clases, el papel central de la explotación y la creciente polarización social que, simultáneamente, implica la utilización ascendente de energía y extracción de materias primas, chocando directa y frontalmente con los límites biofísicos de la Biosfera. Límites que hacen de ella, como consecuencia de dicho modelo económico expansivo, un lugar inhabitable para la especie humana y la biodiversidad.
Se argumentará, con razón, que el sistema capitalista también está sometido a graves crisis cíclicas: el capitalismo no siempre crece. Sin embargo, como sabemos, recesión bajo el régimen capitalista es sinónimo de todavía si cabe mayor exclusión social, desigualdad, paro estructural y pobreza, como se ha visto repetidamente (ej. crisis de 2008), y también de mayores riesgos de confrontación militar (ej. a raíz de la crisis de 1929). El carácter imperialista del capitalismo es devastador, con sus innumerables guerras (ej. Vietnam, Nicaragua, Irak, Yugoslavia, Siria, Libia), bloqueos económicos (ej. Cuba y Venezuela) y guerras comerciales (ej. de EEUU contra China).
El problema fundamental que atraviesa la humanidad y el planeta es, por tanto, el sistema capitalista sobre el que se asienta tal explotación, pobreza, desigualdad y alienación humanas, extracción de recursos naturales, el cambio climático y degradación de la Biosfera. El urgente papel de los comunistas debe ser atacar el capitalismo simultáneamente por ambos flancos, su vertiente social y su vertiente ecológica.
La imposibilidad del capitalismo verde
Nunca nos servirá el capitalismo ‘verde’, puesto que obvia los graves problemas sociales generados por el propio capitalismo y, además, es un oxímoron: el capitalismo ‘verde’ es una imposibilidad ecológica, el capital es un proceso expansionista. Un capitalismo verde, por tanto, no sólo no puede solucionar el problema ecológico a medio-largo plazo, sino que además redundaría en una legitimación y reforzamiento social de la hegemonía global capitalista con todos sus efectos negativos sobre las clases trabajadoras. En la difícil coyuntura actual necesitamos apostar decididamente por la construcción de un socialismo ecológicamente viable. La construcción del socialismo ecológico en países ya desarrollados, implica necesariamente un horizonte de comunismo sin crecimiento (Wolfgang Harich, 1975).
En este punto, conviene recordar que ya en los textos marxistas clásicos del siglo XIX, Marx y Engels muestran una preocupación por los temas ambientales y el carácter degradante medioambiental del capitalismo. Hacen referencia al metabolismo social entendido como el intercambio material entre el ser humano y la naturaleza, mediado por el trabajo. Según Marx (El capital, Vol. I), El trabajo no es la única fuente de riqueza: el padre es el trabajo y la madre de la riqueza es la tierra. Marx y Engels aluden a la necesidad en el comunismo de regular colectiva y conscientemente este intercambio y de traspasarlo a las generaciones futuras. Los problemas ecológicos del siglo XXI han adquirido además una nueva dimensión: hoy en día la crisis ecológica global ha alcanzado una nueva fase, el modo de producción capitalista se ha convertido en una fuerza global de degradación de la Biosfera, donde la crítica y superación del capitalismo será realizada desde perspectivas sociales y ecológicas.
Nuestro objetivo estratégico debe ser extender frentes contra el capitalismo en distintas regiones del mundo, por supuesto aquí en España y Europa, para así favorecer la construcción de una alternativa global al capitalismo, mediante la coordinación global entre los movimientos anticapitalistas, comunistas y altermundistas.
Doctor en ecología con mención internacional por la Universidad Autónoma de Madrid