Existe una armonía, silenciosa y estridente, sin música, que se percibe en la rutina de los calendarios que atravesamos. En la desidia y desencanto de quien arrastra derrotas es tan difícil a veces no rendirse ni caer en la desesperanza… Por eso se hace imprescindible contarnos una y otra vez todas las historias que somos, ese álbum de victorias que también habitamos, el abrazo de las sonrisas en medio de una trinchera en resistencia. Recordarnos a nosotros y nosotras mismas que es posible la aurora, que es necesario sacar fuerzas del último escondite y que unirse es el verbo.

Todas las historias no fueron aún contadas. Quedan nombres propios por relatar. De sus experiencias y nuestros lugares comunes no sólo extraemos enseñanzas y aprendizajes, también nos sirven como acto de esperanza per se.

Por ello creo que resulta tan interesante, en un momento histórico de tal desprotección para trabajadores y trabajadoras, una historia como la del Indio (así se conoce popularmente a Ignacio Sánchez) de los astilleros de Sevilla. Una persona con una vida de lo más normal y común, que podría representar a cualquiera de su generación, pero cuya actitud cotidiana de entereza y dignidad, su carisma y capacidad para unir a la gente, le convirtió en un símbolo del sindicalismo de clase y combativo.

La del Indio es la historia de miles de hombres y mujeres. Una persona de barrio de periferia, criada en un humilde piso donde convivían dos familias y que desde adolescente comenzó a trabajar en variopintos oficios. Pero a pesar de lo diferentes que fueron unos y otros (mozo de recados en una tienda de muebles, carpintero metálico, operario en Hytasa…) en todos sentía la sombra alargada de un capital y de una tiranía a los que no supo ponerles rostro (los nombres se intuían) hasta su acercamiento y formación, ya de joven, a un partido comunista en clandestinidad que ligó su vida definitivamente a una lucha y a un proyecto de país. Parafraseando al poeta chileno, sentir que uno no termina en sí mismo es algo que sólo puede comprender en su plenitud quienes asumen como propia una lucha colectiva. Y eso es algo realmente hermoso.

Las protestas en Hytasa y las huelgas del metal de finales de los 60 (con su correspondiente paso por los sótanos de La Gavidia), así como su entrada al astillero sevillano y su activa militancia en las Comisiones Obreras fueron puliendo la madera de quien se convertiría en uno de los rostros más representativos, en Sevilla, de la lucha contra el proceso de desindustrialización de la provincia. El Astillero Público de Sevilla fue imposible de desmantelar mientras el Indio, junto a tantos de sus compañeros y compañeras, estuvieron al frente del Comité de Empresa y batallando cada día. En septiembre de 1995, en una de las manifestaciones de carácter sectorial más grandes que vivía la ciudad desde la Transición, llegaron a reunir a más de 30.000 personas por la defensa del astillero y de puestos de trabajo de calidad, y ello a pesar de la infinidad de veces que habían estado paralizando Sevilla con protestas y cortes de carretera.

El libro pretende, precisamente ser aquello que comentaba al principio: una crónica esperanzadora sobre posible, una recopilación de testimonios sobre los frutos de la lucha colectiva, sobre el tesón de insistir en lo justo y un saber ser inquebrantables, de la capacidad de conmover y convencer por un proyecto común.