“El poder es como un violín. Se toma con la izquierda y se toca con la derecha” Eduardo Galeano

De vez en cuando es bueno hacer una pausa, bajarse de las luchas cotidianas y pensar la situación política y social con una perspectiva globalizadora.

Hay una cuestión que me parece muy importante. Es el pensamiento de la izquierda. Si vemos y pensamos la realidad con conceptos y valores del capitalismo, no intentaremos más que adecentar este sistema que sabemos es intrínsecamente injusto y antidemocrático. Nuestro sueño de cambiar la sociedad, construir otro modo de vida, se irá adaptando a “lo que es posible”.

Nos resignaremos creyendo que “esto es lo que hay” y que “hacemos lo que se puede”.

Para romper ese pensamiento de adaptación y conformismo, me parece que una de las tareas importantes es empezar cuestionando el significado que el aparato mediático cultural del sistema le da a las palabras que usamos todos los días.

Porque con esas palabras, como dijo Julio Cortázar en una conferencia sobre el tema (Las palabras violadas), “intentan imponernos una concepción de la vida, del Estado, de la sociedad y del individuo basada en el desprecio elitista, en la discriminación por razones raciales y económicas, en la conquista de un poder omnímodo por todos los medios a su alcance”.

HACERLE EL JUEGO A LA DERECHA

Cuando alguna corriente de izquierda expone una opinión crítica a un gobierno popular o progresista (ocurre en cualquier país y por eso generalizo) reclamando medidas más radicales, la reacción es la misma: es un izquierdismo infantil que no entiende la realidad y por lo tanto le hace el juego a la derecha, acusan ofendidos los que gobiernan.

Sin embargo a mí me parece que hacerle el juego a la derecha es “tocar el violín con la derecha”, como decía Galeano, porque de ese modo se desorienta al pueblo y se disminuye su apoyo para enfrentar a una oposición que gana radicalidad y decisión.

“SIEMPRE EL CORAJE ES MEJOR” (Borges)

No se trata de ganar los cielos de una vez y para siempre, desconociendo la relación de fuerzas, las posibilidades concretas y el poder real de la oposición económica y mediática.

No se trata de proclamar mañana por la mañana la patria socialista y abolir la propiedad privada de los medios de producción.

No sería esa una actitud de izquierda sino una absurda y ridícula locura.

De lo que se trata es de escapar a la teoría de lo posible para poco a poco y con la gente, no para la gente, ir construyendo una sociedad distinta y mejor. Democrática y justa, cuyo resultado final no lo sabemos porque lo estaríamos haciendo.

No somos, estamos siendo, como diría Paulo Freire. Abrazaríamos, eso sí, la utopía que nos serviría para caminar.

Y así, de esa manera, es cuando se completa el verso de Borges: “La esperanza nunca es vana”.

A LAS PALABRAS NO SE LAS LLEVA EL VIENTO

Volvamos a las palabras y su significado para formar nuestra visión de la vida, nuestra consciencia política.

Dicen libertad. Para el neoliberalismo es hacer lo que a cada uno le dé la gana. “No uso la mascarilla porque soy libre y hago lo que quiero”, es más o menos el argumento de los anti cuarentena. No piensan en los demás porque para ellos no existe la sociedad, solo los individuos.

Me recuerda a Aznar frunciendo el morrito pijo para decir que nadie le iba a decir a él si tenía que beber o no para conducir. Un argumento típico del neoliberalismo, tan arrogante y prepotente como estúpido.

Dicen “los menos favorecidos”, como si la vida fuera un casino o una lotería que favorece a algunos y a otros no.

O “los más vulnerables”. ¿Por qué son vulnerables? ¿Quién vulnera a los vulnerables y por qué?

Todos eufemismos para no decir explotados y marginados. Porque la sociedad no se divide entre favorecidos y menos favorecidos o más vulnerables y menos vulnerables, sino en explotadores y explotados. Esa es la esencia del capitalismo, otra palabra que se esconde o se le da un carácter eterno. “Como Dios, el capitalismo tiene la mejor opinión de sí mismo y no duda de su propia eternidad”, escribió Galeano.

PENSAR PARA VER LA REALIDAD

No la que nos muestran ellos permanentemente como si fuera la única posible. Sino para analizarla desde nuestra óptica.

Es una tarea cultural que juzgo imprescindible. Pensar con las categorías que ellos manejan es repetir la sociedad que queremos cambiar, no mejorar.

La derecha se apodera de nuestras palabras y les da otro sentido, las agota y les hace perder toda la energía transformadora que tienen. Feminismo, por ejemplo, derechos humanos o democracia.

Sacraliza algunas, como capitalismo, inversores, libre mercado o propiedad privada, y demoniza otras como comunismo, asamblea, pueblo y socialismo.

Termino con lo dicho por Julio Cortázar: “Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina de lavar y que esa máquina es su inteligencia y su consciencia. Con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan”.