Una constante del discurso oficial contra los comunistas ha sido la acusación de ser una fuerza política al servicio de una potencia extranjera, “al servicio de Moscú”. La revolución soviética extremó un argumento que ya venía formulándose con el marxismo y el conjunto de las ideas socialistas, y que, un siglo atrás, se había empleado desde los sectores más reaccionarios contra las ideas de la Ilustración y las influencias de la revolución francesa de 1789. La referencia a las ideas foráneas, ajenas a un pretendido espíritu nacional, permitía neutralizar a los críticos con el poder que formulaban un proyecto de transformación social.
Tras la fundación del PCE, la impugnación de su actuación como el resultado de la agitación de agentes extranjeros, realizada también por quienes desde la izquierda se oponían a sus planteamientos, pretendió oscurecer las razones políticas para la articulación de una fuerza revolucionaria que, si bien formaba parte de la Internacional Comunista, respondía a las realidades y las necesidades de nuestro país. La dictadura de Miguel Primo de Rivera, que reivindicaba hasta el ridículo lo castizo, se agarró al argumento de la extranjería para llevar a cabo una dura represión contra el PCE, que situó como uno de los principales enemigos de lo que teorizaron como «la hispanidad».
Sin duda que el infantilismo revolucionario, que de forma tan clara caracterizó Lenin, y la incapacidad de desarrollar de forma creativa los postulados de la Internacional Comunista, con la utilización de ideas y términos importados de manera mecánica de la revolución de octubre, facilitaron el estereotipo de un PCE producto artificial alimentado por una maquinaria extranjera. Fue a partir del reconocimiento de los errores cometidos y de la puesta en marcha de la estrategia de los frentes populares que los comunistas pudieron aterrizar y extender su propuesta para el conjunto del país, en especial, después del enorme revulsivo que conllevó la respuesta popular al golpe de Estado del 18 de julio de 1936.
Lo que se conoce hoy como la guerra civil española se teorizó por el PCE como nuestra «guerra nacional revolucionaria», por la independencia frente a la agresión del fascismo internacional, que se concretaba en la implicación directa en los combates de los fascistas italianos y los nazis alemanes, haciendo un esfuerzo por entroncarla con las luchas históricas que permanecían en la memoria popular. Como expresaba Mundo Obrero con motivo de la celebración del 2 de mayo de 1937: “Los herederos de Daoiz y Velarde, del Empecinado, de la lucha contra los invasores de nuestro suelo, son hoy los trabajadores, los antifascistas, los que defienden efectivamente la patria. Como en 1808, en 1937 el pueblo está en pie, dotado de eficacia, energía y fuerza para llevar a cabo la heroica gesta de la liberación nacional”.
No fue una expresión de chovinismo, al contrario, fue una elaboración ideológica para cimentar la unidad popular, para la construcción de una identidad compartida entre quienes tenían que defender el proyecto republicano de la agresión y, al mismo tiempo, construir las bases para la liberación social y nacional de los pueblos de España, que permitiera ganar la guerra para cambiar el país. Vicente Uribe plasmó el objetivo a alcanzar de una forma clara en un escrito de 1938: “Una gran España, republicana, democrática; todos los pueblos unidos; todas las nacionalidades movidas por el mismo impulso, se lanzarán en una cordial emulación, sobre la base de la confianza mutua, conjugando fraternalmente todos los esfuerzos en una dirección: ayudar al máximo desarrollo y fortalecimiento de cada nacionalidad; ayudar en grado superlativo al ascenso general y al progreso de todo el país; fortalece, por encima de todo, la patria española”.
Esta es la patria a la que se refirieron nuestros poetas, la que definió Gabriel Celaya como «turbia y fresca», «un agua que atropella sus comienzos», un proyecto por construir desde el respeto de la diversidad plurinacional de nuestro Estado, que no podía desligarse de su carácter popular. El españolismo chovinista, agresivo y uniformador del franquismo no sólo acabó con el régimen constitucional de la Segunda República, también destruyó el germen de este proyecto compartido, de la posibilidad de concebir que no tenía nada que ver con el Imperio, con el nacional-catolicismo o con los intereses de una minoría privilegiada.
El Centenario será una magnífica oportunidad para recordar las lecciones de nuestra historia y defender nuestro proyecto de nuevo país plural, integrador y solidario
La dictadura franquista, con todo su chovinismo patriotero, no dudó en usar a los regímenes fascistas europeos para bombardear y reprimir al pueblo español de forma brutal, como tampoco lo hizo cuando cambiaron las tornas y para sobrevivir acordó la instalación de bases militares norteamericanas, convirtiéndose de esta forma en un peón más en su estrategia de la guerra fría. Y para denigrar a quienes luchaban por la democracia, la justicia social y las libertades volvió al clásico del agente extranjero: la conspiración judeo-masónica-marxista. El PCE desarrolló en esos años su segunda gran concreción del patriotismo revolucionario, la política de reconciliación nacional, oficializada en 1956, que lejos de significar la falsa moralina del perdón, como así se quiso interpretar durante la transición para justificar la impunidad de los crímenes del franquismo, fue un apuesta por construir unidad popular desde abajo, desde las necesidades y las reivindicaciones de la mayoría social, como una forma de reconstruir un proyecto de país que era incompatible con un régimen dictatorial y depredador.
En estos últimos años estamos viendo como el neofranquismo de las derechas vuelve a sacar el chovinismo españolista a los balcones, las muñecas y las mascarillas. En un momento de crisis de régimen es el señuelo para intentar salvar los intereses de la minoría de siempre. El Centenario del PCE será una magnífica oportunidad para recordar las lecciones de nuestra historia, al tiempo que exponer el proyecto de nuevo país que defendemos, plural, integrador, solidario, y que nos convenzamos, con Gabriel Celaya, que «seremos mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo».
Responsable de la Comisión Preparatoria del Centenario del PCE