Introducción al Documento nº 12.

Un factor importante dentro de los cambios que tienen lugar en el PCE en 1932, a partir de los cuales se van abriendo camino otros procesos de maduración política y de fortalecimiento organizativo, es la renovación de su cúpula dirigente. Dado que el PCE, como los demás partidos comunistas entonces existentes, no se consideraba una organización independiente, sino la “Sección española de la Internacional Comunista”, tanto su política como su dirección debían contar con la aquiescencia de la Komintern, que disponía además de delegados en España encargados de transmitir sus opiniones, consignas o directrices. La compleja dialéctica entre la dimensión nacional e internacional, más allá de visiones estereotipadas o simplistas, es particularmente fundamental para comprender la historia del comunismo en todos los países durante la etapa de la Tercera Internacional. El grado de intervención directa de la IC en los distintos partidos nacionales variaba mucho, entre otros factores, según la prudencia de los delegados de la misma y la capacidad o solidez de los equipos de dirigentes nacionales.

En el caso del PCE, parece indudable que la debilidad del partido era responsabilidad tanto de las directrices políticas de la IC, escasamente adaptadas a la realidad española, como de la inmadurez y sectarismo del grupo dirigente español, encabezado desde 1925 por José Bullejos. La limitada capacidad política de este grupo, su errática actuación y su autoritarismo lastraban, sin duda, cualquier posibilidad de renovación. Las relaciones que el equipo de Bullejos mantenía con los delegados de la IC en los momentos previos a la llegada de la República y tras la implantación de esta fueron difíciles y conflictivas, incluso tormentosas. La IC haría llegar una carta con fuertes criticas en junio de 1931, que luego reiteraría en enero de 1932, sin decidirse aún a intervenir, quizás por falta de opciones de relevo. El Congreso de Sevilla confirmó la dirección anterior, pero ampliándola y, en todo caso, abrió el camino a la ofensiva contra el grupo de Bullejos desde el verano de ese mismo año, impulsada por el delegado de la Internacional Victorio Codovilla, con el apoyo de algunos dirigentes españoles como Manuel Hurtado.

En octubre de 1932, mientras se encontraba en Moscú, Bullejos recibió la noticia de que el Buró político había decidido su destitución y expulsión, junto con la de sus colaboradores más próximos (Gabriel León Trilla, Manuel Adame y Etelvino Vega); medida que luego la IC, nada ajena a este cambio, se encargaría de corroborar. Para reemplazar al anterior secretario, fue designado, mientras se encontraba en la cárcel, José Díaz Ramos, panadero de profesión, sevillano y cabeza del grupo que, procedente de CNT, había arrastrado a una parte importante del movimiento obrero de la ciudad hacia posiciones comunistas. Era, sin duda, una figura ascendente en el partido, que a su fidelidad a la Internacional y su entusiasmo por la Unión Soviética unía una honestidad incuestionable, una trayectoria sindical de gran valor y, pese a las deficiencias culturales derivadas de su condición de modesto obrero autodidacta, un innegable instinto político y una cercanía en el trato que habría de desarrollar en los difíciles años posteriores. José Díaz se convirtió pronto en una persona especialmente querida por la militancia y, junto con Dolores Ibárruri, en una figura mítica en la historia del partido.

La expulsión traumática de José Bullejos y sus más estrechos colaboradores dio paso a una nueva dirección, que integraba a algunos de los responsables anteriores que superaron la prueba de la “autocrítica” (Luis Zapirain, José Silva, Pascual Arroyo, Dolores Ibárruri), al grupo de sevillanos o de allegados a José Díaz (Mije, Delicado, Barneto, incluso Pedro Checa), y a algunos otros dirigentes (Vicente Uribe, Jesús Hernández, etc.) que formarían, en conjunto, la cúpula del partido durante los últimos años de República y en la Guerra civil.

El documento que se reproduce a continuación, la carta de autocrítica de Dolores Ibárruri, debe entenderse en este contexto, y se inserta dentro de lo que esta práctica significaba en la tradición comunista: una asunción pública y catártica de los errores que pretendía fortalecer al partido y reforzar el compromiso militante. Utilizada a menudo, en la etapa más dura y de manera distorsionada, como mecanismo de control y de uniformización por parte de la dirección o como arma arrojadiza en los conflictos internos, vemos cómo aquí, en el texto de Pasionaria, aparece con unas connotaciones más en sintonía con su intención teórica primigenia. En primer lugar, Dolores rescata el sentido de la autocrítica al margen de cualquier ceremonia de auto-humillación, como un reconocimiento de errores que sirvan de base para su superación. En segundo lugar, en vez de focalizar la crítica -como sucede en otros casos- de manera exclusiva en los dirigentes caídos, plantea que las responsabilidades deben considerarse colectivas.

El texto de Dolores refleja de manera particularmente nítida algunos de los rasgos de la militancia de la primera generación de comunistas españoles, como el sentido de la entrega total al partido y a la lucha, la honestidad revolucionaria y la plena convicción en la justeza de la línea marcada por la Internacional Comunista. También nos transmite el duro tono de las polémicas entre los comunistas del momento, incluso en los epítetos utilizados, acorde con las difíciles condiciones en las que se desarrollaba su lucha. Está escrita desde la cárcel, escenario que no era la primera vez que la dirigente vasca pisaba desde la proclamación de la República. Recoge también y asume las posiciones del partido en torno a la revolución democrática y las críticas -indudablemente justificadas- a los métodos de dirección del equipo encabezado por Bullejos, eximiendo, de paso, a los representantes de la Internacional, cuyo conflicto con la anterior dirección refleja en alguno de sus párrafos.

Dolores había llegado en 1930 al Comité Central y se trasladó a Madrid para trabajar en Mundo Obrero y luego en el frente femenino. Superada con su peculiar estilo y su inagotable carisma la crisis de 1932, pronto se convertiría en la figura más popular y emblemática del partido.

Carta de Dolores Ibárruri, publicada en Mundo Obrero, 5 de diciembre de 1932.

Voy a contestar a la carta abierta que el camarada Hurtado me dirige reprochándome fraternalmente los defectos de mi artículo publicado en nuestro querido Frente Rojo, al omitir en él las causas que han obstaculizado hasta ahora el trabajo del Partido en la realización de las tareas que la revolución le imponían, y me pide mi opinión, franca y sincera, sobre los causantes de que la revolución nos haya sobrepasado obligándonos a practicar una política de seguidismo, marchando a remolque de los partidos burgueses y no teniendo una política propia ni una solución acertada para cada problema que la revolución en curso plantea. A la hora de las responsabilidades y de depurar el Partido de todos aquellos elementos que pudieran ser nocivos -no solamente para su crecimiento numérico, sino también para su importancia como factor principal de la revolución-, yo, vieja comunista, no puedo ni quero rehuir, camarada Hurtado, el hacer una autocrítica severa de pasadas actuaciones, que es lo que entiendo deseas tú; no personalmente, sino en interés del Partido, recabando para mí el tanto de culpa que me haya podido corresponder.

Unida al grupo de renegados, no como tal sino por ostentar éste la dirección del Partido, por una convivencia de varios años de lucha que crearon entre nosotros lazos de sincero afecto, para mí ha resultado muy doloroso tener que abandonar a estos camaradas en una revuelta del camino; si dijese otra cosa, no sería sincera.

Pero cuando de luchar por el engrandecimiento del Partido se trata; cuando está en juego el porvenir del Partido, y por tanto, el de la revolución proletaria, que no podemos llevar a cabo si antes no desarrollamos hasta sus finales consecuencias las consignas de la revolución democrática, a lo que se han opuesto los componentes del equipo traidor, para mí no existen amistadas, afectos, familia ni amigos; no existe más que el Partido y la revolución, y en aras de esto sacrifico todo lo demás. Ahora bien, ¿son solamente los componentes del grupo, es decir, Trilla, Adame, Vega y Bullejos los culpables de que el Partido no haya tomado la dirección del movimiento revolucionario, retrasando así la descomposición del régimen y fortaleciendo, por lo tanto, aunque momentáneamente las posiciones de la burguesía y de los terratenientes?

Con franqueza bolchevique, te digo que no, camarada Hurtado, aunque la responsabilidad más grande quepa al grupo, yo, y conmigo todos los que componíamos el Comité Central, nombrado en la Conferencia de Pamplona, que tenía el valor de un Congreso del Partido, tenemos una parte de responsabilidad por haber sido débiles, por haber sido cobardes, por habernos prestado a ser comparsas del Comité Ejecutivo sectario y no haber impuesto a éste el cumplimiento de los acuerdos y resoluciones acordadas en la citada conferencia.

Si así lo hubiéramos hecho, si hubiéramos sabido cumplir con nuestro deber, sin que en nosotros influyera la amistad ni el respeto hacia lo que brillaba con falso resplandor en la dirección del Partido, muy otra sería la situación del Partido, y muy distinta también la situación de España.

¿Por qué no lo hicimos?, porque, al parecer, eran ellos los mejor preparados políticamente (hablo en plural, porque creo interpretar el sentir de otros camaradas, mas si esto no fuera así, recabo para mí sola la responsabilidad de aquella debilidad y de aquella cobardía), y porque además se nos engañaba, puesto que al ser ellos los que tenían contacto directo con la delegación de la I.C., nosotros no sabíamos una sola palabra de las repulsas de la I.C. a la política suicida impuesta por el grupo traidor; repulsas que se nos presentaban no en su verdadero aspecto, sino desacreditando personalmente a los delegados, a los que se acusaba de realizar una política personalista, y de los que se afirmó, en distintas ocasiones, que no contaban con la confianza de la I.C., la cual estaba dispuesta a llamarlos inmediatamente, dando la razón al grupo y haciendo de esta manera que los que comprendíamos las equivocaciones, no nos atreviésemos a exponer nuestro punto de vista por temor a que se nos tildase de indisciplinados o se nos desidentificase con cualquier pretexto, acusándonos de realizar una labor fraccional.

Y así hemos seguido, hasta que les ha sido imposible mantener por más tiempo el engaño de que la I.C. apoyaba su política.

Sabotearon la carta de mayo del 31, no convocando al Comité Central para discutirla y enviándola mutilada a los Comités Regionales, que no podían realizar tampoco una labor justa y acertada, pues se frenaban sus actividades, ocultándoles lo fundamental de la carta y no enviándoles nunca a tiempo el material adecuada para el trabajo a realizar.

Posteriormente, en enero de este año, viendo la I.C. que la carta de mayo no surtía efecto (¿qué efecto iba a producirse, cuando la desconocía la base?), cosa que a la I.C. se le ocultó, esta se vio nuevamente obligada a intervenir en la actuación de la dirección del Partido, enviando otra carta, que, a los que desconocíamos la benevolencia con la que la Internacional había tratado a los que un día y otro se apartaban de la línea que se les había señalado, nos pareció dura, pero justa.

Y esta carta también se hurtó al conocimiento de la base; yo, antes, tenía la convicción de que fue un defecto de organización cuando me hicieron creer que yo pregunté, al aparecer en la prensa burguesa antes que en la nuestra, por qué no se había publicado para evitar el engaño que al Partido se hizo en aquellos momentos. Y hago la afirmación de que se procuró ocultar esta carta al conocimiento de la base, pues el retardo en publicarse no era un defecto de organización, sino que se difirió (sic) hasta que hubo el convencimiento de que esta carta no significaba la destitución fulminante de toda la dirección. Opinión que es abonada por toda la conducta posterior del grupo.

Y en cuanto a la cuestión caciquil, ¡con cuanto dolor veía yo, y como yo todos los que vinieron al Partido sin ambiciones, cómo se obstaculizaba el acceso a la dirección de los nuevos cuadros de militantes que hubiesen remozado con savia nueva la vieja osamenta del Partido!

Y por el contrario: a aquellos que se prestaban a ser dóciles instrumentos suyos, que hacían de lacayos del grupo, se les daban toda clase de explicaciones. Quizás mas de las necesarias, y eran los encargados de dar patentes de revolucionarismo, desmoralizando a la base, que conocía bien a estos individuos, que por medrar ellos, realizaban una labor derrotista, calumniando a otros camaradas y zancadilleando repugnantemente a quienes pudieran hacerles sombra.

¿Recuerdas mis protestas y mis deseos de alejarme de la dirección para retornar al trabajo de la base? ¿Qué me decías tú? Que eso no era bolchevique, y que era necesario permanecer en nuestros puestos para hacer rectificar esta política de arribismo. Cuando yo, en mi ingenuidad revolucionaria, preguntaba el porqué de la negativa de los componentes del grupo a ir a tratar con la I.C. todas las cuestiones de organización y de dirección del Partido, negativa que a mí me parecía una herejía, se me contestaba que era para evitar maniobras de la delegación de la I.C.

Ahora comprendo el porqué de esta negativa: ¡era el temor de enfrentarse con quien, habiendo tenido excesiva tolerancia para sus equivocaciones intencionadas o no, les iba a exigir estrecha cuenta de su actuación al frente del Partido, y de la conducta que queriendo o pretendiendo demostrar ser archirrevolucionaria, era simplemente oportunista que rayaba en la claudicación ante el enemigo, como nos lo demostraron con las falsas consignas lanzadas con motivo del movimiento sedicioso del 10 de agosto, y que era el resultado de su incapacidad para comprender el proceso dialéctico de la revolución!

Para terminar, camarada Hurtado, y camaradas todos, considero justas y necesarias las medidas tomadas por la Internacional y el Partido, al eliminar a los que de él quisieron hacer un coto cerrado, sólo asequible a los que se hallasen dispuestos a aceptar sin discutir los dictados del grupo, que desde la dirección el Partido maniobraban descaradamente, poniéndose de espaldas a la revolución.

Si el reconocimiento de nuestros errores es un primer paso para enmendar nuestra conducta, yo te aseguro, camarada, que la lección recibida nos servirá para curar ambiciones, para no crear ídolos y para saber defender, contra viento y marea, la línea política trazada por la I.C., cosa que hasta ahora no supimos hacer.

Saludándote afectuosamente, así como a todos los camaradas, al igual que a los obreros y campesinos que luchan por destruir el régimen capitalista, queda vuestra y del comunismo, deseándoos salud.

Cárcel de mujeres, noviembre de 1932

Sección de Historia de la Fundación de Investigaciones Marxistas