Con ocasión del Día de la Mujer Trabajadora (adjetivo que han suprimido las feministas de clases más altas), algunas feministas se manifiestan ante las catedrales para exigir ingresar en la jerarquía católica, ser sacerdotisas.

Tienen una fe increíble, puesto que se trata de la organización que durante dos mil años más ha hecho por marginarlas en lo sagrado y profano.

Baste recordar el cásico paulino las mujeres callen en la Iglesia, tan sagrado y palabra divina como las que ellas intentan interpretar en sentido opuesto, juego verbal que constituye una de las razones de la popularidad de la Biblia.

Alienta su admirable moral la escasez sin precedentes de pastores varones pero olvidan que eso se debe a la aún más rápida desaparición de la grey o rebaño -adjetivos suyos, recuerden- que ellas aspiran a dirigir.