Historia del PCE
José Luis Martín RamosLos libros de la Catarata

Una historia del PCE en el año del centenario de su fundación.
Solo he pretendido aportar un ensayo, una síntesis interpretativa, a la conmemoración del centenario, que se sumará a otras publicaciones. Va implícito que es un reconocimiento a la aportación del PCE -de sus militantes que son los que constituyen el partido- a la historia de España y de su movimiento obrero.

Abres el libro con esta dedicatoria: “A Salvador Jové, Pere Gabriel, Pau Verrié y Alberto Ortega, compañeros del Comité de Estudiantes del PSUC en 1966”. ¿A qué os dedicabais en aquel año de la fundación del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB)?
El comité al que me refiero es el de la primera mitad del curso 1966-1967. Salvador Jové, Pau Verrié y Pere Gabriel habían formado parte también del comité del curso anterior, que es cuando se funda el SDEUB en la asamblea de Capuchinos. La decisión que se toma al comienzo del curso 1966-1967 de rechazar la constitución de las asociaciones profesionales de estudiantes, propuestas por el Ministerio de Educación, fue lo que garantizó la continuidad del SDEUB y la extensión del modelo de sindicato democrático, al margen y en contra del régimen, a toda la universidad española. A eso nos dedicamos nosotros. Y a intentar contrarrestar la represión contra los representantes de los estudiantes. El desafío de un sindicato de masas, ilegal pero no clandestino, en plena dictadura, no pudo prosperar más allá de cuatro cursos. Sin embargo, ese hecho expulsó políticamente a la dictadura de la universidad. Desde aquel momento la dictadura tuvo a la universidad en su conjunto en contra, estuviera más o menos movilizada. En el libro explico que el mérito fue de todos los estudiantes que participaron y de las organizaciones de estudiantes del PSUC y del PCE que fueron los que promovieron ese proyecto rupturista. No todas las formaciones antifranquistas estuvieron de acuerdo y en cualquier caso fueron los comunistas quienes lo impulsaron. Y Manuel Sacristán (1925-1985), dirigente del PSUC, fue quien escribió el manifiesto Por una universidad democrática, su documento fundacional.

Tu libro ¿es para historiadores o especialistas?
Nuestra pretensión, la de la editorial y la mía, es que pueda ser leído por gente interesada en el tema, sin más. No se requieren grandes conocimientos concretos. Para leerlo no se necesita estar muy puesto, ni mucho menos ser historiador, aunque también pueden ser una parte de la gente interesada.

Comentas en la presentación que el libro es producto de tus propias investigaciones, en particular sobre la historia del partido entre 1919 y 1939. ¿Por qué esa época especialmente? ¿Son los años en los que el PCE jugó un papel más destacado?
No, el PCE tiene en mi opinión, y así lo escribo en el libro, dos momentos culminantes, de mayor influencia en la sociedad española, el del Frente Popular que incluye el período de la guerra civil y se cierra en 1939 y el de la lucha contra la dictadura franquista y por el restablecimiento de un sistema político de libertades democráticas, de mediados de los años cincuenta hasta el inicio de la transición tras la muerte del dictador. Eso no quiere decir que en su historia solo puedan destacarse esos dos momentos. Son también muy importantes la etapa de la fundación y la que se abre bajo la secretaría general de Gerardo Iglesias y se desarrolla con Anguita, en la que -a diferencia de otras experiencias comunistas europeas- el PCE ni se enquista en una supervivencia aislada ni se autodestruye sino que decide mantenerse e impulsar un proyecto nuevo que es el de Izquierda Unida.

Dices que escribir historia es un trabajo científico del investigador y del mundo en que vive.
Hay científicos que pretenden vivir en un mundo neutro, no social, no histórico, que no existe. Y hay historiadores que niegan que sea un oficio científico. Para mí lo es, en sus objetivos y sus métodos -me remito siempre a la gran lección de Marc Bloch-, y se desarrolla desde luego en el mundo en el que el historiador vive y entre sus concepciones, algunas distintas y otras contrapuestas. Newton tenía su concepción del mundo, Darwin tenía su concepción del mundo, las de ambos no era exactamente la de Einstein y todas ellas intervienen, en mayor o menor medida, en su manera de hacer ciencia y en la formulación de sus conclusiones. Como cualquier historiador, que si desprecia el oficio científico está haciendo mala historia u otra cosa. O se engaña si niega tener una determinada concepción del mundo y reconocer determinados valores y que estos intervengan en la historia que escribe.

Adviertes también que “el neutralismo es una falacia” y que “la verdad científica es la mayor aproximación a la realidad”.
Me refiero a la pretensión neutralista en el trabajo del historiador. No lo es porque el tema de la historia es la historia de la sociedad, del género humano en sociedad, y hasta el presente el género humano en sociedad no ha sido un cuerpo compacto, homogéneo, sino todo lo contrario, una agregación con intereses diferentes y contrapuestos de subgrupos de género, sociales, de creencias y convicciones, de identidades comunitarias… El historiador es un componente vivo de esa sociedad, no es una máquina, no es un robot sin pertenencia social, sin creencia y convicciones, sin identidades. Pretender estar por encima de todo ello es una soberbia patética o un autoengaño. Objetivamente es falso, es una falacia.

Hablas del uso de una metodología objetiva, transparente y compartible. ¿Qué entiende por esa metodología un historiador con amplia experiencia como tú?
La elección y discriminación del dato, el uso crítico de las fuentes, que incluye su contextualización, la consideración de los análisis y las interpretaciones de otros historiadores y la exposición comprensible y compartible de la conclusión del trabajo.

¿No hay mucha historia protagonizada por anónimos que apenas queda registrada en documentos?
La documentación no es solo la escrita, hay también documentación material y, desde que se descubrieron las grabadoras de voz y de imágenes, documentación oral y visual. Toda ella ha de ser utilizada no en su literalidad sino en la información que contenga que sea contrastable, compartible. La historia protagonizada por anónimos deja de una manera u otra su huella en la actividad social, aunque no lleve nombre y apellidos. Lo que importa para la historia es esa actividad social. Si se prescinde de la documentación, no se hará historia, se estará haciendo ficción. La novela histórica puede prescindir de la documentación y ser una excelente novela. Pero es eso, novela, no historia.

¿Queda mucho por investigar en la historia del PCE?
Desde luego. Tenemos un conocimiento muy desigual de sus diferentes períodos, muy insuficiente de su militancia a lo largo de cien años. Hablando de una organización que durante mucho tiempo formó parte de otra, la Internacional Comunista, el movimiento comunista internacional, nos falta saber mucho de su intrahistoria. Hemos de poder acceder, sin trabas, a los archivos de la Internacional y del Estado soviético. Y nos falta por saber mucho de la relación entre el partido y el Estado, entre el partido y la sociedad. Necesitamos también acceder a archivos españoles de todo tipo, sin trabas.