Las alegres
Ginés SánchezTusquets editores, 2020
Comienzo esta humilde reseña por lo que bien podría ser el final. Las alegres es un libro al que, ojalá, muchos se acerquen pero sobre todo los que consideran que las cosas están bien como están. No todo es perfecto -admiten a veces ante la evidencia- pero es lo mejor que podemos tener y chitón, asunto cerrado. También los partidarios de cierta ideología política, ya saben, aquellos más preocupados por las “denuncias falsas” que por las 45 mujeres asesinadas en España por sus parejas o ex parejas en 2020. Sí, aquellos, los mismos que pretenden hablar de “violencia intrafamiliar” en lugar de llamar a las cosas por su nombre. Porque lo que hace Ginés Sánchez en Las alegres es precisamente llamar a las cosas por su nombre.
Cheetah es una gran urbe atravesada, como tantas otras, por una violencia sistemática y sistémica (es decir estructural) contra las mujeres. Allí el feminicidio es diario y las paredes, las puertas de los establecimientos y las farolas están pobladas de pasquines que se renuevan cada poco: Dolores 26, María Belén 19, Mónica 25… Un día se descubre el cadáver de un hombre enrollado en una sábana blanca en la que aparecen unos números acompañando a una frase. Los hombres muertos se suceden con el paso del tiempo. Antes no -al fin y al cabo eran mujeres- pero, ¡ay!, ahora sí que suenan las alarmas. ¡Terrorismo! Y es que un subgrupo del subgrupo de cierta organización feminista ha decidido rebelarse y tomar al pie de la letra ese derecho de los oprimidos a ejercer la violencia contra los opresores. Se hacen llamar Las Alegres. ¿La respuesta del masculinísimo poder? Sorpresa: el terrorismo de Estado.
Pero la novela de Sánchez no es la de un objetivo que, de cerca, se dedica a seguir los pasos de este grupúsculo. Es, al contrario, una novela montaje de voces y materiales distintos (partes de informes policiales, de entrevistas, de conferencias y de notas al pie con los respectivos cambios de registro que esto supone) que nos empuja a entender la realidad como construcción elaborada por la clase (y el género) dominante. La técnica de la fragmentación es acertada y provechosa en la medida en que se usa para insertar un multiperspectivismo que hace del texto un juego de espejos. Así, el lector no solo conoce, de una forma o de otra, algunas de las acciones de Las Alegres sino que también se aproxima al interior de personajes que poco o nada tienen que ver-¿o sí?- con ese movimiento, mostrando la tridimensionalidad de un terror endémico.
En las antípodas de la equidistancia, la disposición del tablero de juego (que es nuestro espacio también, el de las mujeres, es decir, el espacio de todos) se presenta sin tapujos: dividido en dos, de un lado los asesinos y del otro las asesinadas, los dominantes y los dominados, los verdugos y las víctimas. De los primeros hay muchos, muchísimos, seguramente más de los que quisiéramos aceptar. De los segundos -cuéntense hijos e hijas- también. Sin embargo, y por suerte, sentimentalismo y victimización, que solo operan por neutralización (despolitizando contenido y significado), están ausentes de Las alegres gracias al esfuerzo del autor por desprender a la víctimas de la pasividad asignada para comprenderlas, más bien, como sujetos de revuelta.
Termino esta humilde reseña por lo que bien podría ser el inicio. Vuelve el Ginés Sánchez que ya en Mujeres en la oscuridad dio en el clavo con algunas de sus preguntas no solo para profundizar con esta novela en ciertas cuestiones sino, sobre todo, para lanzar otras muchas, para discutir nuestra moral, destapar sus huecos y revelar sus contradicciones. ¿Cuáles son y dónde están los límites?