Este escrito tiene como único propósito someter al debate algunas de las meditaciones que he venido realizando sobre la vigencia que le atribuyo a las palabras pronunciadas el 30 de junio de 1961 por Fidel Castro para enfrentar las debilidades internas y las amenazas externas que en la actualidad y en el futuro previsible tendrán que enfrentar las instituciones políticas, estatales, gubernamentales y no gubernamentales, incluida la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), implicadas en la adecuada implementación de los componentes educativos e ideológico-culturales de las políticas dirigidas a convertir en realidad el sueño de edificar, de manera independiente y soberana, un socialismo próspero, democrático y sostenible, recientemente ratificado por los delegados al VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC).
Pero antes de hacerlo considero necesario acentuar que, como fruto de la multifacética obra de la Revolución, progresivamente ha ido cambiando de manera radical la composición socio-clasista, residencial, demográfica, educacional, científico-técnica, civilizatoria e ideológico-cultural (incluida la cultura política y los métodos y medios para reproducirla) al igual que los patrones migratorios hacia el exterior que tenía la población cubana en el momento en que Fidel se reunió en la Biblioteca Nacional de Cuba con las figuras más representativas de la intelectualidad, del arte y de la literatura nacional que participaron activamente en el congreso fundacional de la UNEAC. En los años más recientes esas transformaciones, reflejadas en la pluralidad de opiniones y comportamientos políticos de nuestra población, se han profundizado como consecuencia de la ralentización, de los errores cometidos y de los diversos efectos deseados y no deseados (como el incremento de las desigualdades) de la que he denominado actualización del socialismo cubano.
A lo antes dicho hay que agregar el impacto negativo que ha tenido en nuestra economía y en nuestra sociedad el exponencial incremento de la agresividad desplegada por las diversas estructuras de la maquinaria burocrático imperial de Estados Unidos durante los cuatro años de la recién concluida administración de Donald Trump y durante los primeros meses de la presidida por Joe Biden. A pesar de sus promesas electorales, esta última no ha retomado ninguna de las acciones emprendidas durante la segunda administración de Barack Obama con vistas a normalizar las relaciones oficiales de Estados Unidos con el gobierno de nuestro país, así como a producir cambios favorables a sus intereses en el que peyorativamente siguen llamando régimen cubano
Los antes mencionados cambios objetivos y subjetivo-objetivados en los diversos comportamientos sistemáticos y cotidianos de diferentes sectores de nuestra cada vez más heterogénea y envejecida población económica y políticamente activa -incluidos e incluidas las y los intelectuales, escritores y artistas de diferentes géneros y generaciones- exigen una profunda reflexión acerca de cómo vamos a entender en las presentes y futuras circunstancias del mundo y de nuestro país el sintagma que usualmente se utiliza para recordar, muchas veces de manera sesgada y descontextualizada, las Palabras de Fidel a los intelectuales: Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada.
RESIGNIFICAR Y REDEFINIR
Tomando en cuenta los errores que, alejándose del espíritu y de la letra de esas palabras, se cometieron en los lustros posteriores en la implementación de algunas de las políticas educativas, ideológicas y culturales, en los empeños que se emprendan en la actualidad dirigidos a resignificar esos conceptos, así como a redefinir los términos de dentro y fuera de la Revolución, nunca debemos olvidar que, junto con sintetizar ese principio general y fundamental que abarcaba a todas y a todos las y los ciudadanos del país, al igual que de vindicar el derecho de la Revolución a existir, a desarrollarse y a vencer a sus enemigos internos y externos, Fidel realizó una cuidadosa diferenciación entre los que denominó “artistas y escritores revolucionarios” (“los que estuvieran dispuestos a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución”) de los que definió como artistas, escritores o intelectuales honestos y honrados que no tuvieran “una actitud revolucionaria ante la vida” pero que fueran capaces “de comprender toda la razón de ser y la justicia de la Revolución”. Asimismo, desigualó a estos últimos de los que denominó “artistas e intelectuales mercenarios o deshonestos” y/o “contrarrevolucionarios acérrimos” e inmediatamente después afirmó:
“La Revolución tiene que comprender esa realidad y, por lo tanto, debe actuar de manera que todo ese sector de artistas y de intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios encuentren dentro de la Revolución un campo donde trabajar y crear y que su espíritu creador, aunque no sean escritores y artistas revolucionarios, tenga la oportunidad y la libertad de expresarse dentro de la Revolución”.
Desde mi punto de vista, esas y otras definiciones que se verán más adelante expresadas en momentos muchos más difíciles que los actuales para la preservación de la soberanía y la independencia de nuestra patria, así como de las principales conquistas de la Revolución, adquieren una acrecentada vigencia. Por consiguiente, deben ser tomadas muy en cuenta por todas nuestras actuales autoridades políticas, estatales y gubernamentales, especialmente las directamente vinculadas a las labores educativas, ideológico-culturales y de la comunicación social. Asimismo, por todas las organizaciones sociales, de masas, profesionales y no gubernamentales de raigambre popular que actúan en nuestra sociedad política y civil, incluidas las que se han dado en llamar sus “vanguardias artísticas”: la UNEAC y la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Entre otras razones porque, como se demostró en el referendo del 24 de febrero de 2019 para aprobar la nueva Constitución Socialista de la República de Cuba, al menos 706.400 ciudadanos y ciudadanas de 16 años o más desaprobaron el actual ordenamiento jurídico-político de nuestro país. Y otros 127.000 depositaron sus votos en blanco. Lo que, en términos relativos, significó cerca del 10% del potencial electoral.
Sin negar la legitimidad democrática del sistema político cubano y el inobjetable respaldo que le sigue ofreciendo la mayoría absoluta de las ciudadanas y los ciudadanos a la Revolución y al Socialismo, así como sin que se puedan saber las diversas razones que influyeron o determinaron sus correspondientes sufragios, ¿vamos a considerar a esos 833.500 compatriotas residentes en nuestro país como “contrarrevolucionarios acérrimos” o sabremos establecer las diferencias entre estos y las personas honestas y honradas que no tienen “una actitud revolucionaria ante la vida” y que, a diferencia de los revolucionarios, no están dispuestas a “poner a la Revolución por encima de todo lo demás” y, en el caso de los intelectuales, escritores y artistas, a sacrificar sus correspondientes vocaciones por la Revolución?
Probablemente sea de las filas de estos últimos que han surgido una buena parte de los intelectuales, artistas y escritores que han emigrado del país y, dentro de los que no lo han hecho, los diversos grupos intergeneracionales que no se sienten representados por el PCC y su organización juvenil, por la UNEAC, la AHS, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, la Ciencia y la Cultura, ni por las “jerarquías culturales” por estos establecidas para la presentación de sus correspondientes demandas (más o menos pertinentes, según el caso) ante las autoridades político-estatales y específicamente ante el Ministerio de Cultura. Asimismo, los integrantes de ese sector social que, a través de las diversas publicaciones que circulan en las redes sociales, expresan sus disgustos y discrepancias con diversas dimensiones del funcionamiento de algunas instituciones políticas, estatales y gubernamentales, incluidas las educativas e ideológico-culturales. En particular de aquellas que, que por diversas razones que trascienden el objetivo de este escrito, no tienen habilitados los espacios necesarios para conocer, analizar y ofrecer equilibradas y oportunas respuestas a los plurales criterios políticos y reclamos de los diferentes sectores de nuestra población.
DIALOGAR DE MANERA RESPETUOSA
Aunque los intelectuales y artistas revolucionarios que residimos en Cuba o en el exterior (incluyendo a los que tenemos nuestras propias críticas a los desatinos históricos o actuales cometidos por las autoridades político-estatales) no compartamos total o parcialmente sus puntos de vistas y/o el lenguaje estridente con que algunos de ellos los expresan, ¿debemos colocarlos entre los que indistintamente se han venido calificando como “disidentes”, “centristas”, “nuevos contrarrevolucionarios” o entre los que Fidel denominó “artistas e intelectuales mercenarios o deshonestos”?
Desde mi punto de vista, las instituciones políticas y estatales, incluidos sus medios masivos de comunicación social, no deben cometer ninguno de esos errores, ya que como también Fidel dejó dicho:
“La Revolución debe tratar de ganar para sus ideas a la mayor parte del pueblo. La Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo, a contar no solo con los revolucionarios sino con todos los ciudadanos honestos que aunque no sean revolucionarios estén con ella. La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios”.
En mi criterio, y cumpliendo de manera escrupulosa lo estipulado en la actual Constitución, esos conceptos y las diversas prácticas a ellos asociadas (incluidas las que emplean los órganos encargados de mantener el orden interno e impartir justicia) tienen que seguir siendo la mejor respuesta a las acciones que en la actualidad y en el futuro previsible emprenda la maquinaria burocrático-imperial de Estados Unidos y sus poderosos aparatos desinformativos, propagandísticos e ideológicos-culturales (incluidos los que de manera creciente se difunden por las redes sociales y por otros medios ciberespaciales) para tratar de sumar a sus propósitos contrarrevolucionarios y neoanexionistas a los que Fidel definió como “honestos y honrados”, incluidos los que ahora habitan en otros países.
Para contribuir a neutralizar esos y otros planes, apoyados por un pequeño grupo de intelectuales y artistas mercenarios y deshonestos residentes o no en nuestro país, sugiero que, en cuanto las circunstancias epidemiológicas lo permitan, las diferentes asociaciones, secciones y filiales provinciales de la UNEAC convoquen a su membresía, así como a otros artistas, escritores e intelectuales que no la integran, a dialogar de manera respetuosa sobre sus diversos criterios con relación a la actualidad y el futuro de nuestro país. Y, en ese contexto, intercambiar sus discernimientos, acuerdos, desacuerdos o dudas con los diferentes componentes del compendio Ideas, conceptos y directrices del VIII Congreso del PCC que en mayo comenzó a distribuirse entre los directivos de las organizaciones políticas, sociales y de masas o a divulgarse en diversos sitios web oficiales de nuestro país.
Creo que sería el mejor homenaje que los actuales intelectuales, artistas y escritores cubanos de diferentes generaciones podemos y debemos ofrecerles a los que, deponiendo sus contradicciones individuales o grupales, políticas, ideológicas, filosóficas o estéticas, se congregaron hace sesenta años para fundar, echar a andar y ensanchar sistemáticamente las filas de la UNEAC, con todos identificados con el criterio previamente expresado por Fidel acerca de que “será noble, será bello y será útil todo lo que sea noble, sea útil y sea bello para las grandes mayorías de nuestro pueblo”. Y el mejor camino para, en las presentes y futuras circunstancias del mundo y de nuestro país, seguir salvando primero que todo la cultura y para lograrlo “ser interlocutores constantes de nuestros intelectuales y artistas”, aunque, como bien indicó el Primer Secretario del CC del PCC y Presidente de la República Miguel Diaz-Canel en su discurso de clausura del VIII Congreso del PCC, “ese diálogo permanente, respetuoso y guiado por la voluntad de trabajar juntos no sea cómodo para las partes involucradas”.
(*) Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de La Habana. Doctor en Ciencias Sociológicas y Doctor en Ciencias. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de la cancillería cubana. Fue presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociología. Autor de EL SIGLO XXI: POSIBILIDADES Y DESAFÍOS PARA LA REVOLUCIÓN CUBANA. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana. 2000.
Este artículo es una versión resumida del previamente publicado por su autor en https://medium.com
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