Necesitábamos mano de obra y llegaron seres humanos. Max Frisch

se estaba tan mal aquí, tan rematadamente daos al mesmísimo demóngano que nada se perdiese por cambiá, manque hubiá de sel en el infierno Felipe Trigo

Aproximadamente medio millón de extremeños y extremeñas viven fuera de la región. Entre 2008 y 2018, en torno a treinta mil personas, la mayoría jóvenes, se marcharon de Extremadura buscando una vida1[1] Extremadura es una de las regiones menos pobladas y más envejecidas de España, aparte de las más pobres (sin contar las ciudades autónomas)[2]. A este ritmo, se calcula que la población caerá para 2030 por debajo del millón de habitantes (una cifra que se supera por unos poco miles), y que la tendencia al empobrecimiento y al envejecimiento seguirá creciendo. No sólo se va la juventud, sino que Extremadura tampoco es una región receptora de inmigración. Extremadura la vacían, y no hay con quien llenarla, pero tampoco se hace nada para que esto sea posible. ¿Qué ocurre en Extremadura?

La respuesta a esta pregunta es sencilla: como ha sido calificada recientemente, Extremadura es «zona de sacrificio» de España. Extremadura es una región de expolio desde hace mucho tiempo, un territorio destinado al saqueo y a la acumulación, donde su irrelevancia a nivel nacional justifica el daño que se hace sobre la tierra y sus habitantes. El oligopolio energético saquea los recursos naturales sin dejar ningún tipo de beneficio sobre la región, a lo que se puede añadir la potencial amenaza de la minería a cielo abierto sobre los recursos subterráneos (donde destaca el litio). Al mismo tiempo, la clase trabajadora supone la principal exportación extremeña: el capital humano. Miles de personas que salieron de la región en los sesenta como mano de obra barata y hoy como mano de obra especializada, porque aquí no hay oportunidades. Es la historia de una sangría permanente.

La trampa de la pobreza

En Extremadura se ha privilegiado la acumulación de la tierra en manos de terratenientes. A mayor acumulación de la tierra, mayor pobreza y dependencia de la población de la zona del trabajo dispensado por el«señorito» de la zona, en un estado de miseria que hacía imposible cualquier tipo de progreso individual o colectivo. En Extremadura ha operado lo que se llama «la trampa de la pobreza»: la población siempre ha sido demasiado pobre como salir de la región, por lo que ha sido muy tardío el fenómeno de la emigración bajo las condiciones del capitalismo.

Es en los años sesenta, con el desarrollismo franquista, cuando esta dinámica se abre: la mecanización del campo quita trabajo a los braceros que se ven totalmente desposeídos, y estos tienen que migrar para sobrevivir a los centros industriales en desarrollo en Madrid o Cataluña, por ejemplo (también aparece la figura del «trabajador invitado» en casos como el de Alemania). Hay oportunidad de crecer, pero fuera de la región, como mano de obra barata de la industria o la construcción. Entre 1961 y 1973 casi un tercio de la población emigrará [3], y poca de ella volverá. La crisis energética cerrará las fronteras y hasta 2008 no hay un gran éxodo, pero la crisis de ese año volverá a disparar las cifras.

Como zona de sacrificio, la emigración de los extremeños y extremeñas tiene una explicación sencilla: Extremadura es una colonia interior, donde se ejerce una desposesión continuada en favor de la acumulación capitalista. Es algo que se ha sufrido largamente con la tierra (y que se sigue sufriendo, pues nunca se ha acometido la esperada reforma agraria), que se sufre con la energía y los recursos naturales, y que se sufre con la despoblación. En El capital, Marx se refiere al proceso de acumulación capitalista y su relación con las migraciones como la desposesión del campesinado para convertirlo en proletariado: al trabajador no le queda otro remedio que competir en el «mercado laboral» o morirse de hambre. Rosa Luxemburgo añadirá en La acumulación del capital el componente colonialista: en cuanto desembarca a regiones poco desarrolladas la maquinaria del progreso capitalista, comienza la desposesión de los recursos que empuja a las poblaciones locales a la huída. En Extremadura hay mucha tierra en pocas manos, lo que impide al campesino prosperar en el campo; en Extremadura se produce mucha energía (y sólo consume una cuarta parte de la que produce), pero apenas si deja beneficio en salarios; en Extremadura se forman sus hijos e hijas para después tener que ejercer sus oficios fuera. Porque el desarrollo industrial lo que construyó en la región fue el edificio del expolio, no el edificio de la autonomía.

Los hombres emigraban, las mujeres sacaban adelante a la familia

Esto ha sido especialmente lesivo en las relaciones de clase, donde encontramos en Extremadura una clase trabajadora con conciencia pero desarmada, dispersa y capitalizada por un discurso alienante que tiende a un regionalismo suave; pero también en las relaciones de género. La mujer ha ocupado un papel central en este proceso. Durante la primera oleada migratoria de los años sesenta y setenta, miles de trabajadores hombres abandonaban las zonas rurales extremeñas para trabajar temporalmente en países extranjeros como Francia, Alemania y Suiza, mientras que las mujeres se convertían en el principal soporte de la supervivencia de los hogares extremeños: ellos ofrecían el sustento económico desde fuera y ellas, con el trabajo doméstico, hacían que el hogar y la familia (con la crianza de varios hijos) saliera adelante. La mujer en Extremadura ha sido el pilar de la convivencia, cuando el padre o el marido tenían que marcharse, pero esto no ha significado un avance social de importancia, pues la falta de oportunidades aquí le han seguido relegando al hogar y a la inacción.

Hoy nos encontramos una situación diferente. La globalización y la deslocalización industrial ha trasladado a los países en vías de desarrollo la búsqueda de ese ejército industrial de reserva que son los emigrados para mantener los salarios bajos y los beneficios altos. Extremadura ha quedado en el limbo, explotada y sin terminar de desarrollar. Quienes emigran hoy son los jóvenes sin oportunidades laborales. Ya no van a Madrid o Cataluña, sino que se reparte por el mundo en una economía sin centro, pero sin asiento en un espacio sin buenas infraestructuras, sin un tejido social fuerte, y sin un fomento industria regional autónomo. Todo esto sería posible con un mínimo de interés de la clase política en desarrollar la región. Los extremeños y extremeñas no emigran ya para sobrevivir (que también), sino que son expulsados por el desinterés de las instituciones por mantener a su población, mientras tratan con grandes empresas para seguir expoliando la región. Los extremeños y extremeñas de clase trabajadora no se van porque quieran, sino porque no queda otro remedio, porque son expulsados por las políticas neoliberales actuales. Hasta que no deje de ser una tierra de sacrificio, esto no va a cambiar.

NOTAS:

1. Cayetano Rosado, M. (2019): «Migraciones y recesos en España. Extremadura como paradigma migratorio», Revista de estudios extremeños, vol. 75, n.º 1, p. 418.

2. Reina Corbacho, F. (2020): «Extremadura, con un 37,7% de pobreza, es la región con menos renta de todo el país», en El Salto (18/10/2020). Disponible en: elsaltodiario.com

3. Cayetano Rosado, M. (2007): «Emigración extremeña durante el desarrollismo español (1961-1975), Revista de estudios extremeños, vol. 63, n.º 3, p.1290 y ss