En contra de lo que los medios de comunicación occidentales parecen dar a entender, ni EEUU ni sus aliados, incluida España, invadieron Afganistán para democratizarlo, mejorar las condiciones de sus ciudadanos o defender los derechos humanos y la igualdad de las mujeres. El propio Biden ha manifestado que el objetivo principal de las fuerzas de invasión era garantizar la seguridad de su país, eliminando un nido de terroristas e impidiendo que desde Afganistán se iniciaran más ataques contra EEUU y sus aliados. Pero incluso estas declaraciones ocultan muchas falsedades.

Los líderes y cerebros de la operación contra las Torres Gemelas no residían en Afganistán. El propio Bin Laden era miembro de una familia de Arabia Saudí y Pakistán era, y es, una base importante del terrorismo islámico, incluso ha sido residencia de líderes talibanes. Por tanto, elegir Afganistán como objetivo militar esconde otra intención: controlar una zona importantísima a nivel geoestratégico para dominar Asia Central. No en vano este país ha sido objeto de codicia y enfrentamiento entre potencias europeas a lo largo de la historia. El “Gran Juego”, enfrentamiento político desarrollado en el siglo XIX entre los imperios ruso y británico para controlar esa zona geográfica del mundo, reflejado por el escritor Kipling en algunas de sus novelas, es un claro ejemplo que no se debe olvidar.

Eliminar la producción de opio y heroína, como también se dio a entender, tampoco ha dado resultado alguno. Más aún: la producción de estos opiáceos se ha multiplicado por cuarenta en los veinte años de invasión estadounidense. De poco ha servido la inversión de miles de millones de dólares para combatir el narcotráfico. Y resulta paradójico, una paradoja más, que haya sido durante la ocupación norteamericana cuando más se ha incrementado la producción de opio y heroína. Un fracaso incomprensible si se tiene en cuenta que es con los ingresos por la venta de estas sustancias como los talibanes han financiado su armamento y su guerra.

CONQUISTAR PERO NO DOMINAR

Al igual que sucedió con los soviéticos, los norteamericanos tomaron casi todo Afganistán de manera relativamente fácil. Las grandes ciudades cayeron en sus manos y se impuso o mantuvo un gobierno aliado fiel a los invasores. Pero la victoria inicial, la conquista del país, no supuso su dominio efectivo.

A los primeros años sucedió un periodo largo en que los efectivos estadounidenses y sus aliados se limitaron a mantenerse en sus acuartelamientos, realizar acciones puntuales y muy medidas contra los insurgentes talibanes, mantener el control de las grandes ciudades apoyándose en los militares afganos y poco más. El resto del país se mantuvo fuera de su control. Y militarmente no se gana una batalla solo con el dominio aéreo: hay que conquistar también el terreno, de una forma contundente y firme. Esto no sucedió y, por tanto, no es de extrañar que, abandonados los acuartelamientos, retiradas las tropas ocupantes de las grandes ciudades y dejado atrás un ejército afgano que se empezó a desmoralizar una vez que vio alejarse a sus potentes aliados y, sobre todo, al importante y crucial apoyo aéreo que es la baza fundamental para detener el avance talibán (4), triunfasen los talibanes.

EEUU y sus aliados abandonaron a los afganos a su suerte.

¿FALTA DE PREVISIÓN O CAOS PLANIFICADO?

Sorprende, aunque desde occidente no se está indagando demasiado en esta cuestión, para sorpresa de los auténticos analistas políticos y militares, cómo es posible que el alto estado mayor estadounidense no haya calculado con precisión el tiempo que los talibanes tardarían en tomar el país.

Cierto es que, para oprobio de los invasores, el presidente Biden y su gabinete ya especulaban con que el gobierno de facto afgano caería en cuestión de meses (1). Es decir: abandonaron a sus antiguos aliados afganos siendo conscientes de que su fin estaba más o menos cerca.

Pero la retirada, lejos de ser tranquila y calculada, se ha convertido en un caos similar a la retirada estadounidense de Vietnam. Las imágenes de ambas reflejan realidades de derrotas de un imperio frente a un pueblo, aunque nada tenga que ver el Vietcong socialista con los fanáticos talibanes.

Se ha llegado a plantear que, quizá, el gobierno Biden y el Pentágono tenían previsto este caos. ¿El fin? Dejar tras de sí un estado fallido, gobernado por un régimen radical y violento y que ampara grupos terroristas y que, además, hace fronteras con varios países a los que EEUU no profesa ninguna simpatía: China, Irán y varias ex repúblicas de la Unión Soviética, que si se ven alteradas por movimientos radicales y violentos afectarían a la mismísima Rusia. Algo que, no nos engañemos, contentaría, y sobremanera, al gobierno de EEUU.

(1) Funcionarios de Biden admiten un error de cálculo en Afganistán (cnn.com)

(*) Francisco José Segovia Ramos es escritor granadino y funcionario.