Antonio Fernández Ortiz (Cieza, Murcia) trabajó en el campo desde la infancia, aprendiendo de su familia el oficio de agricultor. Tras licenciarse en Historia, llegó a Moscú para investigar en un centro adscrito a la Academia de Ciencias de la URSS. Ha publicado diversos artículos en revistas rusas y españolas, así como libros sobre la Unión Soviética. Su último libro, una novela: El tiempo ensimismado (Piel de Zapa, 2021).
Fotograma del documental sobre la recogida del Esparto en la Región de Murcia
Lo que más llama la atención de tu obra literaria es la conexión que en ambas novelas mantienes entre Rusia y Espartania, algo que tiene que ver con tu propia biografía, pero has hallado nexos de carácter histórico y antropológico, en torno a la categoría del campesinado, que trascienden esa biografía.
El lugar del que procedo, en el que crecí, era el del mundo campesino; mejor dicho lo que quedaba de dicho mundo en España en el último tercio del pasado siglo. Mi familia, las gentes que me rodeaban, los compañeros de trabajo de mis padres y de mis tíos, eran jornaleros que tenían, la mayoría de ellos, unas pequeñas parcelas de tierra que trabajaban cuando podían, con un modelo antropológico profundamente solidario, de cierta concepción de la fraternidad asentada en la práctica de la ayuda mutua.
Luego, cuando voy a la Universidad me imbuyo en lecturas e interpretaciones que provocan un primer choque con mi propia vivencia. Me encuentro que para las interpretaciones del marxismo vulgar que voy conociendo el campesino es presentado poco menos que como un pequeñoburgués, un elemento desclasado que indefectiblemente terminaba convirtiéndose en clase obrera o burguesía rural, algo que no tiene nada que ver con lo que yo había visto y vivido. Y resulta que la Revolución Rusa, la aprendo entonces, como revolución obrera, y también se deslizan interpretaciones en las que la crítica a la Unión Soviética procede de su descalificación como verdadero comunismo, pues el protagonismo del elemento campesino daba al traste con la pureza del proceso.
Y precisamente te vas a Rusia cuando acabas los estudios de Historia
Efectivamente, con ese bagaje y con mi título me vengo a Rusia. Pasado un tiempo, cuando ya había adquirido cierta fluidez con el idioma y me sentí en disposición de participar en un seminario al que me invitan, escribo una ponencia. Yo tenía muy trillado “El origen del capitalismo en Rusia”, el escrito de juventud de Lenin, y desde él presenté un artículo, digamos, canónico: la transición del feudalismo al capitalismo, etc. Pues bien, presenté el trabajo y Sergei Kará-Murzá me cogió en un aparte para decirme que tenía dos opciones, seguir basándome en modelos y en puntos de vista que sobre el modelo soviético se tienen en occidente, o querer entender la Unión Soviética de verdad, en cuyo caso debería, no olvidar, sino aparcar la literatura marxista. Me indicó que me zambullese en la filosofía rusa, especialmente la filosofía cristiana rusa. Cuando en la biblioteca Lenin me prestan algunos de los libros de una extensa lista me encuentro con muchas ediciones originales del siglo XIX escritas en ruso con el alfabeto anterior a la Revolución.
¿Eso era un problema?
Claro, tiene que ver con los caracteres del alfabeto cirílico que usaba el ruso antes de la normalización de 1918. Fue complicado al principio, pero poco a poco, y con una paciencia infinita para no caer en la desesperación, fui traduciendo páginas y familiarizándome con aquello, y creo que es el tiempo mejor empleado de mi vida. Y es que después de aclararme con la forma del idioma, tuve que hacerlo con el contenido de aquellos escritos, autores poco o nada conocidos en occidente como Piotr Chaadaev, contemporáneo de Pushkin y uno de los padres de la filosofía moderna rusa; Nikolai Fiodorov, el padre del cosmismo ruso; Konstantin Leontev y sus reflexiones sobre el mundo eslavo y tártaro-mongol; Vladimir Vernadskii y sus concepciones sobre la biosfera, además de los pensadores eslavófilos o populistas que hicieron auténticas obras etnográficas, algunas no exentas de idealizaciones. Para poder entenderlos tuve también que ir leyendo la historia agraria de Rusia, conocer las estructuras del campo soviético, el papel de la comunidad campesina, su derecho consuetudinario, … Me encuentro con hilos de los que tirar, con hilos de los que aún estoy tirando. Por ejemplo leo que el mundo campesino ruso fue destruido por el estalinismo y la colectivización del campo, pero yo comienzo a viajar por el país y a conocerlo y el ambiente que me encuentro es muy campesino. Y como contraste Yakovlev, secretario del Comité Central y jefe del departamento de Agitación y Propaganda, uno de los arquitectos de la perestroika, dice que el koljós soviético es una prolongación del socialismo campesino ruso, y que por lo tanto hay que desmantelarlo. Un gran puzle que me empeñé en resolver…
¿Seguías teniendo aquella pregunta originaria en el fondo? Quiero decir, cuando ibas haciendo ese trabajo, ¿tratabas de dar respuesta a aquel primer choque entre la academia y tu experiencia vivencial con respecto al campesinado? ¿Comprendiste desde Rusia a Espartania?
Así es, por desgracia y por suerte. Por desgracia porque resulta desolador que la Universidad de Murcia esté a 40 kilómetros de mi pueblo y a 5 de la huerta murciana y, sin embargo viva ajena al mundo que inmediatamente le rodea, un choque asentado en el desprecio o al menos una desconsideración, una falta de comprensión del mundo rural. Por suerte, porque todo ese estudio y la investigación me hace ver la gran conexión entre esta tierra y la mía, y no se trata de una conexión de alta cultura, sino precisamente en torno a las estructuras y herencias del mundo campesino.
Pero eres historiador y has escrito numerosos ensayos, algunos de ellos publicados por El Viejo Topo y, sin embargo, decides mostrar esa conexión telúrica a través de la narrativa, no mediante un estudio comparativo.
Precisamente porque se trata, como bien dices, de una conexión telúrica. He tenido la ocasión de escuchar decenas de relatos orales sobre vicisitudes particulares de personajes cuya verosimilitud sólo es abordable desde la fantasía. Yo tenía la necesidad de mostrar esos relatos y el fruto fue Memorias de Espartania (su primera novela, ed. Montesinos), donde se trataba de homenajear a mi familia. Mi abuelo fue de los que fundaron el PCE en la región, y yo ya sabía que el partido no es solamente una cuestión de obreros, sino de campesinos. En El tiempo ensimismado sigue apareciendo esa constelación de personajes y hechos históricos que constituyen y dan cuenta de un modo de vida, de una concepción del mundo que ha sido arrasada por la Modernidad capitalista. El anecdotario de la novela es un haz de pinceladas picarescas e irónicas que son parte importante de la vida de los pueblos. Me parecía que la narrativa me permitía completar las piezas del puzle con la imaginación y que eso, a la vez, mostraba de una manera más adecuada el mundo de la vida.
También vas entonces incorporando elementos de análisis que te hacen entender el proceso revolucionario en la Unión Soviética y sus conflictos internos, uno de tus temas favoritos.
Es que la visión desde occidente de los conflictos internos del proceso revolucionario soviético es simplista y maniquea. En la Universidad, por ejemplo, se contaba como ejemplo de la represión estalinista el juicio sobre el general Tujachevskii. Sin embargo, en Rusia descubro cosas espeluznantes, como su represión de la rebelión de los campesinos en la región de Tambov. El conflicto de los años 30 tiene que ver con revolucionarios de la vieja guardia que no entienden ni soportan la presencia del mundo campesino en la Revolución, y sobre todo no soportan que, en un momento determinado, esos jóvenes que acceden al partido a través del Konsomol, que hacen su proceso de alfabetización, que estudian, que se hacen ingenieros, van ascendiendo y desplazando a la vieja guardia que se niegan a salir. ¿Cómo es posible que un miembro del Ejército Rojo tenga una actitud represiva tan fuerte hacia los campesinos? ¿Por qué esa actitud tan violenta, que masacra incluso tras la rendición? Porque para todo esa socialdemocracia obrerista a la alemana el campesinado estorbaba. Es duro de decir, pero es así, y así se entienden muchos conflictos.
Campesinado ruso
¿Y la génesis de la revolución también está influenciada por el mundo campesino?
Por supuesto. Los soviets de obreros en las fábricas eran en realidad soviets de campesinos, porque eso eran, campesinos, su concepción del mundo era campesina, y llevan a la urbe las asambleas campesinas en las que han vivido, en las que han crecido. Es más, son obreros que en las épocas de cosecha vuelven al campo a trabajar, son campesinos que están “liberados” por la familia, porque cuando se produce la liberación de las tierras, los campesinos tiene que pagar un rescate al Estado en moneda, pero no hay moneda en el campo, no da la cosecha para alimentar a la familia y pagar el rescate. Las familias recurren a enviar al joven, al hermano, al hijo, a la fábrica, a la mina, a conseguir dinero.
¿Y qué relación encuentras ahí con el campesinado español?
Es que tienen mucho que ver con lo que ocurre en España. Madoz y Mendizábal echan a los campesinos, por las plazas deambulan enjambres de campesinos sin tierra, esperando a que les elija el capataz de turno o echándose al bandolerismo que propicia la creación de la Guardia Civil. El modelo ruso mantiene el vínculo porque la comunidad campesina, no solo no desprecia, sino que acoge de vuelta a los que se van, los considera y los necesita. Ese vínculo es tan importante que los soldaos cuando se van al frente en la primera guerra mundial no solo sufren la guerra sino la distancia y el no poder volver de vez en cuando a su comunidad, a su economía doméstica. No pueden atender los campos ni contribuir al sostenimiento de sus familias, que se están muriendo de hambre. Eso es un factor fundamental de la implosión del ejército ruso, los bolcheviques son campesinos y entienden a la perfección esa dinámica del conflicto bélico.
Es curioso, porque tus personajes siempre vuelven, incluso cuando se encuentran desorientados y caminan a tientas, sus pasos les terminan llevando de vuelta a “su” lugar, a Espartania. ¿Espartania se constituye en un territorio de resistencia, digamos antropológica? ¿De concepción del ser humano en comunidad?
Regresan porque es la base, el fundamento. En el propio desarrollo de la escritura se me fue manifestando una verdad, la verdad de las gentes que vuelven. Lo que vincula a Rusia con España es ese mundo de obreros y campesinos, al mismo tiempo, porque es un modelo en el cual el obrero no es del todo obrero y el campesino no ha dejado de ser campesino, y lo más importante, la solidaridad del mundo cristiano, del mundo campesino se prolonga en el mundo de la producción fabril. No han sido atomizados, no han perdido el vínculo orgánico de la solidaridad, ahí está la clave. No es una solidaridad teórica, es una solidaridad orgánica, y ese es el suelo en el que se asumen los planteamientos revolucionarios, pero como por intuición, porque casan, no porque los campesinos se pusieran a estudiar las cartas de Marx a los populistas rusos o el tomo primero de El Capital. Ellos son los que fundan los partidos comunistas, en España, en Italia, en Rusia. Los manufactureros del Esparto son gente cuyo vínculo con su origen se expresa en valores que no se enuncian sino que se practican. La solidaridad no es una palabra vacía que aparezca en los discursos, es el contenido absoluto de la forma comunitaria que no se resiste a desaparecer con la manufactura, y que está además imbuida de religiosidad. Esa concepción solidaria se la llevan a las fábricas y a la manufactura, y cuando hay una huelga la hacen más con una idea atávica de justicia que por una idea de “derecho”. El concepto de derecho, les es ajeno; sin embargo el de justicia, les es orgánico.
Te has nutrido de relatos escuchados y no directamente vivido, aunque desde esa concepción del tiempo, sí serías de ese tiempo. ¿Hay algo de nostalgia al fondo de tu relato?
En absoluto, no lo creo, entre otras cosas porque ese mundo campesino no tiene nada que ver con una idealización romántica del rural. Es un mundo difícil, no es un mundo idílico, ni se muestra como tal, al contrario, la severidad, las figuras femeninas condenadas a cumplir su rol. No es un mundo fácil, con rivalidades y una violencia estructural, está en el Pascual Duarte o en Los santos Inocentes, no sólo la violencia del señorito, sino la situación de violencia estructural donde la idea de justicia está travesada por las jerarquías. No hay tanto una reivindicación de un mundo pasado sino una muestra de aquel mundo, que no era el mundo de la incultura, sino que era un mundo de gentes con ideales y conocimientos prácticos de vida que se pusieron al servicio de la lucha.
Efectivamente, la violencia es expuesta, no introduces elementos de juicio sobre ella, sino que la muestras de forma descarnada.
Como es. Hay una parte de esa violencia que es estructural, que viene determinada por las relaciones que tienen los personajes, que son, con perdón, relaciones de producción. Creo que es necesario contar cómo le cortaron las orejas al cura Zorro en un acto de máxima justicia proletaria, eso fue así. Y son las relaciones de producción las que constituyen esa violencia. Se ve también en Shólojov, en Los cuentos del Don o en El Don apacible se muestra la violencia sin tapujos. Los puristas obreristas que consideraban que la revolución tenía que ser pura e inmaculada siempre odiaron a Shólojov porque había tenido la valentía de mostrar la crueldad del conflicto, de la lucha de clases en el campo, y literalmente intentaron matarlo, acusándolo de ser blanco. Quien tuvo que salir en su defensa física e intelectual, y decidió que aquella novela se publicaba, fue Stalin. Eso me ayudó a entender que la mejor manera de mostrar el conflicto en las tierras de Espartania no era precisamente de forma edulcorada y ni mucho menos me iba a conformar definiendo un “deber ser” de esas comunidades, sino más bien mostrando la realidad radical y su angustioso devenir. Por eso decidí abordarlo desde la literatura.
Hablemos del tiempo de El tiempo ensimismado. Me parece que ahí, en el título, está también el tema de tu novela. Es curioso después de lo que has dicho sobre el marxismo académico occidental, porque fue precisamente Marx el que, en el maravilloso capítulo 8 del tomo I de El Capital, realiza un profundo análisis sobre la naturaleza de la temporalidad bajo el capitalismo, y de los violentos esfuerzos para imbuir al campesinado y los pueblos colonizados de un sentido “adecuado” de la temporalidad.
El tiempo ensimismado es el eje del conflicto entre el mundo del campesinado y la modernidad capitalista que destruye ese mundo. Por eso recurro a la casa de Pepín el de las cartas, el lugar donde se encuentran los muertos, porque es el lugar donde se rompe el tiempo, y desde el cual se puede concebir el tiempo desde la eternidad. El tiempo cronológico está roto en la novela, no hay sucesión de hechos, los hechos no son todos al mismo tiempo sino en el mismo tiempo. Y Marx, que no el marxismo ilustrado, tenía razón. Precisamente, en los años 30 en la URSS se produce una lucha por la reconstrucción del tiempo en los espacios industriales, el plan quinquenal tenía un principio racionalizador de la producción, pero es fundamental entender que ese plan no tenía una concepción lineal del tiempo, sino circular, acorde con los ciclos temporales de la naturaleza, del tiempo como contenido de la experiencia humana y no como algo desgajado de ella y a la que después nos sometemos. El plan es la traslación de la concepción campesina del tiempo a la fábrica, y en ese ciclo se produce lo que hay que producir, se recoge la “cosecha” del plan. Se llega al final del plan y nace otro. Para una gente que viene de siglos de funcionar en comunidad, no hay que olvidar que aunque la tierra era de los señores feudales, la gestión comunitaria, como costumbre campesina, es un hecho histórico. Autogestión del tiempo que se traslada a la fábrica.
Lo que planteas me resulta una tesis preciosa, ¿tiene que ver con las luchas intestinas al proceso de construcción de la Unión Soviética?
Tiene que ver todo, por eso se producen unas luchas tan terribles. Cuando se habla de obrerismo, no sólo se trata de la delimitación del sujeto revolucionario o transformador, sino de un marxismo occidental que asume el modelo temporal de la modernidad capitalista, y esos modelos chocan. Trostky, Bujarin y otros, son señores que estaban absolutamente convencidos de que la revolución tenía que regirse bajo las ideas de un marxismo occidental, alemán principalmente, bajo un modelo obrerista de gestión de fábricas. Los únicos que lo entendieron fueron “los otros”, esos bolcheviques de origen campesino. La derrota de aquellos no es porque se pelearan con Stalin, el conflicto está en otra dimensión, en otro nivel, y la concepción del tiempo es crucial para entenderlo.
¿Y en Espartania?
El que arranca el esparto en el campo no tiene el tiempo limitado, solo las fuerzas del cuerpo, del suyo, de los hijos y, el que tenía suerte, de un animal de carga; sin embargo el trabajador asalariado de la manufactura del esparto está sometido a una jornada determinada. Pero, al mismo tiempo quien está en la fábrica, no deja de estar en el campo reproduciéndose por tanto un modelo antropológico similar al del campesino-obrero ruso. La manufactura del esparto no tuvo cambios sustanciales en el modelo tecnológico, y en los setenta, se hundió. Y hasta que desapareció mantuvo esas particularidades. Sin embargo, en Espartania, en la manufactura del esparto, al no existir la idea del plan, se vive el tiempo de una forma dual y dialéctica. Por un lado el tiempo cíclico del campo y por otro el tiempo lineal de la manufactura, que va imponiéndose paulatinamente hasta llegar a prevalecer. Recuerdo que los niños que tenían padres o madres picando el esparto en las naves a las afueras cuando salíamos del colegio, llegaban a su casa y salían con una cesta en la que llevaban la comida a sus progenitores en las fábricas, recuerdo las sirenas marcar los tiempos de la jornada.
Vayamos a algunas de esas piezas del puzzle en tu novela. La trama está atravesada tanto por esas historias de vida como por hechos históricos concretos con los que juegas, entre los que la cuestión del “oro de Moscú” es la pieza fundamental.
La responsabilidad del oro en España la tiene Negrín, primero como ministro de Hacienda y luego como presidente del Consejo de Ministros, es él quien da directamente las órdenes al respecto, a través de un canal que tiene establecido con Moscú para poder obtener divisas con las que adquirir armamento y lo que la República necesitase. El oro salió de Cartagena hacia Moscú y de allí a sucursales de bancos soviéticos en Francia y a Inglaterra. Una vez allí depositado, ese oro se cambiaba en divisa en París o en Londres. Hay un telegrama, que aparece en el libro en el que se cuenta, en una fecha concreta, el detalle de las cantidades entregadas, las sacadas al mercado, etc.
¿Los telegramas, documentos y circulares que publicas son verdaderos?
Absolutamente todos, son documentos extraídos de los archivos moscovitas. Hay una historia curiosa al respecto de la documentación referente al “oro de Moscú”. Negrín es quien tiene en su poder todas las órdenes y comunicaciones relativas a las entregas y disposiciones, un expediente que Negrín se lleva al exilio, donde es más que maltratado por su partido, el PSOE. Nunca abandona ese dossier hasta que antes de su muerte habla con uno de sus hijos, y le hace entrega de la documentación. Negrín le indica que tras su fallecimiento entregue el dossier a la representación diplomática española más próxima, al Estado español, aunque sea fascista.
¿Por qué?
Era una cuestión contable, ahí estaba todo el detalle del uso de las divisas, y Negrín sabía que esa documentación en manos de PSOE iba a ser ocultada o manipulada o destruida. Él quería dejar claro el uso que se había hecho del oro. Los que han dicho que el oro se utilizó para pagar a los rusos, que nos engañaron con el precio del petróleo y de las armas, etc. saben que mienten y que el oro fue vendido en los mercados internacionales. Ahí está la documentación, en el Banco de España, desde finales de los años 50. Franco hizo gestiones con la Unión Soviética para contrastar esa documentación con sus registros. Hace tiempo, a pesar de la propaganda, que quedaron claros los usos del oro.
Un acto de lucidez absoluta, saber que una buena manera de que se mantuviera la documentación era dejársela a Franco. Pero dime, toda esa documentación ya la tenías o la has trabajado para la novela.
Yo tenía un material, que era muy escaso, pero tenía la idea de meterlo. La idea proviene de un hecho cierto, que la esposa de Negrín era una chica judía, que había vivido en la Rusia zarista y que sus padres eran banqueros que emigraron a Europa central con la revolución, y así monté parte de la trama. Me la imaginaba estableciendo contacto, a petición de Negrín, con poderosos familiares y amigos de la banca internacional, de esa banca a la que nuestros ahorros le viene al pairo porque solo trabajan con grandes cuentas y nadie conoce su nombre. Luego continué buscando documentación y encontré la que aparece en la novela y alguna más que ha servido para la “cocina” de la novela.
En la novela, entonces, más que de demostrar, se trata de mostrar, no juzgas ni evalúas, pero sin embargo me parece un acto de justicia. ¿En qué puede ayudar lo que ahí muestras al juicio sobre nuestra historia y a la construcción de un proyecto socialista?
Si no entendemos lo que nos ha pasado, no estamos en condiciones de seguir adelante, seguiremos persiguiendo a un fantasma. Es fundamental entender qué es lo que nos ha pasado, cuáles eran las claves del conflicto y cómo estas han quedado ocultas por capas de falsos debates asentados sobre una realidad inexistente. El problema de la lucha de clases ha quedado oculto bajo el conflicto de las identidades. Hemos hecho una lectura parcial e insuficiente de los grandes conflictos, donde se ha jugado la historia de los pueblos y la realidad presente, donde se ha dirimido el modelo de sociedad futura. Nosotros tenemos, como occidentales, nuestra parte de responsabilidad en la desaparición de la Unión Soviética por habernos decantado en el conflicto sin conocerlo en su esencia, en su dinámica. Cuando la Liga Comunista Revolucionaria o las Juventudes Socialistas pedían firmas en la Universidad de Murcia por la disolución del Pacto de Varsovia estaban sin duda contribuyendo a la derrota soviética. Seguimos con esa falta de conocimiento. No entendimos que lo más cerca que se ha estado de tocar el cielo con la manos fue ese modelo de socialismo. Si no analizamos, evaluamos, conocemos con consistencia la dinámica concreta de las batallas que jugó la Unión Soviética, la izquierda vivirá como Sísifo.