Las señales de ultracapitalismo asociadas a las criptomonedas, pongamos como ejemplo el más conocido bitcoin, son tan abrumadoras en cantidad y evidentes en calidad que la sola mención de una de esas divisas electrónicas tendría que hacer estremecer a toda persona con una mínima sensibilidad por la justicia social.
Oscilaciones de cotización cambiantes hacia los extremos en muy cortos intervalos de tiempo, valores que alcanzan máximos que se multiplican por miles y desbordan las tasas de cambio frente a monedas reguladas por entidades Estatales (dólar, yen, yuan…) o multilaterales (euro), inundación de piezas informativas (léase propagandísticas) en medios periodísticos propiedad de conglomerados financieros, alteración inmediata de la cotización cuando se pronuncian sobre ellas, a favor o en contra, en mensajes en redes sociales, multimillonarios que se distinguen por el deseo de volar más allá de la estratosfera en sus propios cohetes para hacer «turismo espacial», interés y desarrollo de infraestructuras por bancos comerciales con servicios al público general de cambio o de inversión en criptodivisas, una campaña publicitaria de una sociedad comercial de fútbol anunciando que el fichaje multimillonario de su último contrato con la sociedad financiera que a su vez gestiona a un jugador de fútbol convertido en marca especulativa conlleva el pago de parte de su «salario» en una criptodivisa creada por el propio club de fútbol, criptodivisa que inmediatamente dispara su cotización o el incremento desproporcionado de ofertas de inversión en criptodivisas enfocadas hacia el «pequeño inversor» que no es más que un trabajador o trabajadora al que ha seducido la propaganda capitalista, propaganda que a su vez no es más que un conjunto de técnicas dirigidas a desplumar a ese «pequeño inversor», a quitarle, mediante subterfugios, el poco dinero que tenga.
Traído en su conjunto y de manera generalista, este listado de señales está compuesto por indicadores de lo que, llanamente, se entiende por burbuja financiera. En algunos casos, como el propio bitcoin, caben incluso sospechas de que nos encontramos ante una estafa piramidal o esquema Ponzi. Esta suspicacia puede resumirse en un solo fundamento: el bitcoin es, literalmente, electricidad que toma la forma de código binario que a su vez se traduce en números pero sin nada tangible tras ese código electrónico que respalde el valor, completamente especulativo y abstracto, del bitcoin. Es verdad que puede argüirse que, así expresado, el bitcoin se parece demasiado al mercado del arte… Bien, podría decirse, al fin y al cabo, que el mercado del arte -no confundir con el arte sin mercado- es otra burbuja hipercapitalista pero por lo menos tras el arte está el trabajo y el talento de las y los artistas, valioso en sí mismo, por más que después, por circunstancias que no vamos a entrar a analizar ahora, ese talento pase por la picadora de carne del mercado.
ULTRALIBERALISMO
Al principio el bitcoin parecía otra cosa y resultaba atractivo, precisamente igual que le ocurre al arte antes de entrar en el circuito ultraliberal del mercado. Quizá es esa magia que rodeaba al bitcoin en sus inicios la que ha mantenido el hechizo sobre personas de buena voluntad que, aunque ideológicamente comprometidas con la justicia social, continúan defendiendo y sintiéndose fascinadas por las criptomonedas, ancladas todavía esas personas en el ideal romántico subversivo, descentralizador, emancipador e igualitario con que, pretendidamente, fue desarrollada la tecnología de base que utilizan el bitcoin y el resto de criptomonedas, la cadena de bloques o blockchain.
Ocurre, con esa confusión entre tecnología y aplicación software final (la criptomoneda), lo que sucede con el desconcierto entre ideologías y partidos políticos: los segundos no necesariamente son resultado ni aplicación de las primeras y una persona no tiene que adherirse a ningún partido político para tener postulados ideológicos, mantenerlos, aplicarlos, y con ellos hacer política al margen de los partidos. Con el bitcoin y la tecnología de bloques pasa lo mismo: no es necesario el bitcoin para que el blockchain sea, en sí misma, una excelente idea desde una perspectiva de progreso social.
En efecto, aquello fue amor a primera vista para cualquier inquieto espíritu progresista. Aunque lo que haya pasado a la historia sea la creación de la criptomoneda bitcoin por una identidad anónima, individual o colectiva, que actuaba bajo el pseudónimo Satoshi Nakamoto en 2008, y que implementó de facto la primera aplicación software de la tecnología de cadena de bloques, quien la conceptualizó fue el criptógrafo David Chaum en 1982. Todavía en aquel tiempo no se vislumbraban sus concreciones más allá de lo que era su primera intención: desarrollar un sistema de partes digitales federadas -es decir, cada una independiente por sí misma, conectadas en red a través de interfaces -, computadores, por ejemplo sistema en red mediante el cual las partes realizan acciones tipo transacción y, lo que es clave y principio fundamental de todo el asunto, no tienen que confiar las unas en las otras para llevar un recuento preciso y reconocido por todas las partes involucradas respeto de las transacciones efectuadas dentro del sistema interconectado. Eso es, esencialmente, la cadena de bloques, un sistema descentralizado de base de datos, con auditoria colectiva y conocimiento y validación comunitarias de todas las acciones que se llevan a cabo en el interior del sistema.
Puesto que las partes conectadas dentro del interior del sistema actúan como nodos que estuvieran unidos por nervios en el interior de un cuerpo donde están, criptográficamente reconocidos todos sus componentes, ni uno más, ni uno menos, una entidad basada en la cadena de bloques tiene dos propiedades que la convierten en un santo grial de la fiabilidad digital: la autenticación individual indubitada, puesto que cada nodo puede ser identificado por su firma criptográfica, lo cual conduce a esa propiedad tan seductora que es el anonimato (da igual el nombre que tengas porque un código alfanumérico te identifica sin ninguna duda) y la validez notarial de cada acción, única, marcada temporalmente e irrepetible que realicen esos nodos, basada también en criptografía. La criptografía es la garantía de todo el sistema y está sustanciada, por decirlo rápido, en operaciones matemáticas imposibles (con los medios actuales, otra cosa será la computación cuántica) de adulterar o falsificar. Eso hace que las transacciones en una blockchain sean fiables y seguras y por tanto de ahí se infiere casi automáticamente su aplicación tanto al campo monetario y financiero como a otro menos publicitado, el de los contratos digitales.
Cuando Satoshi Nakamoto adaptó el modelo blockchain para la creación de una divisa electrónica fue pionero en establecer una estructura criptográfica que permitiera la ausencia de cualquier autoridad central que validara las transacciones (lo cual convertía a todos los participantes en igualmente empoderados) y también en instituir lo que se han llamado «pruebas de esfuerzo», la capacidad de que cualquier usuario dentro del sistema cree nuevos bitcoins -como si imprimiera nuevos billetes- mediante la resolución de operaciones matemáticas efectuadas masivamente por computadores: a mayor número de bitcoins creados, mayor dificultad tienen esas operaciones y mayor capacidad computacional requieren para ser resueltas. Este último punto demasiado similar a los postulados darvinistas (a mayor capacidad computacional, mayor posibilidad de crear nuevos bitcoins) y el hecho de que la identidad creadora del bitcoin -Satoshi Nakamoto- haya permanecido anónima desde entonces, son dos elementos de los que probablemente nunca se ha recelado lo suficiente en cuanto a su potencial ultraliberal. Al contrario, ese ultraliberalismo subyacente siempre quedó oculto, ignorado, incluso disculpado, por el potencial descentralizador, el anonimato y la seguridad en las transacciones que proporcionaban la cadena de bloques y su criatura mundana, el bitcoin.
ESPECULACIÓN DIGITAL
Como es apreciable de esta breve descripción, no es que un conjunto de personas tenga sus ahorros en dólares o euros, o posean toneladas de cereales o carne, o terrenos e inmuebles, o metales o minerales, o flores y ganado, o incluso conocimiento y talento, y constituyan una red computerizada sostenida en la criptografía de la cadena de bloques para llevar a cabo transacciones seguras y validadas entre todos, de intercambio respecto del valor de esos productos o bienes. Esto, por cierto, es equivalente a las tradicionales bolsas de valores financieros y, que sepamos, ninguna se ha trasladado a un modelo de blockchain. Tampoco es que se trate de articular un soporte digital criptográfico y seguro para las monedas nacionales o multilaterales como el euro, dotándolas de otro medio de intercambio y de pago más, como ya lo son las monedas de metal, el papel, o las tarjetas bancarias, y como pretende ser el euro digital en 2026.
No, en realidad el bitcoin es, simplemente, una cadena de nodos que se federan entre sí sobre una cadena de bloques para ir realizando transacciones pagadas en una unidad llamada bitcoin. No hay ningún bien, producto o valor que sostenga esas transacciones más allá que la mera especulación. A medida que hay actores con mayor capacidad de generar bitcoin, que se varía el número de nodos asociados a esa federación de bitcoin, que se realizan y se aceptan pagos en esa transacción federada llamada bitcoin, el valor de cotización de esa moneda, de la que cada nodo participante acaba teniendo un depósito de unidades reconocido en la base de datos colectiva, se altera. Al principio esas alteraciones se debían a la tensión de la oferta y la demanda pero, como bien sabemos que ocurre en la bolsa de valores financieros más tradicional, ahora la cotización del bitcoin se modifica tanto mediante complejos mecanismos especulativos como por la entrada en escena de actores con poderosos sistemas de computación capaces de crear nuevos bitcoin. El resultado de esto último a la vista está: en junio de 2021 China cerraba coyunturalmente sus granjas de criptomonedas y la cotización del bitcoin se desplomaba. El hecho de que existan granjas de criptomonedas, es decir, redes de millones de dispositivos computacionales interconectados y llevando a cabo operaciones masivas de cálculo matemático para crear bitcoin, todo puesto al servicio de la especulación digital y no, por supuesto, al de disminuir la pobreza en cualquier lugar, nos informa bastante nítidamente de lo que debería significar bitcoin para cualquiera que se pretenda, se sienta o se defina comprometida o comprometido con la justicia social, no digamos ya con el ecologismo, por el impacto que la masiva computación de las criptomonedas tiene en el medio ambiente.
De manera que ahora hay personas hipermillonarias en bitcoin. Claro, son tan hipermillonarias como cualquiera lo es en un esquema instalado en la especulación: mientras el resto de los especuladores sostengan la cotización, porque también han invertido en la especulación, todo va bien. En el momento en que nodos poderosos dentro del sistema apaguen sus computadores, la especulación, la pirámide Ponzi, se viene abajo. Colapsa. ¿De verdad alguien es capaz racionalmente de creer que una unidad de bitcoin vale hoy en día más de 39.000 euros? ¿Dónde reside el soporte de valor para ese bitcoin? La respuesta es sencilla: en el mismo lugar en donde el óleo sobre nogal de 45×65 cm, titulado Salvator Mundi y atribuido a Leonardo Da Vinci, tiene un valor de 450 millones de dólares estadounidenses. Tómese cualquier objeto, analógico o digital, no importa su sustancia o incluso si existe materialmente o no, congréguese en torno a él a un conjunto de especuladores determinados a crear capital de la nada, póngase un valor inicial a ese objeto, iníciense las transacciones y, voilá, ya tenemos otra burbuja financiera hipercapitalista.
Esto del arte y las criptomonedas puede parecer una alucinación pero ya se están vendiendo y subastando obras que en realidad son una representación gráfica de una función criptográfica (para entendernos, el resultado en colores o formas de una operación matemática que dice que aquí va un círculo y allí un cuadrado) pero que, como son únicas e infalsificables atraen el dinero de los especuladores. A esos nuevos objetos digitales se les llama tokens no fungibles (NFT) y ya se ha vendido uno por el equivalente a 69 millones de dólares, algo que es un diseño gráfico digital generado a través de funciones criptográficas. La trayectoria especulativa de esos NFT está en la esperanza de su especulador propietario de revenderlo por el doble de su precio de compra. En fin, otro día otra burbuja financiera.