Presentación del documento nº 51

El 21 de agosto de 1968 las tropas de cinco países del Pacto de Varsovia invadían militarmente a otro de sus países miembros —Checoslovaquia— provocando una grave crisis en el Movimiento Comunista Internacional. El país centroeuropeo venía desarrollando desde el mes de enero un programa de reformas políticas y económicas que pretendían impulsar un nuevo modelo de socialismo, lo que propagandísticamente se conoció en el mundo entero como el “socialismo de rostro humano”. El nuevo rumbo que estaba promoviendo Alexander Dub?ek en el PCCH fue acogido por la dirección del PCE con mucho interés e incluso con entusiasmo. En su opinión, este nuevo tipo de socialismo se encontraba más en sintonía con su propuesta de una “democracia política y social” aprobada en el VII Congreso y difundida a través de varios libros bajo la firma de Santiago Carrillo. Según esta lógica, los cambios introducidos en Checoslovaquia en materia de iniciativa privada y de las libertades políticas se acercaban bastante a la idea de socialismo pluralista que comenzaba a defender el partido. Sin embargo, esto no fue analizado de la misma manera por los países del socialismo real, que creían ver en este programa de reformas la antesala para la contrarrevolución y la restauración capitalista. Las tensiones fueron evolucionando de manera paulatina y las críticas soviéticas se irían haciendo cada vez más hostiles, lo que provocó que el PCE se posicionara públicamente a favor de un entendimiento entre ambas partes.

Pese a las dificultades iniciales, algunos acercamientos de última hora en la Conferencia de Bratislava, bien avanzado el verano, parecían hacer vislumbrar una posible solución pacífica. De ahí que la invasión del 21 de agosto cogiera por sorpresa a la dirección del PCE. Dos días después La Pirenaica transmitía en una escueta nota un hecho sin precedentes, el partido condenaba públicamente la intervención militar. Ahora la sorprendida era la militancia del PCE. Aunque la breve noticia contenía un lenguaje bastante comedido, al fin y al cabo, significaba contradecir a la Unión Soviética. Lo que a la altura de 1968 era una decisión importante que nunca se había tomado para cuestiones de peso. Como consecuencia, la crisis de Checoslovaquia desencadenaría la ruptura de una tensión prexistente entre dos símbolos capitales para los comunistas españoles. Dos ejes identitarios anclados profundamente en la mentalidad militante: la disciplina de partido y la adhesión incondicional a la Unión Soviética. Existen suficientes indicios para afirmar que la mayoría de la militancia del PCE manifestó, al menos inicialmente, su aprobación hacia la intervención militar, lo que contradecía frontalmente la postura tomada por la dirección. Esta situación desencadenó una disidencia primitiva que manifestaba el estado de frustración generalizado ante esta difícil y compleja situación. Tener que elegir entre esos dos pilares resultaba un dilema de amplias proporciones que la abnegada militancia tuvo que afrontar no sin contradicciones. Desde un punto de vista sociológico entre los indignados destacaba la militancia procedente de sectores obreros, aunque también los había de otras clases sociales como profesionales o, incluso, intelectuales. Finalmente, podría más el sentimiento de disciplina y, sobre todo, la visión compartida de que era necesario priorizar la lucha contra la dictadura y garantizar la unidad del PCE.

El texto que aquí se presenta reproduce el comunicado acordado por el Comité Ejecutivo del PCE el 28 de agosto de 1968, una semana después de la invasión, y que fue publicado en el Mundo Obrero nº16 de septiembre de ese año. En sus líneas se puede apreciar la gran preocupación que la situación de Checoslovaquia producía entre los dirigentes del PCE. En primer lugar, refleja los esfuerzos del partido por mediar entre ambas partes con la intención de lograr superar la situación cuanto antes y así aparece reflejado en la referencia a la carta enviada al día siguiente de la intervención al PCUS. Al mismo tiempo, también se deslizan algunas reivindicaciones de peso para la nueva reformulación internacional del partido. Por eso mismo, se recalcaba la necesidad de reflexionar en profundidad sobre algunos elementos clave que preocupaban a la dirección, como lo eran los aparentes límites a la soberanía de los partidos comunistas y sus modelos nacionales de vía al socialismo. Sin embargo, este texto estaba lejos de ser una declaración de ruptura total con el PCUS y así se esforzaba por subrayarlo el comunicado. El PCE decía valorar enormemente el papel decisivamente antiimperialista de la URSS y se posicionaba en contra de “cualquier campaña antisoviética que quiera utilizar para sus fines los acontecimientos de Checoslovaquia”. Para finalizar, el partido explicaba que su máxima prioridad continuaría siendo apoyar el movimiento antimperialista mundial e impulsar la lucha antifranquista que traería la democracia en España como paso necesario a lo que el PCE denominaba “socialismo en libertad”, en un claro guiño a los reformistas checoslovacos.

A modo de conclusión este importante comunicado muestra que —más allá de los ecos del mayo francés— el año de 1968 se convertiría para la posteridad en una fecha clave para el devenir del comunismo español. Los acontecimientos vividos durante el transcurso de esos meses acabarían alcanzando una importancia decisiva para el futuro del PCE. Algunos autores sostienen que 1968 habría actuado como una especie de «fecha bisagra» dentro de la historia de los comunistas de Europa Occidental. Uno de esos momentos clave, al igual que lo fue previamente 1956 o de forma posterior lo sería 1989, donde el partido se tensionaba al máximo para poder así reinventarse y adaptarse a los importantes cambios de su época. Sin embargo, todas estas transformaciones en la identidad del partido también tendrían su saldo negativo, sus costes a nivel de militancia. Estas mutaciones en el ADN de los comunistas serían también potencialmente desgarradoras en lo interno y marcarían el inició del surgimiento de varias disidencias de cariz ortodoxo que recorrerían la historia del partido desangrándolo y apartándolo de algunos de sus más valiosos activos. Precisamente, este comunicado sería duramente criticado por el responsable de organización Eduardo García y por Agustín Gómez, encargado de las conexiones con la organización vasca. Según su punto de vista, el comunicado suponía una trascendental decisión que había sido tomada de forma errónea, por unilateral y por precipitada. Incluso tiempo después, Enrique Líster— quien había votado a favor de condenar una invasión de la que había sido testigo—criticaría las formas empleadas por Carrillo para evitar el debate interno sobre un tema de tanta relevancia.

>> [PDF 2,4 MB] Documento Nº 51. Declaración del PCE sobre los acontecimientos en Checoslovaquia (agosto 1968)

Sección de historia de la FIM