Presentación del documento nº 55.
La política del PCE hacía el proceso de convergencia europea estuvo muy influenciada en sus inicios por la coyuntura internacional. Tras la II Guerra Mundial, la polarización mundial entre los bloques encabezados por los EEUU y la URSS respectivamente daría lugar al fenómeno conocido como la «Guerra Fría». En ese sentido, no está de más recordar que el partido de los comunistas españoles se encontraba alineado en el plano internacional con las tesis soviéticas. La postura de la URSS destacaba por recelar de los intentos de unificación europea al identificarlos como una suerte de maniobras antisoviéticas. Todo este proceso era visto a modo de un intento de las burguesías europeas y el imperialismo norteamericano de consolidar su poder económico y militar para lograr derrotar a los países del socialismo real. Además, se construyó una narrativa que ponía el foco en el peligro del «revanchismo alemán», al identificar al aparato estatal germano occidental con el Tercer Reich. Aunque este planteamiento pudiera parecer un tanto exagerado, no hay que perder de vista que la integración de antiguos nazis en las estructuras de la RFA era una realidad abrumadora y que, precisamente, en esta etapa se desarrolla un proceso de militarización de Europa Occidental de la mano de la creación de la OTAN en 1949.
Durante la década de los cincuenta el PCE reproducirá este relato añadiendo al listado de denuncias otras de carácter netamente español, como la connivencia de estos Estados con el régimen franquista. El mismo año que se firmaba el Tratado de Roma, el PCE opinaba que la CEE planteaba dos problemas importantes. El primero era que suponía un balón de oxigeno para Franco, sobre todo en caso de aliarse con España o permitir su integración. El segundo— más en clave internacional— era que suponía un refuerzo al bloque contrario a los países socialistas. Dos años después, el partido valoraba las implicaciones de una posible integración. En su opinión, debido al «lastre de la dictadura» y al subdesarrollo económico, el papel destinado a España dentro de la CEE sería la de convertirse en una colonia de aquellos países más avanzados. En los documentos del VI Congreso, celebrado en 1960, se mostraba la negativa de los comunistas españoles a que España se integrara en organismos «auspiciados por los monopolios europeos y norteamericanos». Sin embargo, esta posición oficial comenzaría a evolucionar tras 1962. En ese año tuvo lugar el conocido como «contubernio de Múnich», que llevaría al PCE a tratar de acercarse a sectores liberales contrarios al régimen. Es necesario tener en cuenta que, tras 1956 y la puesta en marcha Política de Reconciliación Nacional, el partido iniciará una lenta remodelación de su política internacional en aras de adaptarla a su modelo de política de alianzas. El VII Congreso (1965) fue mucho más ambiguo con respecto a esta cuestión; aunque no se afirmaba con rotundidad, se abría la posibilidad de que tras la muerte de Franco un gobierno antioligárquico «podría abordar el estudio de las condiciones de una posible asociación con los organismos económicos europeos». A finales de los años sesenta el partido ya había manifestado públicamente su postura a favor de la integración en el Mercado Común Europeo, al entender que la confluencia con la «Europa democrática» solo podría tener consecuencias progresistas para España.
Sin embargo, si hubo un evento importante con respecto a esta cuestión, este fue en el VIII Congreso celebrado en 1972. En este sentido, los dos textos adjuntados, firmados respectivamente por Santiago Carrillo y por Juan Gómez (alias del economista Tomás García), tienen especial relevancia. Sobremanera porque sería en este evento donde el partido definiría su postura favorable al MCE. El congreso era para el partido un ritual organizativo que debía celebrarse periódicamente y marcaba el paso de una vieja etapa que concluía a una nueva fase que comenzaba. Por lo tanto, se trataba de un acontecimiento de mucha trascendencia orgánica, un auténtico rito de paso colectivo. Durante mucho tiempo este evento estuvo ausente de la vida política de los comunistas españoles, fruto de las duras condiciones de la represión franquista. El VIII sería el último celebrado en el exilio y en plena clandestinidad. En cuanto a la cuestión europea, por primera vez unos documentos congresuales incluyeron explícitamente la postura favorable del PCE a que España entrara en el Mercado Común Europeo. La propia estructura se daba por consolidada y la labor del partido—dada su imposibilidad para destruirla—tenía que ser la de cambiarla desde dentro. Eso sí, tal y como se puede leer en las líneas firmadas por Carrillo y Gómez, esto solo podría suceder si iba acompañado de la conquista de un sistema democrático y pluralista en España. Este cambio respondía en buena medida a la necesidad de hacer concesiones a las fuerzas burguesas de la oposición, con la intención de evitar una marginación del PCE en el postfranquismo. De ahí que Carrillo dejase nítidamente clara la postura del PCE: «el M.C.E. no es hoy un problema que pueda dividir y enfrentar entre sí a las fuerzas democráticas de nuestro país, que estorbe la búsqueda de un acuerdo para acabar con la dictadura». Igualmente, es necesario insistir en que el PCE no se conformaban con la versión existente del Mercado Común, aspirando a cambiarlo desde dentro en un sentido más democrático y social. En última instancia, la dirección del partido apostaba por la posibilidad de reformar las estructuras europeas y transformarlas, convirtiendo la «Europa de los monopolios» en una «Europa socialista», a modo de una supuesta tercera vía entre los dos bloques.
Por su parte, el texto de Juan Gómez (Tomás García) insiste en algunos de los elementos expuestos previamente en el informe de Carrillo y trata de responder a las líneas de debate que habría podido suscitar en el seno del congreso. En este sentido, sus palabras muestran la importancia que este elemento había adquirido dentro del nuevo rumbo que el PCE estaba construyendo durante aquellos años. El europeísmo del partido era presentado como un factor inseparable de la nueva línea general de la organización. Más allá del debate entre los delegados asistentes al encuentro, esta cuestión levantaría algunas polémicas internas. Esta actitud suponía un cambio de postura respecto a lo que había sido la apuesta tradicional de los comunistas españoles ante el proceso de integración europeo. Precisamente por eso, fue visto por algunos sectores ortodoxos como una renuncia a una parte importante de la identidad comunista. Por ejemplo, en 1971 se creaba el PCE (VIII Congreso) liderado por Enrique Líster y Eduardo García. Este partido criticaba a Carrillo por su concepción de la articulación europea, que consideraba «reformista». Tanto era así que la CEE era concebida como una «organización supranacional de los monopolios destinada a aumentar la explotación de los trabajadores». Otro caso muy representativo a este respecto fue la creación de la Oposición de Izquierdas del PCE (OPI) en 1973, quien veía en el europeísmo del PCE un síntoma de su derechización. La OPI estaba formada por sectores del partido— principalmente profesionales y estudiantes universitarios— a quienes no convencía nada la nueva postura del PCE en relación al Mercado Común Europeo.
>> [PDF 1,1 MB] Documento Nº 55. Posición del PCE ante el Mercado Común Europeo. Julio 1972
Sección de Historia de la FIM