Este viernes el almuerzo nos sorprendió a muchos de repente desnudos ante su fallecimiento. Cuando conseguimos levantar los ojos llorosos vimos como nunca antes, marcada ahora por un doloroso vacío, el tamaño de la impronta que esta grandísima persona dejaba. Uno de sus innumerables amigos, le recordaría con un sencillo “¿cómo puedo ayudar?”.
Durante varias décadas César de Vicente exploró infatigablemente la radical ligazón de los fenómenos culturales con el conjunto de fenómenos sociales, llegando a producir un prolijo entramado de artículos, antologías, recopilaciones y estudios que recorren con tesón lo esencial del teatro político y la literatura social del siglo XX. Su producción teórica seguirá sin duda guiando durante años a quienes se zambullen en lo cultural con un ánimo esencialmente político. Ya fuese en el terreno del teatro político o en la crítica cultural en sentido más extenso, de Sastre a Piscator, de Žižek a Althusser, de Adorno a Horkheimer solo en colectivo seremos capaces de reconstruir la dimensión de sus aportes y estímulos, llevando cada uno una pequeña parte de un conjunto tan generoso como prolijo. Pero esa producción queda, sin embargo, a leguas de distancia del alcance real de César de Vicente en nuestro tiempo y en nuestros entornos culturales. César, de quien me resisto a hablar en pasado, es sobre todo un regalo de inigualable rigor y honestidad que ha sido capaz de entregar hasta el último de sus esfuerzos no a erigir una biografía ilustrada, sino a una construcción colectiva. Un empeño, y esto recalca aún más su excepcionalidad, que no llegaría nunca desde el privilegio, sino de un infatigable habitar la intemperie social. Porque aunque César fuese uno de nuestros mayores expertos en teatro político, su opción, política, fue la de apostar por un teatro en las antípodas de lo mercantilizable. Porque aunque (o quizás porque) César fuese uno de nuestros más acertados y acerados teóricos de la literatura, la Universidad le dejó sistemáticamente de lado y no fue hasta solo hace un par de años cuando por fin se le hizo hueco con un puesto dotado de una mínima estabilidad económica. César, siendo una figura de excepcional relieve intelectual, dedicó su vida a regalar conocimiento, a poner su mente al servicio de las investigaciones de otros, considerando solo el provecho colectivo de lo trabajado y siempre guiando, evitando capitalizar, y entrar en cámara. César fue el más generoso y honesto intelectual que hemos conocido, y lo siguió siendo aun cuando tuvo que cubrir sus gastos cotidianos limpiando sótanos. Hoy El País, El diario y seguramente pronto el conjunto de la intelectualidad del país le rinden homenaje. Ayer, tantos miraban con desdén su producción y contribuían a silenciarla, demasiado incómoda por rigurosa, contracorriente e insobornable. Aun así, pese al silencio y la intemperie, llega su muerte y descubrimos una geografía marcada de ojos llorosos. Porque lo que quizás más nos cuesta entender es que la de César es sobre todo una historia de éxito inigualable. Es la historia de alguien que ha sabido alimentar y fecundar mucho más allá de su persona, la historia de una persona atenta y divertida capaz de guiar y alentar infinidad de proyectos donde él nunca figuraría, la historia de alguien incapaz de capitalizar cuando compartir era una opción. César nos deja un vacío enorme que no hace sino dimensionar la valía de lo que nos dio, de lo que nos seguirá dando. Que señala, quizás con más fuerza que nunca (y estúpido yo que solo soy capaz de verlo con tanta claridad ahora), la potencia de una crítica en el diario vecinal de Zarzaquemada frente a la desactivación de unas líneas rodeadas de la petulante impotencia de El País, la fuerza y fecundidad de un Centro de Documentación Crítica sin domicilio fijo pero puertas siempre abiertas frente a la exclusividad y competencia imperante en el terreno universitario… la brillantez, en suma, de la estrategia de regalar, frente a la de acumular. Somos legión quienes tenemos palabras suyas grabando a fuego nuestro quehacer, legión quienes conservamos referencias suyas por leer, con las que seguir aprendiendo o escribiendo.
César permanecerá por siempre pegado a mí, más vivo que nadie, en este extraño continuo temporal que tanto nos cuesta ver, sembrando como pocos Youkali, el país de nuestros sueños, el lugar de la felicidad y del placer, donde desprendernos de preocupaciones y entregarnos al respeto de deseos compartidos.
Me recuerda otra gran amiga suya, Eva, también su casa: museo, paraíso y reto lector, con habitaciones dedicadas a cada autor o temática. Y ejemplo también de la efectividad de sus apuestas, del éxito de esa generosidad que encontró camino de vuelta y terminó constituyendo silenciosas pero activas redes que hoy miran al futuro con mirada algo más empañada, pero recordando con él que a sus espaldas llevan mucho más de lo que un individuo puede hacer y que lo fundamental de su labor se medirá en mucho más de lo que bajo un solo nombre se pueda firmar.