La CIA pensó que había enterrado una historia sórdida con la muerte de Gary Webb (supuestamente se suicidó), el reportero del Mercury News que había investigado la complicidad de la agencia en el tráfico de crack en Estados Unidos.

Desgraciadamente para la CIA, las denuncias de Webb y de otros periodistas han mantenido sus acusaciones en la conciencia pública con la ayuda de películas como Kill the Messenger (2014) y American Made (2017).

Cuando se estrenó Kill the Messenger, la CIA se defendía diciendo que era “un inocente atrapado en el fuego cruzado” y se quejaba del “escaso aprecio público por nuestro trabajo”.

En 1989 la investigación del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, dirigida por John Kerry, llegó a la conclusión de que “los que proporcionaron apoyo a los contras antisandinistas estaban implicados en el narcotráfico y la CIA lo sabía”.

El informe citaba el testimonio del jefe del Grupo de Tareas de la CIA en América Central, Alan Fiers: “Sabíamos que estaban involucrados en la cocaína”.

No era solo la CIA, también el Departamento de Estado que “había seleccionado cuatro empresas de narcotraficantes para suministrar asistencia humanitaria a los contras”.

Según el Informe Kerry, “los funcionarios estadounidenses implicados en la asistencia a los contras sabían y ocultaron que los narcotraficantes utilizaban la red clandestina de la guerra sucia para derribar al gobierno de Nicaragua”.

Los vínculos de la política internacional de Estados Unidos con el narcotráfico no comenzaron ni terminaron en Centroamérica.
Las operaciones clandestinas de la CIA desarrollan esa complicidad como los pantanos fomentan la malaria.

El Informe Kerry relacionaba las operaciones de narcotráfico con la guerra fría y la política contrainsurgente de Estados Unidos en Colombia durante la presidencia de Álvaro Uribe.

En los tribunales estadounidenses se llegó a justificar un tratamiento “sustancialmente diferente” para los narcoparamilitares colombianos porque “no son criminales comunes y corrientes sino que utilizaban el dinero de la cocaína para financiar la guerra contra la izquierda colombiana”.

En las oscuras alianzas con los narcotraficantes existe un abismo entre lo que la CIA considera la seguridad nacional y la auténtica seguridad de los ciudadanos estadounidenses. La agencia ha aplicado sistemáticamente políticas que aumentaron los peligros que se suponía que debía combatir.

Jacobin América Latina