«Karl Marx tenía razón, el socialismo funciona, sólo se equivocó de especie».
Edward O. Wilson

Decía E. O. Wilson que a los científicos malos les gusta hablar con lenguaje críptico y que los buenos científicos prefieren hablar con términos llanos y hacerse entender. Por eso le gustaba recordar la famosa frase de todo lo que no puedas explicarle a tu barman en diez minutos probablemente no merece ser explicado.

Edward Osborne Wilson fue un reconocidísimo entomólogo y biólogo estadounidense, considerado el nuevo Darwin o, sin entrar en comparaciones que pueden ser odiosas, el biólogo más importante de nuestro tiempo que falleció a finales de año. Probablemente su estudio de las hormigas es lo primero que nos venga a la cabeza ya que se trató, con seguridad, de la persona que más sabía sobre estos animales, llegando a descubrir los medios químicos que permitían la comunicación entre ellas. «La mayoría de los niños tienen un período de bichos. Nunca superé el mío», escribió en El Naturalista.

Y, como no era de quedarse a medias, a partir de estos y otros estudios creó la primera teoría general de las propiedades de la comunicación química.

Pero la lista de reconocimientos no ha hecho más que empezar: generaciones de estudiantes de biología, geografía y otras disciplinas de las ciencias de la vida hemos crecido estudiando y admirando al considerado “padre de la biodiversidad”. Y, también, al ardiente defensor de la integración de conocimientos para crear un marco unificado de entendimiento. Algo que cada vez resulta más evidente pero que, no hace tanto, resultaba poco menos que un exotismo. Es más, en su obra Consilience llegó a establecer las bases de lo que consideraba un puente entre las ciencias y las humanidades que nos devolviera a los ideales de la Ilustración, abandonando la fragmentación actual del conocimiento. Como decía, no era de quedarse a medias.

Sin duda otro de los temas por los que recordamos a Wilson ha sido su Teoría de la biogeografía de islas -referencia a día de hoy-, por la que se pusieron las bases para poder predecir, por ejemplo, el número de especies que pueden coexistir en un espacio, o comprender los procesos que regulan las extinciones locales o las colonizaciones de nuevas áreas. La Teoría Biogeográfica de Islas (TBI) nos plantea que el tamaño o área, y la distancia que las separa del continente pueden servir para predecir los procesos de colonización y extinción de especies en las islas.

¿Parece algo con poca aplicación práctica? Quizá en titulares sí, pero… ¿y si dijéramos que esto sentó las bases de la biología de la conservación, influyendo en la planificación y evaluación de parques y reservas en todo el mundo? Sin duda, las políticas de conservación que permiten mantener nuestros mayores tesoros naturales a salvo le deben mucho al Sr. Wilson. Claro que tener en la mano la mejor herramienta no significa que se use, como por desgracia nos recuerdan las políticas devastadoras para el medio natural de numerosos responsables políticos.

Tampoco estuvo exento de polémica. ¿Les parecen desmedidamente apasionadas las peleas entre raperos? No han visto entonces un buen beef entre científicos.

En 1975 Wilson publicó Sociobiología, fue más allá de lo que había hecho hasta entonces y se adentró en la comunicación animal, la división del trabajo y un breve análisis de la naturaleza humana. Esto último generó una agria polémica y una respuesta extraordinariamente dura de La Ciencia para el Pueblo, el más relevante grupo de científicos de izquierdas en EEUU, con Stephen Jay Gould y Richard Lewontin a la cabeza. Y que, pese a todo, sigue generando interesantes debates en la actualidad, acusando a la Sociobiología de dar bases científicas al racismo o el sexismo. A pesar de que el propio Wilson contestó negando este extremo, el debate estaba servido. Y poca broma, que llegó a estar prohibido en la URSS.

Sea como fuere, algunas de sus contribuciones merecen todo el respeto y la necesidad de mantenerlas vivas: nuestro autor, especialmente desde su jubilación en la Universidad de Harvard, dedicó su vida a la conservación global de la biodiversidad. En su vida académica e intelectual, pero también contribuyendo y promoviendo la investigación. En su obra Biophilia nos dejó unas memorias apasionantes, llenas de anécdotas increíbles y la alerta necesaria sobre la extinción masiva de especies y el cambio climático (en 1984). Un libro filosófico trufado de biología. O viceversa. Y lo que es más importante, el libro que nos legó la palabra biofilia como «el impulso de asociación que sentimos hacia otras formas de vida» y que nos abrió a la comprensión de lo absolutamente natural que es sentir ecodependencia con nuestro entorno y quienes en él habitan.

Para terminar este pequeño artículo y con la firme intención de engancharles a la lectura de este fantástico divulgador, les dejo con sus propias palabras:

“Una ética ambiental duradera se dedicará no sólo a conservar la salud y la libertad de nuestra especie, sino al acceso al mundo en el que nació el espíritu humano”.

(*) Coord. del Área Federal de Medio Ambiente de Izquierda Unida