La travesura chistosa no es mía sino del propio Carlos que decía de sus hermanos que eran dementes. Luego uno comprendía que se refería a la capacidad intelectual, o sea, que eran de mentes prodigiosas.

Y ahora va y se nos muere y nos deja sin su inteligencia tan llena de poesía, tan política y tan humana. Y lo bien que te explicaba “contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte…” Haciendo incluso un guiño de complicidad a Juan Ramón Jiménez:

Dios está azul, la flauta y el tambor
anuncian el napalm y la metralla.
La voz que pide muertos no se calla
porque fluya un riachuelo arrullador.

Cómo se viene la muerte:

Porque al final del día está la muerte
y, en medio, las palabras ancestrales
que marcan como el fuego
que como la ponzoña nos enturbian…

Un enorme sentido del humor le solucionaba los enturbiamientos. Y la poesía le permitía jugar sabrosamente con las palabras, aunque, al margen de cualquier vanidad, él tenía claro el origen social de la poesía:

Mis versos no son míos: lo confieso.
Estaban en el borde del camino
cubiertos por el polvo,
muy lejos de la ruta
vertical hacia el cielo de mis sueños.

Y los versos son los instrumentos útiles que se manchan porque están con nosotros para acompañarnos en la fiesta y en la protesta, sobre todo si se los pasas a Luis Pastor para que les ponga melodía y acompañamiento:

Quisiera un verso manchado
por la cal y por la grasa,
verso de andamio y de forja
para el son de tu guitarra.
Quisiera un verso caliente
para el frío de tu casa:
verso crecido en la tierra
como crece la mañana.
Quisiera estar en tu copla
cuando el vino te acompaña
y repartirme en tus vasos
que alimentan tu esperanza.
Y quisiera estar contigo
cuando el hambre te traspasa
y hacerte un pan amasado
con sudor y con palabras.

Gracias, Carlos, por tus sudores y tus palabras