Que la tierra abunde en frutos y rebaños, que vivan los ciudadanos en prosperidad jamás derribada a los golpes del tiempo, que se logren y florezcan los tiernos retoños infantiles. Pero a los impíos ya puedes exterminarlos con más furor que nunca.
Hesíodo

No pretendo iniciar un canto al futuro de la humanidad y mucho menos la recuperación de un humanismo que nos ha escamoteado con cinismo y crueldad la partidocracia que desgobierna nuestra sociedad para explotarla con más ahínco, convirtiéndola en una complicada tragicomedia. Y es que al trote que nos obligan a llevar pronto puede ser un sarcasmo ensangrentado el recuerdo del pasado y la utopía incluso un pecado. Pero seamos conscientes, el humanismo está entre nosotros aunque perseguido. Hay que defenderlo, hasta ahí llega mi lastimada utopía. Debemos alimentar la vida con cierta ilusión pero sin caer en la ingenuidad de un ayer perdido.

Estos anhelos sobre los que escribo los tomo de Charles Dickens cuando entre 1860 y 1861 escribió su novela Grandes Esperanzas, considerada como una de sus mejores obras. Ajena a la prisa de la literatura de consumo y a los premios manipulados. Posiblemente, en la España de hoy, aquella muchedumbre que hacía cola en el pasado siglo para conseguir una nueva entrega de la novela antes de que se agotara nos puede parecer una fábula o cuento de hadas. Aunque parte de la muchedumbre se agolpa ante el televisor para ver pésimos folletones ajenos a la realidad que nos golpea.

Porque la lectura debe ser tomada como placer, nada de pasatiempo o sucedáneo, algo que fortifica no solamente el espíritu sino también la templanza. Dickens nos traslada a un mundo donde la narración posee humor y sentimiento, ironía y ácida crítica social. Fue un severo, fino y comprometido cronista de la sociedad de su época. No se podrá negar que era un devoto lector de Cervantes y el Quijote, por lo que en su obra la influencia del verdadero genio español es patente.

Esta historia de ficción y realidad nos cuenta la vida de un niño huérfano y medroso que malvive al cuidado de su hermana mayor y se encuentra con un preso evadido a quien le procura víveres, que además se mezcla con una curiosa llamada a una extraña mansión donde una rica y recluida dama lo requiere para que juegue con ella, lo que le lleva a descubrir la miseria de su vida. Pero de pronto entra en posesión de una misteriosa fortuna para hacerse un caballero. Lo llevará al interrogante de grandes vacilaciones del joven huérfano “entre la vida humilde, a la que debe todo, y la vida lujosa, de la que espera algo” Amor y vanidad, crimen y cárcel son los motivos de esta crónica social que nunca envejece porque en cada nueva lectura se puede encontrar el sabor de la literatura de un clásico cada día más vivo y necesario para el compromiso humano.

Y por otro lado, oculto por la tragedia ucraniana, el PP intenta salir de su escandaloso atolladero.

Escritor y comentarista literario