1984, un gran año para la calidad del aire en Europa. La inaguración del gaseoducto Transiberiano permitió cerrar las sucias centrales eléctricas de combustóleo. No fue una buena operación comercial para la URSS, ya que el cese de demanda de combustóleo tiró para abajo del precio del petróleo que la URSS también exportaba. No obstante, se estaba apostando por una integración económica con vistas a un futuro basado en la paz y la cooperación. Esta política daba sus buenos frutos: Bielorrusia acababa de abrir su fábrica de tractores en EE.UU y en Dedoplistskaro (Georgia) los estadounidenses construyeron una granja regalo de tecnología puntera para 4000 terneros. De aquellas instalaciones solo quedan una vasta solera de hormigón, pues con la llegada de los principios democráticos y del libre mercado, todo el metal de la granja fue troceado y vendido como chatarra, con las mallas anti avalanchas de las carreteras caucásicas, la armadura de los postes de luz, la fábrica de tornos… la crisis económica consecuente no pasó para los georgianos sin un par de guerras étnicas.

Hoy desde Rusia vuelven a fluir los intercambios comerciales. Los deshechos radioactivos europeos son enviados a Rusia, donde se reciclan para ser devueltos a Europa en forma de combustible nuclear. El escaso porcentaje de residuos no aprovechable se entierra en Rusia. Sabido es de sobra de dónde viene gas y petróleo, metal, trigo o fertilizantes. A cambio Rusia compraba coches, fruta, aviones… y eso que en los años 80 cuatro de cada diez aparatos comerciales estaban hechos en la URSS. Ayer Rusia desempolvó los proyectos de aviones congelados hace 30 años y se puso manos a la obra, no piensa comprarnos más aviones. Esto va en serio. El objetivo de esta guerra es separar a Rusia de Europa. Rusia lo sabe y se ha preparado, sus gaseoductos apuntan a China, India y Paquistán.

Mientras, los grandes muñecos de ventriloquia -léase P. Sánchez, J. Borrell o P. Iglesias- cacarean contra Vladimir Putin, barcos con gas estadounidense se descargan en las terminales españolas. Los intercambios mercantiles entre la UE y EE.UU alcanzan niveles máximos. Lo próximo será desempolvar los acuerdos de libre comercio que enterró Donald Trump y quién sabe, quizá traigan los tribunales de arbitraje por los cuales las empresas estadounidenses podrán denunciar a países cuyas reglas en materia medioambiental sean consideradas perniciosas para los negocios.

Eso es, solo negocios. En 2014 la asistenta del Secretario de Estado para Asuntos Europeos, Victoria Nuland en una entrevista se quejaba: “llevamos invertidos 5000 millones de dólares en Ucrania…”. Estos no financian golpes de estado, sino que invierten para obtener rentabilidad. Victoria Nuland, la misma que en una conversación telefónica filtrada con el embajador también estadounidense Goeffrey Pyatt acerca de quién poner y quién no a las riendas de Ucrania, mandó a tomar por … a la Unión Europea. Así que las clases populares europeas se disponen a cargar con los gastos no de la guerra, sino de las sanciones preparadas para reflotar la economía estadounidense y darle un nuevo impulso al sistema financiero basado en el dólar, que lleva en coma desde 2008.

La manera que veo de decir “no me creo sus mentiras, no soy idiota”, persona que no se ocupa de los asuntos públicos, es colgar la bandera rusa en el balcón y llevarla consigo a las manifestaciones que se avecinan. ¿Teme ofender a algún ucraniano? No se preocupe tanto: Rusia controla el cielo en Ucrania, se permite bombardear objetivos militares en los confines del país, mientras que en las ciudades asediadas sigue habiendo agua caliente, electricidad y productos en las estanterías, cosa que en España empieza a faltar. Ucrania, con 11 partidos políticos prohibidos en este momento, no ha dejado de bombardear Lugansk y Donetsk en los últimos 8 años.

(*) Eloy Fontán Bailo es periodista, residente en Rusia. Acaba de publicar la novela “Gen 2036. Distopía en Piracés”, que puede encontrarse en las plataformas de Bubok y Amazon.

(*) Izhevsk, Rusia