Pilar Iglesias Aparicio es profesora por vocación y feminista “por convicción”. Ahora, jubilada, tiene mucho más tiempo para cultivar sus pasiones: los viajes, la lectura, la investigación y la escritura. De ahí ha nacido este libro, de largo título pero muy interesante contenido: Políticas de represión y punición de las mujeres. Las Lavanderías de la Magdalena de Irlanda y el Patronato de Protección a la Mujer de España.
En él detalla las políticas específicas de represión y punición institucional contra niñas, adolescentes y mujeres, que estuvieron funcionando hasta 1985 en España y 1996 en Irlanda. Y señala a los responsables: “tres sistemas de poder que se cruzan: el sistema patriarcal androcéntrico y su política sexual que castiga en las mujeres toda -real o supuesta- libertad sexual, mientras no solo tolera sino que la fomenta en los varones; el poder de la Iglesia Católica, a cuyo cargo estaba todo este aparato de control, represión y castigo de las mujeres; y el poder de los Estados, tanto del Estado Libre Irlandés como de la dictadura franquista y su nacionalcatolicismo, que obtienen beneficios políticos y económicos de su absoluta complicidad con la Iglesia Católica”.
Doctora en Filología Inglesa por la Universidad de Málaga, Pilar Iglesias es catedrática de Lengua Inglesa en Educación Secundaria. Ha trabajado en Brasil y en Irlanda. Estaba en Derry, en un intercambio de profesores, cuando vio una película que le impactó: Las lavanderías de la Magdalena. Era el año 2002. Trataba de las mujeres que sin haber cometido ningún delito, habían sido encerradas, maltratadas y explotadas por la Iglesia, con la complicidad del Estado. Eran recluidas por ser solteras embarazadas, haber sido violadas por algún miembro de la familia o el cura, ser huérfanas, pequeñas ladronas… y hasta aquellas consideradas demasiado coquetas o incluso demasiado guapas. Algunas mujeres y niñas fueron encerradas porque sufrían diferentes tipos de incapacidad, otras por considerar que tenían problemas psicológicos.
Las razones para ser recluidas eran muy arbitrarias, pero el propósito era muy claro: controlar el cuerpo reproductivo y sexual de las mujeres. Y de paso, ya se hacía negocio. Trabajaban diez horas diarias, no conocían las vacaciones ni los días de descanso, nunca cobraron nada por un trabajo que hacían en condiciones insalubres, eran inhumanamente humilladas y castigadas… muchas veces tan sádicamente que podrían constituir crímenes del Derecho Internacional.
Todos ganaban a costa de ellas: la Iglesia que se embolsaba el dinero de una mano de obra gratuita y de la venta de bebés; el Estado que se desentendía de sus responsabilidades y delegaba el problema en las instituciones religiosas; y la sociedad que sacaba de las calles y sus casas a las mujeres que, voluntaria o involuntariamente, se salían de los exiguos cánones morales y sociales del patriarcado a los que quedaba relegada la mujer madre-esposa-y-santa. A las madres se las responsabilizaba del control del comportamiento sexual de sus hijas. Y a veces era la propia familia la que les llevaba a esas instituciones.
Era más fácil entrar en aquellas cárceles que volver a la vida. Sólo podían salir de allí por tres vías: la primera, que las sacara la familia, harto improbable ya que muchas veces eran ellas quienes las habían encerrado para limpiar su honor deshaciéndose de la víctima, o eran huérfanas o hijas de familias sin recursos; la segunda, que se trasladara a un convento; y la tercera, el matrimonio. ¿Pero cómo conocer varón si estaban encerradas? Nada nuevo bajo el sol. El día acordado las monjas exhibían a las jóvenes como lo harían en un burdel o en un mercado de esclavas y los hombres elegían a la que más les gustara para convertirla en mujer-sirvienta-esclava que les obedeciera en la casa, en la cama y en lo que fuera menester. A nadie le iba a importar lo que pasara con aquella mujer en su nuevo destino.
De las Lavanderías de la Magdalena salió la primera pieza de un puzle que Pilar iba a comenzar a construir sin aún saberlo. La segunda llegó un día que asistió, de casualidad, a una reunión de mujeres que hablaban del “preventorio”, un lugar que Pilar relacionaba con un hospital de tuberculosas, antes de enterarse de que allí había colonias infantiles de niñas y que eran maltratadas.
La tercera pieza la encontró un par de años después, con los libros de Consuelo García del Cid, en los que reconoce aquel encuentro de mujeres que hablaban del secretismo que se había constituido sobre las políticas de represión de las mujeres en los preventorios, orfelinatos y centros del Patronato de Protección a la Mujer. Pilar fue profundizando en el tema. Tiene testimonios de mujeres que en los años 60 y 70, cuando eran niñas, estuvieron en el orfelinato de Nuestra Señora de la Misericordia, en Málaga, al lado de donde ella daba clases y vivía. Pensó que había una historia paralela entre las Lavanderías de las Madalenas y las instituciones de las que hablaba Consuelo García del Cid.
Y, al final llega la oportunidad de construir el puzle. El Aula María Zambrano de Estudios Transatlánticos de la Universidad de Málaga convoca el Premio Kate O´Brien para fomentar las relaciones entre España e Irlanda. Pilar se pone manos a la obra y lo gana. Es marzo de 2021. Ese trabajo es la base de este libro que acaba de publicar: Políticas de represión y punición de las mujeres. Las Lavanderías de la Magdalena de Irlanda y el Patronato de Protección a la mujer de España. Publicado en Círculo Rojo.
Este libro, unido a los pocos que existen y los que aún tienen que escribirse, exhuma la memoria enterrada en muchas fosas por abrir. La madre de Pilar, embarazada y con cuatro hijos, salió huyendo de un Madrid asediado por las bombas en 1937. De su boca y de la de otras refugiadas conoció las historias de los abusos ejercidos contra las mujeres en la Guerra Civil y en las cárceles franquistas. El compromiso con aquellas mujeres nunca cesó y su investigación aún continúa porque falta mucho por saber, para no olvidar y para no consentir que se repita nunca más.