Uno de mis libros favoritos es la autobiografía de Maiakovski, titulada “Yo”. Me fascina su precisión, cómo un poeta de su talla y con su larga trayectoria de lucha, da cuenta de toda su vida, recogiendo lo esencial, en treinta páginas. Lo cual habla de su humildad. El comienzo es revelador, dice “Yo soy poeta. Es lo que me interesa. De eso escribo. Si amo o si soy jugador, o también cuando amo las bellezas del Cáucaso… sólo cuando todo eso es un depósito de palabras”. He ahí, retratada de una manera ejemplar, la importancia de las palabras, que quiere decir la cultura que atesoran, las ideas que contienen.
Pensaba titular este artículo con la frase “empoderamiento de clase”, porque quería hablar de la necesidad de volver a instalar en la clase trabajadora el amor por sí misma, por su autonomía, convencida de su misión de liberarse y liberar a la sociedad entera de las cadenas del capital. La clase en sí y para sí, que decían los clásicos. Venía de leer varios suplementos y revistas culturales donde había comprobado con desazón la absoluta hegemonía que en ese terreno tienen las fuerzas conservadores, o mejor dicho, capitalistas, porque si hablamos de palabras, mejor llamar a las cosas por su nombre.
Esa impresión me confirmaba en algo que echo cada vez más en falta, y que considero capital para la transformación socialista. Antaño se sabía combinar la lucha por los objetivos concretos, por el salario, por el descanso, por la seguridad en el trabajo, con la convicción de ser portadores de otro mundo. Un ojo en el paso corto para superar los obstáculos, pero otro a lo lejos, hacia adelante, para no perderse en el camino. Y eso animaba la lucha, no la retardaba, y de cada acción se conocía su peso específico, sabiendo que la solución global estaba más allá. A eso se le llamó conciencia de clase. Ahora, algo tan necesario parece antiguo, por eso imaginaba que quizá se podría recuperar usando otra palabra, que suene más actual, como empoderamiento. Una palabra rara pero eficaz, que ha funcionado muy bien para reivindicar la autonomía y el poder propio de la mujer. Una nueva conciencia de clase, del antagonismo, de la autonomía obrera, que podría llamarse empoderamiento de clase.
El viejo internacionalismo insobornable se ha perdido. La sociedad de consumo ha comprado las almas. Es imprescindible recuperar la conciencia de clase. “Proletarios de todos los países uníos”.
Y mientras pensaba en este juego de palabras, en la estrategia de las palabras, y ayudado por Maiakovski reconocía además su importancia poética, se cruzó la guerra de Ucrania. Y con ella en escena creo, aún con más fuerza que antes, que es imprescindible actualizar, recuperar la conciencia de clase. Una nueva conciencia, el empoderamiento de clase, porque aquella está diluida, extraviada, pero que en el fondo es la misma de siempre, la que cinceló Marx con su célebre frase “Proletarios de todos los países uníos”, y en tantas otras ocasiones a lo largo de sus escritos.
Porque nosotros, la tendencia comunista en el movimiento obrero, la que no aspiraba al reformismo, a gestionar y humanizar al capital, sino a abolirlo, a la revolución; no nacimos con la revolución de octubre rusa, sino antes. Nacimos frente a la guerra, cuando la izquierda de la socialdemocracia europea, capitaneada por Lenin y los bolcheviques, por Rosa Luxemburgo, por Karl Liebnecht, se opuso a la guerra imperialista, fratricida, cuando esa izquierda llamó a los trabajadores a boicotear la guerra mundial, y los llamó a desertar, a no enfrentarse con sus hermanos de otros países.
Esa corriente se consolidó en la conferencia de Zimmerwald, en Suiza, y ahí nació verdaderamente nuestro movimiento, en 1915, antes del octubre soviético. Así que la paz y el antimilitarismo fueron su piedra de toque. Una política de principios socialistas, sin contemplaciones con los nacionalismos de los países que se enfrentaban sanguinariamente. Esa política clara, sin fisuras, permitió crecer a los bolcheviques, les granjeó la simpatía del pueblo, y les posicionó para la revolución. Esa política pacifista llevó a la cárcel a Liebnecht y a Rosa Luxemburgo. No les importaba el sacrificio, porque entendían lo decisivo del momento.
Ese viejo internacionalismo ahora es nuevo, como la vieja conciencia de clase es el nuevo empoderamiento necesario, y son lo mismo. Hay que volver a decir que no pueden enfrentarse los hermanos proletarios. Llamarles a la sublevación. Si esa vieja conciencia de clase no se hubiera perdido aquí y allá, en Ucrania y en Rusia, estaríamos viendo otras situaciones, como aquella de Karl Liebnecht negándose a aprobar los créditos para la guerra en el parlamento alemán; tan distinta de esa imagen reciente, ajena a nuestra tradición, de los que ahora se llaman comunistas rusos, votando a favor de la guerra de Putin en el parlamento, en las antípodas de lo que hubieran hecho los bolcheviques. Estaríamos viendo a soldados dejando sus armas, desertando, a tanquistas abandonando su tanque, y desobedeciendo a su general, como preconizara Bertold Brecht. Pero no vemos eso, porque el viejo internacionalismo insobornable se ha perdido. La sociedad de consumo ha comprado las almas, los obreros creen que ya no tienen que perder sólo sus cadenas, y frente a eso hemos bajado la guardia. Y esos obreros, sin horizonte, parecen decirle a Marx que se equivocó, que ellos sobre todo tienen patria. Por eso hay que volver al ABC, a educar en la conciencia de ser de una clase, hermanados con todos los de nuestra clase en el mundo, para no dejarse engañar, para no ser lanzados a la guerra, al crimen.
Recuerdo que Semprún, en su libro “Autobiografía de Federico Sánchez”, contaba con mucha gracia cómo, algún miembro del buró político del PCE en París, le escuchaba fascinado cuando él hablaba de las fases de flujo y de reflujo en el movimiento obrero, y veía tras sus palabras olas que subían y bajaban. Y sin duda, estamos en una fase de reflujo. Con muchos conceptos perdidos, y sin los cuales la clase trabajadora no puede enfrentarse a la manipulación, en una sociedad donde los medios son tan poderosos.
Junto a esto, también asistimos a momentos puntuales estelares, como el del triunfo de las candidaturas comunistas para las alcaldías de Santiago de Chile, o de Graz en Austria. Lugares donde se han hecho bien las cosas, se ha postulado a la mejor gente al frente de las candidaturas, como Elke Kahr en Graz, gentes honestas que regenerarán y mejorarán democráticamente sus ciudades. O como aquí, con nuestra presencia histórica en el gobierno. Pero una mirada a Ucrania nos debe hacer comprender que en la actualidad eso sólo ya no basta, que hay que tener respuestas conjuntas para los grandes problemas, como el de la paz. Donde debemos ser los campeones.
Nos los dijo Saramago en una fiesta del PCE, que los comunistas en este siglo XXI, interpretando toda nuestra historia, aprendiendo de todos los errores, debíamos ser los campeones de la libertad. Que para triunfar, el pueblo debía vernos sinceramente así, sin trucos, como los campeones de la libertad. Y yo añado de la paz. Hace falta una nueva Internacional 5.0 que ponga al día el viejo internacionalismo, pero nutrido con su misma sabía, la de empoderar a la clase trabajadora, hacerla sentirse imprescindible, soberana, autónoma, la única portadora de las soluciones para un mundo nuevo, hermanado, cooperativo, de iguales, en paz. Seguir el camino que nos señaló Blas de Otero:
Pero yo no he venido a ver el cielo,
te advierto. Lo esencial
es la existencia, la conciencia
de estar
en esta clase o en la otra.
Es un deber elemental.