La ultraderecha, tanto la estadounidense, como la francesa o la española, anda con el espantajo de que existe un plan para que los blancos católicos de sus países sean sustituidos por árabes, subsaharianos y población de otras etnias. Es lo que ellos llaman “el gran reemplazo”.
Del mismo modo, también llevan años diciendo que existe otro plan para convertir a nuestros hijos en homosexuales mediante las charlas de los colegios, los desfiles gays y toda esta tolerancia y colorín homosexual.
Mientras tanto, para una parte de la izquierda los blancos católicos deben pedir perdón por siglos de opresión, genocidio y humillaciones a “pueblos originarios” y “personas racializadas”. Al parecer, el mero hecho de ser blancos católicos les adjudica alguna culpabilidad o responsabilidad.
Esta misma izquierda considera que la mejor tarjeta de visita para sus candidatos políticos, los líderes de otros países y los altos cargos poderosos es que sean racializados, homosexuales o trans. Por eso se destaca con orgullo que la vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris, sea negra; la viceprimera ministra belga, Petra De Sutter, sea trans o que la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, hubiera sido criada por su madre y su novia.
De modo que ya tenemos el nuevo panorama de confrontación política. Por un lado, ultraderecha que cree que los de otras razas nos van a sustituir y, por otro, izquierda posmoderna que cree que los blancos de aquí somos pecadores y debemos pedir perdón a los de razas foráneas. Ultraderecha que cree que nos quieren convertir a todos en gays, lesbianas y trans, frente a izquierda posmoderna que dice que es fundamental que estén en todas las televisiones y todos los altos cargos por el mero hecho de serlo, porque hay que visibilizarlos porque es un orgullo diverso.
Si seguimos observando comprobamos que las dos tesis vienen de Estados Unidos. Nos han implantado una guerra cultural estéril y absurda, que no propone ninguna resolución viable: ni podemos cerrar los países a las gentes de otras razas ni podemos pasarnos la vida pidiendo perdón por ser blancos. Pero han conseguido inventar problemas y luchas: lucha contra las otras razas, problema de culpabilidad si no eres de las otras razas, problema si no quieres ser homosexual porque intentan convencer para serlo, lucha de visibilidad si lo eres…
En realidad hace mucho que desde el poder han logrado acuñar las luchas culturales estériles fomentando una cosa y la contraria, siendo las dos al servicio del establishment: el patriotismo reaccionario contra la globalización neoliberal, el machismo y la cosificación de la mujer frente al sexo sentido como aspiración personal.
Hubo un tiempo en el que a la izquierda nos daban igual el color de la piel, el sexo y la orientación sexual. Entendíamos que el antirracismo, la igualdad sexual y la lucha contra la homofobia consistía en no tener en cuenta la raza, el sexo y la orientación sexual de las personas. Ahora tenemos a derecha e izquierda obsesionada precisamente con eso.