Una pensaría que, cuando se elaboran manuales de salud laboral o se realizan investigaciones en la materia, se realizan pensando en el 100% de la masa trabajadora, ¿verdad? Pues si alguien tiene aún esa venda en los ojos, que se la vaya quitando porque, también aquí, las mujeres hemos sido invisibilizadas. Nuestra salud laboral no importa o, al menos, no en igualdad de condiciones que las de nuestros compañeros.

En esas anda Karen Messing, nuestro personaje de La Ciencia para el Pueblo de este mes. Karen Messing es una genetista y erogonomista canadiense que nació en 1943 en Springfield (EEUU). Actualmente es profesora emérita en Ciencias Biológicas en la Universidad de Quebec y es ampliamente conocida por su trabajo en género, medio ambiente y ergonomía, habiendo sido premiada en distintas ocasiones por ello.

Aunque empezó estudiando ciencias sociales en Harvard, se decantó finalmente por la ciencia, que la llevó a Canadá a estudiar biología, genética y química. Y además de estudiar tuvo que enfrentar los prejuicios de sus colegas por ser madre soltera. Un clásico de ayer, hoy y, esperemos, no siempre.

Desde casi el principio de su vida profesional como profesora decidió centrarse en la investigación sobre la salud laboral. De hecho, recibió el premio Jacques Rousseau por su estudio sobre la salud en el ámbito de las limpiadoras y las recomendaciones fruto de este estudio. ¡Y no solo! Recibió también el premio Governor General por su contribución a la incorporación de la perspectiva de género en la ergonomía, liderando este espacio en la Asociación Internacional de Ergonomía. Este premio llegó en 2009 y una podría pensar que desde entonces la cosa ya estaba asentada y que la perspectiva de género estaba ya bien asentada en la salud laboral, claro.

Pues parece que la buena de Karen Messing no ha concluido su trabajo, y tampoco el de miles de mujeres, especialmente en el ámbito de la salud, la investigación y el sindicalismo, tienen que seguir peleando.

La realidad que nos encontramos es que ni se estudian ni se conocen (al menos, no suficientemente) las condiciones laborales de las mujeres. ¿Qué es lo que sí se ha estudiado en más profundidad? Los riesgos para la reproducción. Que es magnífico, por supuesto, pero desde luego no es lo único y de este hecho se extraen conclusiones evidentes sobre el papel del capitalismo patriarcal en todo esto.

¿Qué es lo que ocurre? Que a las mujeres se nos han atribuido una serie de cualidades naturales que han constituido la justificación de la división sexual del trabajo. Y como las tareas que desempeñamos son nuestras tareas “naturales”, como limpiar y atender a las personas más vulnerables, no debemos tener ningún problema para desempeñarlas, ¿no?

Pues evidentemente, NO.

Además, nos encontramos con que la desigualdad en la percepción de la importancia de los empleos desempeñados por las mujeres nos pone en riesgo claro. ¿Un ejemplo? Allá vamos: al evaluar un puesto de trabajo con exposición a sustancias químicas, suele quedar en segundo o tercer plano los riesgos de exposición del personal que limpia los puestos de trabajo; que, para sorpresa de nadie, son mayoritariamente cubiertos por mujeres.

Estos son solo algunos ejemplos de la falta de conocimiento y control de las enfermedades profesionales y accidentes de trabajo en mujeres. Numerosas investigadoras han señalado algunas razones por las que ocurre esto:

  • Cuestiones jerárquicas: los riesgos de salud de quienes están en escalas superiores (normalmente hombres) son más peligrosos o graves que el de escalas inferiores (normalmente mujeres). Un ejemplo clásico: la incontinencia urinaria por esfuerzo.
  • Prejuicios en la valoración de los mismos síntomas de salud en hombres y mujeres. O lo que es lo mismo: que a las mujeres se nos diagnostica menos y peor que a los hombres. ¿Quieren un ejemplo? Vayan con dolor de cabeza, malestar general o náuseas al médico. Si son mujeres y no les han dicho que son nervios o ansiedad, aprovechen porque es su día de suerte.
  • Falta de estudios sobre los síntomas y consecuencias de distintos problemas de salud en las mujeres. ¿Se acuerdan lo que ha costado que se hicieran estudios para vincular los trastornos en la menstruación y las vacunas y cómo durante dos años se han descartado cuando parece que, efectivamente, existen? Pues eso, aplicado a todo lo demás: desde problemas circulatorios a cómo afecta la exposición de sustancias químicas.

¿Y saben lo más bonito del trabajo de nuestra pionera de hoy? Que sus principales aportaciones y trabajos los ha hecho con equipos de investigaciones donde participan también las centrales sindicales. No solo hay que buscar la interdisciplinariedad académica sino, y de manera clave, la social.