Los resultados del plebiscito han causado asombro, desanimo, culpas, depresión, y sobre todo explicaciones banales. ¿Cómo una propuesta nacida del pueblo, para el pueblo y del pueblo,  ha sido rechazada por el soberano? En esta vorágine, las críticas se han dirigido hacia el electorado. Una masa influenciable, ignorante. Son traidores. Dichos adjetivos han sido, sorprendentemente, invocados por los defensores del Apruebo. A día de hoy, trascurrido un mes, ni una autocrítica. A lo más, la banalidad: la derecha hizo de derecha y realizó una campaña del miedo. ¿Debía hacer otra cosa? En su defecto, se aludió a un exceso de confianza, pensando en repetir el resultado del plebiscito de entrada, en el cual un 80% de los votantes se decantaron por una convención constitucional. Pero no nos equivoquemos, el debate, post rechazo, no radica en mantener la Constitución de Pinochet. Habrá nueva constitución, ese es el mandato. Y además, el resultado subsiguiente, no afectará las bases del modelo globalista, presente en el borrador rechazado el 4 de septiembre. Para rizar el rizo, la constitución de la dictadura había sido modificada en 2005 por el entonces presidente Ricardo Lagos, lo cual la convertía en una constitución despojada de la herencia pinochetista. Llevaba su firma y la de su gobierno en pleno.

Así, el debate es otro. ¿Cómo se ponían límites a un borrador que no contaba con el visto bueno de los firmantes del Pacto Por la paz y una nueva constitución, sellado por los partidos políticos, salvo el PCCH, 15 de noviembre de 2019, conocido como pacto de la traición. Unos y otros debían confluir. Tras el rechazo, los partidos del Apruebo se han apresurado en emitir un comunicado institucional, destacando: “el proceso constitucional no ha terminado y el llamado al plebiscito de octubre de 2020 debe continuar… El presidente Boric encabezará dicho proceso… cuyo pilar debe ser un Estado social y democrático de derechos, tal y como se ha reconocido transversalmente (…) mediante un dialogo democrático con todas las fuerzas políticas y sociales que estén disponibles para avanzar hacia una nueva Constitución…” A lo cual hay que sumar las palabras de Boric, donde  otorga al Congreso un papel relevante en este segundo acto. Y en su discurso posterior, señala la necesidad de poner bordes al proceso. ¿A qué tanto revuelo?

Hagamos historia. Los resultados a la convención constitucional de 2020, no fueron los esperados por los partidos políticos, ni siquiera por los movimientos sociales, sindicatos y organizaciones que trabajaron en la configuración de los llamados cabildos por una Asamblea constituyente. Los convencionales electos eran independientes, pero sin tradición en la brega política. De sus 155 miembros, 103 no militaban en ningún partido. De tal modo que la convención se caracterizó por una derecha que no alcanzó el tercio para poder vetar las propuestas incomodas donde los militantes de los partidos eran una minoría y los “progresistas” sumaban un bloque con diferencias menores. En este contexto, la Convención era un problema. La alianza conocida como “las dos derechas” o el “partido del orden” tomó las riendas. Socialistas, demócratacristianos, afines y la derecha de Vamos Chile, llegaron a las mismas conclusiones, sea cual fuese el texto redactado no contaría con su beneplácito. El rechazo se trasformó en una opción transversal. Reconducir las aguas y proponer una redacción, bajo convencionales que se dejen asesorar por expertos. Y ese ha sido el resultado. Un éxito rotundo.

Voto prestado y correlación de fuerzas

La opción del rechazo tomó fuerza. No todos los huevos en la misma cesta. Mensajes cruzados y un discurso sobresaturado de emociones, capaz de ocultar las contradicciones se impuso a un debate pausado. Bajo un supuesto país dividido y polarizado, no cabe el aprobar. El plan ha dado resultado. Hoy, se impone la cordura, reiniciar el proceso, todos al punto de salida. Pero sin sorpresas.

Mientras, en la superficie, todo parecía ir viento en popa. Composición paritaria, representación para los pueblos originarios, elección directa, trasparencia, y los convencionales de la derecha, aportando su granito de arena al buen funcionamiento de las comisiones. Todo, parabienes. Pero no hacía mención a la verdad. La convención pronto se vio sacudida. El primer llamado de atención: la descomposición de la Lista del Pueblo. Errores propios, acusaciones de corrupción, protagonismos, luchas intestinas, acabaron en fiasco y  su disolución. Una segunda luz ámbar: las elecciones legislativas y la primera vuelta presidencial celebradas el 21 de noviembre de 2021, en las cuales la derecha obtuvo una mayoría en el Senado y mayor relevancia en la cámara de diputados, cambiaban la correlación de fuerzas. Así, las instituciones más desacreditas en Chile, los partidos políticos, recuperaban el protagonismo extraviado en el plebiscito de entrada. Un poder constituido fuerte, y una convención constitucional debilitada. A los efectos, si ponemos un ejemplo en España tras la muerte del dictador, era tanto redactar una constitución por convencionales ad-hoc, pero con las Cortes franquistas funcionando y recayendo sobre ellas refrendar la redacción de los convencionales. En Chile, no hubo una asamblea constituyente. Existió un sucedáneo. Y un  tercer dato: el triunfo de Gabriel Boric, en la segunda vuelta de las presidenciales, fue prestado. El miedo al candidato de la ultraderecha Jose Antonio Kast, le proclamó Presidente. En este contexto, el escenario cambió el decorado. La elite política, que mueve los hilos en Chile, unía sus fuerzas. Primero colapsar el plebiscito. Ex presidentes, ex parlamentarios, ex ministros, académicos, periodistas, gente de la farándula, vinculados a los gobiernos de la Concertación y Nueva Mayoría, desplegaron sus alas para recuperar los acuerdos firmados el 15 de noviembre de 2019. Había que rechazar y volver al punto de partida. Un gobierno débil, dando tumbos, que terminó por incluir en su gabinete a quienes más había criticado, socialistas, radicales, PPD, fue la puntilla. El malestar en la población era creciente. En menos de cinco meses se había roto la magia del gobierno. El rechazo no fue una victoria de la derecha, fue demérito de unos y otros. ¿Dónde está la sorpresa?, en el campo de las emociones. El apruebo condensó la esperanza del cambio bajo una Nueva Constitución de derechos frente a un Estado subsidiario. Ese fue el discurso trasladado a la opinión pública internacional, los gobiernos progresistas y la izquierda mundial. Pero se ocultaron sus inconsistencias. La redacción, dejaba en manos del capital privado y las transnacionales las riquezas básicas. El Estado plurinacional nada decía de la recuperación de las tierras esquilmada por los terratenientes, las empresas madereras y de celulosa en las tierras del Wallmapu. Reconocía los tratados de libre comercio con la Unión Europea, etc. Así, muchas inconsistencias. Los efectos de este ocultamiento, lo sobrellevamos hoy. Tristeza, incredulidad y desazón. Adjetivos que no explican el proceso que vive Chile desde el plebiscito del No en 1988, donde se obvió que el NO formaba parte de la constitución de la dictadura. En tres décadas, se acumulan mentiras, fraudes, pactos espurios, traiciones, y una razón neoliberal que se mantiene bajo diferentes máscaras. Recordemos que en este plebiscito no se refrendaba una nueva Constitución. Los convencionales ofrecían un borrador, no un texto acabado a reformar por el poder constituido. Su rechazo, en una perspectiva menos emocional, representa un revés para el gobierno y Gabriel Boric, que ha tomado buena nota. Su nuevo gabinete se escora aún más a la derecha e incorpora a miembros de los gobiernos de la ex Concertación y Nueva Mayoría que tanto criticaron. Se sigue reprimiendo al pueblo Mapuche y de paso, el Presidente en su alocución en Naciones Unidas, llama a las trasnacionales a invertir en Chile para explotar el litio, el cobre, los recursos hídricos, dando garantías para expatriación de beneficios. Cuando la revista TIME, a pocos días del plebiscito, dedicó su portada a Gabriel Boric, y tildó de nuevo guardián del orden, mandó un mensaje. Pase lo que pase, Boric es hombre de confianza de Estados Unidos y la casta política chilena. Habrá nueva Constitución. Todo está atado y bien atado. La traición vuelve a imponerse.